«Pocos recordarán que ella fue la primera mujer latinoamericana en postularse a la presidencia de un país y la única, hasta ahora, en hacerlo en El Salvador». ¿Quién? Prudencia Ayala, escritora indígena, nahuapipil, que a los 14 años de edad publicó su primer artículo; autodidacta, adivina, costurera; política independiente, antiimperialista y feminista, hija de coronela revolucionaria, que intentó ser presidenta y fundó y dirigió el periódico Redención femenina en 1920. ¿Dónde? en Mis pies tienen raízescrito por el colectivo Cúmulo de Tesla e ilustrado por Atenea Castillo (Océano, 2021, México).

«Y ella tranquilamente le preguntó si creía que le faltaba algo más, a lo que él contestó: ‘¡Que navegue!’. En ese momento, ella saltó hacia el dibujo y desapareció en la inmensidad del mar». ¿Quién? La mulata de Córdoba encarcelada o las muchas mujeres negras creadoras y olvidadas «porque el racismo ha ocasionado la exclusión de las personas afromexicanas del canon literario». ¿Dónde? en «Hilando memorias con tinta y voz» de Jumko Ogata, ilustrado por Pats Peimbert en Nuestras resistencias, escritoras que nos vuelan la cabeza compilado por Arianna Aquino Ortega e Ilse Pérez Morales (Loqueleo, 2023, México).

Estos dos libros para enmarcar un recorrido: de la afirmación personal a la colectiva: «Mis pies, nuestras resistencias». Una poética feminista desde los inicios de estos movimientos en los que las luchas organizadas de muchas mujeres crearon derechos negados y espacios de participación política. «Juntarnos entre nosotras es, por cierto, otra forma de hacernos espacio. Porque no es fácil desobedecer a solas. Se pagan costos laborales, económicos e incluso afectivos», escribe Vivian Abenshushan en el prólogo de Nuestras resistencias.

Desde el nacimiento y el arrullo de protesta a la toma de las calles para exigir justicia. En las imágenes de la marcha del 8M que circularon en redes sociales hay niñas, adolescentes y jóvenes que, acompañadas, codo a codo con otrxs, alzan carteles: «Tengo una mamá feminista que me cuida», «Mamá, tranquila, hoy no voy sola por la calle», «Mamá, marcho por ti», y también hay madres con carteles que responden: «Mi hija me enseñó a luchar», «Quiero que mi hija crezca sin miedo».

Algunas marchan alzando libros con historias que no habían sido contadas, libros que «abren pasadizos hacia [otros] libros que habían permanecido bajo llave o que habían sido borrados; relatos y memorias cuyas voces parecían olvidadas o desaparecidas; poemas inencontrables (…)» escritos por mujeres «que no estaban dispuestas a aparentar felicidad, que no aceptaron el lugar que les había sido asignado: ser cautas, casarse, tener miedo o hijos y, sobre todo, guardar silencio. No, no, no. Se trata de una palabra breve, monosilábica, pero que tiene la fuerza de un volcán», continúo con Vivian Abenshushan.

En esta entrada reúno libros que se suman a esa protesta, que intentan señalar una ruta alternativa a la superautopista de publicaciones que inaugurara Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes de Francesca Cavallo y Elena Favilli (Planeta, 2017, México), por donde circula también el renovado «feminismo Barbie», o «feminismo Disney», como lo expone Macarena García González en su artículo «El problema de las narrativas de empoderamiento para niñas», un feminismo liberal que, bajo el lema del «girl power» celebra los valores consumistas sin «repensar las nociones de privilegio, las jerarquías y la forma en la que se reproducen las injusticias estructurales»

A pesar de todos los virajes a la extrema derecha y el pacto patriarcal internacional a favor de la guerra y el genocidio, la gran mayoría de los libros que leí en 2023, en esa genealogía posible que publiqué en mi entrada pasada: desde el origen de la vida hasta el futuro de paz soñado, imaginan otros mundos, más humanos, desde perspectivas esperanzadoras y desobedientes.

Creo que para quienes leemos publicaciones infantiles y juveniles es evidente cuánto los feminismos han diversificado la forma de editar y crear literatura infantil y juvenil en Latinoamérica en la última década. Año con año, en mis registros de lecturas, noto cuánto aumentan los abordajes que reflejan una sintaxis infantil y juvenil feminista, personajes con perspectiva de género en la sangre que no necesariamente anuncian en la portada su rebeldía o nombran su toma de conciencia política en la trama, pero muy presentes en sus acciones, devenires y formas de crecer y relacionarse.

El «regreso a la naturaleza y a la animalidad» y los llamados a expresar «las emociones», dos de las indagaciones más exploradas en la LIJ contemporánea, podrían leerse como derivadas de los feminismos (aunque en muchos casos el neoliberalismo se las apropie para revenderlas de colores y en muchas presentaciones). Los libros de esta entrada, tanto los que reflejan un feminismo tácito como los que lo hacen explícito, son ejemplos del desvío de los manuales de urbanidad etiquetados «para niñas» o «para niños», que desde el siglo XVIII (y hasta hoy) empezaron a dar visibilidad a la infancia, aunque suscribiendo y difundiendo una agenda sexista, disciplinadora y adoctrinadora de las emociones en las incipientes políticas de educación y consumo (tan vigentes hasta hoy).

La ruta alternativa -antipatriarcal, decolonial, antirracista- que proponen editoras, escritoras, ilustradoras, investigadoras, activistas y mediadoras de lectura es un manifiesto por la libertad en esa otra marcha: la de ponerse de pie, crecer y abrirse paso reinventando el mundo: conversándolo, contándolo, leyéndolo, escribiéndolo, dibujándolo, bailándolo con otrxs personas y seres. Puede empezar desde la primera infancia, con libros para bebés amadas, continuar en las aventuras de una niñez juguetona y libre, por los diarios de adolescencia rebelde y hasta la juventud que emprende el vuelo.

 

1. Primera infancia: primeros sueños

Me fui en un caballo de María Baranda y Estelí Meza, Ediciones El Naranjo, 2022, México.

En Me fui en un caballo de María Baranda y Estelí Meza (Ediciones El Naranjo, 2022, México) una niña nos cuenta que se va cabalgando, «de noche, muy lejos», pasa por un bosque y llega muy alto, hasta el cielo. Escucha a una ballena, cruza ríos con «grandes barcas / y peces enormes» y aúlla con lobos.

«No tuve miedo / del ruido del viento, / del canto del trueno / de montes muy negros», nos dice, feliz y valiente, y repite, al final, que alcanza su cielo: una vida, una cama, en la que duerme tranquila, arropada por su padre. 

El viaje de esta niña, breve, pero épico, conversa con otro: el de Margarita, de Rubén Darío, que también se va al cielo buscando una estrella y luego vuelve con su padre. Pero en el poema escrito por Baranda e ilustrado por Meza, no hay ley que restrinja y castigue, como en Margarita, «Y el papá dice enojado: / «Un castigo has de tener:  / vuelve al cielo y lo robado / vas ahora a devolver», al contrario, hay complicidad filial en esa primera excursión: el amor del padre es el caballo en el que la niña galopa segura y sueña lejos, autónoma, como una Pippi Calzaslargas, y con el mismo espíritu de otros libros para primera infancia de Baranda publicados en El Naranjo: Arrullo (con ilustraciones de Margarita Sada, 2008), Un abrazo (con ilustraciones de Cecilia Varela, 2009, México) y Soñemos un sueño (con ilustraciones de Amanda Mijangos, 2023).

Canción para dormir a Pastillita de Miguel N. Lira y Angelina Beloff, Biblioteca del Chapulín-SEP, 1943 / UNAM, 2023.

Otro antecedente de este libro es Canción para dormir a Pastillita de Miguel N. Lira y Angelina Beloff (Biblioteca del Chapulín-SEP, 1943 / UNAM, 2023), uno de los primeros álbumes líricos publicados en México, dentro de la colección Biblioteca del Chapulín (rescatada por Libros UNAM), que problematiza la relación texto-imagen.

Los versos de Miguel N. Lira, cantan a un hijo al que se arrulla para que se duerma, «A la luna, luna / luna de marfil / ya mi niño lindo / se quiere dormir», pero desde el título se anuncia a una «Pastillita», ilustrada como una niña, que, según nos explican en la contraportada, es una muñeca. ¿A quién dormimos entonces? ¿Al niño o a la muñeca? En las ilustraciones, al niño nunca lo vemos dormido; la que duerme, congruente con el título, es siempre Pastillita, como si la muñeca se soñara niño para vivir las aventuras de ese «pequeño soldado».

Ese niño, hijo, al que un padre canta, también cabalga en su sueño:

«Ya duerme el niño su sueño / de cielos por el cariño; / sueña que es un soldadito / que es un soldadito niño. // En un caballito blanco, / blanco de tanto camino, / viene el niño caminando / entre las nubes de lino».

Mención aparte merece el rescate de esta colección pionera de la que existe un micrositio donde se pueden descargar gratuitamente los primeros títulos publicados. Aquí el enlace para descargar Canción para dormir a Pastillita

Estableciendo parentescos con Margarita de Darío y Pastillita de Lira, podríamos decir que Me fui en un caballo representa una actualización de estos personajes, niñas, contados desde la perspectiva de hombres, en los que la ley del padre y el imaginario bélico, tan recurrente de la LIJ patriótica y fundacional en México, finalmente son reemplazados por una bienvenida al mundo más amorosa, una mirada, en verso y trazo, que abraza y cuida. Además hay una transición muy clara de un sujeto lírico adulto que le canta a un niño a un sujeto lírico en primera persona de una niña que nos cuenta a nosotros sus aventuras.

 

20 motivos para despertar a una niña de Ana Camusso y David Wapner, Ediciones De La Terraza, 2023, Argentina.

En esa bienvenida también podríamos sumar 20 motivos para despertar a una niña de Ana Camusso y David Wapner (Ediciones De La Terraza, 2023, Argentina), un libro y disco digital (ambos de descarga y escucha gratuita aquí) en el que una misma melodía es cantada con diferentes letras y arreglos. Otra forma de decir: «mis pies, nuestras resistencias», un bordado singular en un telar común. Casi como si fuera un mantra musical o una misma canción extendiéndose 20, 21 veces, revelando nuevos poemínimos llenos de animales, plantas y seres fantásticos.

«Hay un árbol / por mi casa / que florece / en verano // ‘No es un árbol / es un cactus’ // Me lo aclara / un gorrión».

La textura suave, lisa, leve de las microcanciones contrapuntea, armónicamente, con las texturas coloridas, mixtas, profundas de las ilustraciones, que parecen microcosmos.

Para animar los pasos de esa niña tempranito, lentamente, con dulzura, a la mañana, o para arrullarla y despedir, suavemente, el día, y animar los sueños a caballo, con Platero, un perro de dos colas, un cortejo de antenas, un grillo, un duende del azulejo, una estufa y un barco «que navega / por las noches / sin timón / ese barco / busca un puerto / en la cabeza de un señor…»

 

2. Infancia: cantar con los tucanes verdes

La marca de los Reyes de Verónica Linares con ilustraciones de Camila Zelada, Editorial Gisbert, 2022, Bolivia. 

«Cuando la anciana dejó de cantar, súbitamente abrió sus ojos blanquecinos y poniendo su mano huesuda en la cabeza llena de trenzas de la niña, le dijo: ‘Mahdis, parecida a la luna, hechicera de sueños’ (…). Después dijo en aymara, la lengua que usualmente se hablaba por esos parajes: ‘Phaxsi kana nastaj, ¿qué poderes te entregó la bola de plata?’ Entonces sacó un amuleto de su pecho, se lo colgó a Mahdis, la besó en la frente y se fue, transparente como llegó».

María Candelaria o Candy o Candicha o Madhis, tiene muchos nombres y muchas vidas, entre lo real y lo fantástico, en Mururata, un pueblo en la selva de los Yungas, el último reino afroboliviano. Allí se divide entre los deberes escolares y los poderes especiales que aprende de su awicha, su abuela mágica, la vieja hechicera, respetada y temida, que la bautiza como Mahdis.

Revivir animales, levitar y hacer levitar, caminar con los ojos cerrados por la selva sin perderse, ver espectros y criaturas fantásticas (brujas del café, enanos con nariz de cóndor, niñas con alas de taparaco y bebés con cola de jukumari) y darle buenos sustos a los compañeros que la molestan serán parte de sus días, pero también guardar «flores, hierbabuena y palo santo; cantar con los tucanes verdes, con los kechichis, con las cigarras». «Me ha hecho collares de mandarinas, de semillas, de piedras blancas y de alas de mariposas…», dice su mamá.

Hasta que, muy pronto en la novela, su awicha fallece: «La niña la contempló por un buen rato, pensando en que tal vez incluso ella había sido su mejor amiga y la que le había enseñado tantas cosas sobre esta vida y sobre otras». ¿Fallece o desaparece?, porque cuando lleva a sus padres a la casa de Achebe, la awicha, para que la entierren, ya no está. 

Esa será la misión de Madhis, encontrarla, y no irá sola, la acompañarán su incondicional aprendiz Amadeo, su amiga Trini y un chico de ciudad que llama su atención, Bardo.

La marca de los Reyes de Verónica Linares con ilustraciones de Camila Zelada (Editorial Gisbert, 2022, Bolivia) es la primera novela fantástica que leo protagonizada por una niña afrodescendiente. Con una prosa que suena a conjuro, Linares crea a un personaje tan fuerte y entrañable que se antoja verlo en más aventuras, en la tradición de las sagas. La fascinación por la tierra yungueña que transmite la novela es parte del carácter de la autora desde su infancia, pues pasaba temporadas con su familia en esa región, y lo hace hasta la fecha, en una población cercana. «Si bien contiene aspectos históricos reales, también contiene mucha ficción y muchas emociones y sensaciones personales que se han ido quedando grabadas en mi memoria», me cuenta Verónica.

Las ilustraciones  se caracterizan por su simplicidad cautivadora: expresivas y palpables: da impresión de que los personajes cobran vida y el viento mueve los árboles cuando volteamos la página.

La relación de esta niña afroboliviana con su abuela me recordó las relaciones abuela-nieta en El color de la Saya de Liliana De la Quintana (Editorial Nicobis, 2018, Bolivia), Cuando llegues al otro lado de Mariana Osorio Gumá (Castillo, 2019, México),  Dos cabezas para meter un gol de Julio Serrano Echeverría y Jazmín Villagrán Miguel (Libros para niños, 2021, Nicaragua) y claro, Abuelita Milagro de Antonio Orlando Rodríguez (Gente Nueva, 1977, Cuba / Panamericana, 2015, Colombia). Todas marcadas por lo fantástico desde las cosmovisiones de pueblos originarios o afrodescendientes.

Raíz del nido de Elizabeth Reinosa Aliaga y Karina Cocq, FCE, 2022, México.

Otra abuela se suma en el muy sonoro poemario Raíz del nido, ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para la Infancia 2021, de la escritora cubana Elizabeth Reinosa Aliaga con ilustraciones de Karina Cocq (FCE, 2022, México). En el meláncolico «Silencio de las cotorras por la abuela negra», leemos: 

«En silencio las cotorras se parecen a las piedras. / El brillo de sus colores es opuesto al de la tierra. / Pero ¿por qué hablan sus ojos/  lo que no dicen sus lenguas? / La brisa carga en sus brazos / el recuerdo de la abuela / dormida en aquel palenque / en una noche tan negra. / ¿Qué recuerdan las cotorras? / ¿Qué les dicen las estrellas? / ¿Qué historias guardan sus plumas / tatuadas con los poemas / escritos de día y noche / por el sol, la luna llena?, / versos y rimas que saltan / de nuestras propias cabezas. / ¿Por qué callan las cotorras? / ¿Por qué permanecen quietas? / Si el tiempo llena de vida / la sonrisa de la abuela, / si todo el monte se viste / de alas azules, abiertas. / ¿Por qué no cantan la dicha / del resurgir de la hierba? / ¿Qué ha sido de las palabras / y su toque de madera? ¿Han levantado su nido / en el pecho de la abuela?»

Es quizá de escritoras y escritores cubanxs de quienes se pueda trazar la genealogía más antigua y sostenida en Hispanoamérica de personajes niñas y niños afrodescendientes presentes en la literatura infantil. Recuerdo muy bien a Teresa Cárdenas en el II Congreso Iberoamericano de Lengua y Literatura Infantil (CILELIJ), en 2013, en Bogotá, hablando con entusiasmo y elocuencia de la trascendencia del mito y la tradición oral cubana sin que le alcanzara el tiempo. Sigo entendiendo esa necesidad que transmitió Teresa de habilitar más espacios para hablar de infancias afrodescendientes porque siguen permaneciendo en los márgenes.

Para esa posible genealogía cubana, además de la propia Cartas al cielo de Teresa Cárdenas (Ediciones Unión, 1998), recordé otras obras emblemáticas como Cuentos de cuando La Habana era chiquita de Antonio Orlando Rodríguez (Ediciones Unión, 1984, Cuba / Panamericana Editorial, 2018, Colombia) y El día que me quieras (Ediciones Unión, 2001, Cuba / Pearson, 2017, México) y Paquelé de Julio M. Llanes (Editorial Luminaria, 2009, Cuba / Ediciones Del Eclipse, 2006, Argentina), pero consulto a la investigadora cubana Denise Ocampo (a quien agradezco enormemente su tiempo, siempre) y menciona el poema de José Martí, «La muñeca negra», publicado en su fundacional La edad de oro (1889), el «Romance de la niña mala» de Raúl Ferrer (1941), Cuentos de Apolo, de Hilda Perera (Editorial Lex, 1947), Román Elé de Nersys Felipe (Editorial Casa de las Américas, 1976), El oro de la edad de Ariel Ribeaux (Ediciones Unión, 1998) y Voy a perder la cabeza por tu amor de Nelson Simón (Ediciones Loynaz, 2015, Cuba).

También me comparte este artículo del escritor y especialista Luis Cabrera Delgado «La igualdad racial en la literatura cubana» en el que, precisamente, encontrarán una cronología muy puntual y documentada.

Letras al carbón de Irene Vasco y Juan Palomino, Editorial Juventud, 2015, España.

Para seguir ampliando el itinerario de infancias afrodescendientes, pienso en el álbum Letras al carbón de Irene Vasco y Juan Palomino (Editorial Juventud, 2015, España) que su autora escribió inspirada en sus muchos viajes para promover la lectura en Colombia y, en particular, los que realizó a poblaciones de cimarrones, como Palenque, donde ocurre la historia de este libro.

Una niña aprende a leer, y luego enseña a su hermana mayor, Gina, para que puedan descifrar las cartas de amor que le envía Miguel Ángel, un joven médico que pasó una temporada en su pueblo.

«Con un trozo de carbón de la cocina escribía en el suelo las letras y se las hacía repetir. –A ver, a ver, ¿dónde está la «G» de GINA? ¿Dónde está la «p» de perro?».

Cuando ya las dos saben leer bien llega una nueva carta que cambia el futuro que las hermanas habían imaginado… y no tanto, no hay tiempo para lamentarse, habrá fiesta y la hermana de Gina recibirá «el mejor regalo  que nunca nadie le había hecho».

En un epílogo, Irene cuenta: «En Colombia, como en buena parte de Latinoamérica, la cultura y las reglas comunitarias se han transmitido a través de la tradición oral. Las palabras narradas y cantadas en rondas y arrullos parecían ser suficientes hasta hace poco. Leer y escribir no eran asuntos prioritarios…», pero esa realidad ha ido cambiando con los años y por eso Irene escribió este relato.

De allí, llego en mi recuerdo a las extraordinarias recopilaciones de tradición oral y descarga gratuita Cuentos y arrullos del folclor afrocolombianocon Ilustraciones de María Paula Moreno (Leer es mi cuento, 2020, Colombia), que es una reedición del libro Tortuguita, vení bailá (Colección Fiesta de la Lectura, 2013), y en Cocorobé, cantos y arrullos del Pacífico colombiano (también de descarga gratuita) con selección y prólogo: Ana María Arango Melo e ilustraciones de Ivar Da Coll (Alcaldía Mayor de Bogotá/Instituto Distrital de las Artes–Idartes, 2013, Colombia). 

Consulto a la escritora y especialista Beatriz Helena Robledo (a quien igualmente agradezco su tiempo) y menciona también: Chocó: selva, lluvia, rio y mar de Velia Vidal y Geraldine Ramírez (Lazo libros, 2023), Tumaco de Oscar Pantoja y Jim Pluk (Rey Naranjo, 2014, Colombia) y Cazucá de Oscar Pantoja Flor Capellas (Rey Naranjo, 2020, Colombia).

Hace un par de años apareció una nueva edición de El espejo africano de Liliana Bodoc (SM, 2008, Argentina / Norma, 2022, Argentina), que en su momento conocí porque ganó el Premio Barco de Vapor 2008 y proyectó a su autora fuera de Argentina. Con una prosa poética y condensada, como la de Marina Colasanti o Gonzalo Moure, Bodoc cuenta la historia de mano en mano de un espejo que regala una madre a su hija antes de que las separen para siempre. La niña es secuestrada y vendida como esclava en Argentina donde empezará una amistad con una niña blanca, Raquel, que intentará cumplir una promesa, mientras el valioso espejo llega hasta las manos del general San Martín.

Este libro conversa con Hasta que llegue el día de Ana Maria MachadoRosana Mesa (Castillo, 2015, México), que reúne nuevamente a la dupla de Niña bonita (Ekaré, 1994, Caracas), en donde se trenzan tres historias: la de Manu y Bento que viajan de Portugal a Brasil buscándose la vida; la de una familia de una aldea africana, capturada por comerciantes de esclavos; y la de los pueblos originarios brasileños, un triple encuentro que ya había explorado Machado en Del otro lado hay secretos  (Sudamericana, 2002).

Resulta importante mencionar que varias de las representaciones de infancias en este segundo apartado todavía no superan ciertas concepciones estereotípicas, aunque intenten variar y diversificar los retratos, y, sobre todo, siguen sin ser escritos en primera persona por quienes se identifican como afrodescendientes. 

 

3. Adolescencia: valor para rebelarse

Sólo apto para mí misma de Sarai Reyes y Juanita Escobar, La Luminosa, 2022, Argentina.

«Yo soy mis palabras», escribe Sarai Reyes, una adolescente de 12 años, y lo demuestra. Consigue construir un retrato cubista hecho de muchos fragmentos de ella misma que revelan una imagen indómita, inaprensible, congruente a su deseo; «…sacudiendo mi manera de ver el tiempo y fotografiarlo», escribe Juanita Escobar sobre su participación como testigo de un proceso de crecimiento o cómplice de un movimiento en el encierro por la pandemia, una escapada. La mirada yuxtapuesta de las dos autoras, escritora y fotógrafa, no renuncia a su fragmentación, su singularidad, pero expresa todo su brillo en el intercambio, en la conversación determinada a abrirse paso en «el país de la imaginación» que constituye este fotolibro.

Destaca la elocuencia crítica con la que Sarai, escritora-filósofa, manifiesta su carácter siempre situado en el de una sociedad, contradictoria y opresiva, sin perder el humor o más bien, y a pesar del desamor y la soledad, yendo valientemente en su búsqueda:

«Ustedes no saben qué es estar con una cara de rata exprimida, exconvicta, recién electrocutada y que el profe diga: ‘Buenos días, niños. Por favor prendan sus cámaras, quiero verlos’. O sea wtf, son las 7 de la mañana y tú pretendes que prenda la cámara para suprimir mis capacidades de surgir».

Sólo apto mi misma (La Luminosa, 2022, Argentina) es un álbum de fotos y textos, en la larga tradición del diario, que se piensa a sí mismo: es, en última instancia, una metáfora perfecta sobre el funcionamiento de la ficción y su capacidad de atravesar la realidad y transformarla.

Conocí este excepcional fotolibro porque mi compañera, Mariela Sancari, fue una de las jurados del concurso Premio Publicación La Luminosa Felifa 2021 en el que resultó ganador, y desde la primera vez que lo vi, me fascinó. Aquí pueden encontrar un video con la maqueta del libro cuando era finalista.

La libertad y franqueza con las que se expresa Sarai y el amor con el que Juanita retrata su mundo, en el Llano colombiano, son inspiradores tanto por lo que muestran y afirman, como por lo que ocultan y dudan. Como dice la propia Juanita, el libro «un estallido de adolescencia y vida, en lucha constante contra las normas, el encierro y las ideas fijas».

Pubertad en marcha de Gloria A. Calvo, Camila Lynn, Agostina Miles y Marina Trach, Ediciones Iamiqué, 2021, Argentina.

De alguna forma este fotolibro me hizo pensar en el libro informativo Pubertad en marcha de Gloria A. Calvo, Camila Lynn, Agostina Miles y Marina Trach (Ediciones Iamiqué, 2021, Argentina). Sarai podría ser uno de los diversos y libres personajes que allí se retratan a partir de preguntas: «¿Qué es la identidad de género?, ¿Qué tienen que ver los cambios con la reproducción?, ¿Todas las personas huelen igual?, ¿Quiénes menstrúan?, ¿Qué es la masturbación?, ¿Qué es la eyaculación?, ¿Hay cuerpos «mejores»?»

A diferencia de otros libros juveniles sobre sexualidad, resulta evidente que este fue elaborado por cuatro mujeres que cuidan hablar extendidamente de la menstruación, los estereotipos de belleza y el cuerpo y el consentimiento en las relaciones. Una valiosa aportación que levanta el velo de los mitos para hablar con «pelos y señales» de esas realidades que incomodan tanto a lxs adultxs, si es que no censuran hablar de ellas directamente. Una pubertad que marcha a favor de una libertad informada.

 

Tengo 14 años y no es una buena noticia de Jo Witek y Jimena Estíbaliz, El Naranjo/Embajada de Francia en México, 2022, México. 

«Tengo catorce años y no es una buena noticia. Me van a casar y no es una buena noticia. Soy una chica y no es una buena noticia».

La incomprensión adulta que muchas veces reclaman lxs adolescentes, en esta novela se convierte en abuso; y la frustración es furia.

Tengo 14 años y no es una buena noticia de Jo Witek y Jimena Estíbaliz (El Naranjo, 2022, México) es un grito de rabia, pero también de resistencia y esperanza: «Sobre mi tapete, mientras que mis padres afinaban con los extraños las formalidades de mi porvenir aprisionado, abrí la ventana que da al planeta y me hice la promesa de que nunca le permitiría a nadie cerrarla. Soy una chica iluminada y jamás podré vivir en la oscuridad. Mi cabeza dijo no. Mi cuerpo dijo no. Mis sueños dijeron no».

Aunque la escritora no vivió en carne propia el matrimonio adolescente y forzado de Efi, la protagonista, se nota la indignación a la que la condujo su investigación y consigue una voz narrativa firme y determinada a protestar en alto. 

«Vi bombas, muertes, injusticias, piedras sobre el cuerpo de mujeres y niños, hombres encadenados, mujeres inmoladas, vi el mundo tal como es, tal como me disgusta y que, gracias a internet, sé que puedo cambiar. También vi (…) mujeres dignas, orgullosas y libres de elegir su destino, sus amores, su camino. Vi astronautas, escritoras, jefas de gobierno, abogadas, científicas, agricultoras, ingenieras y marchas pacifistas…».

Efi regresa muy ilusionada a su pueblo para pasar las vacaciones. Su madre convenció a su padre de que la dejara estudiar en la ciudad y Efi es la mejor alumna, ama leer y quiere ser ingeniera, pero este verano parece que nunca terminará pues su familia tiene nuevos planes para ella: casarla.

El contraste entre la voz ilusionada de Efi y su entorno cada vez más opresivo vuelven pesadillesco ese regreso. Efi nota más que antes las diferencias machistas de su cultura y cómo pesan sobre su mamá. «Mi madre (…) también tiene miedo. Miedo de los hombres, miedo de ser juzgada mal y de ser considerada responsable de mi reacción negativa. Una buena chica, eso es lo que hay que ser. No tiene más que estas palabras en la boca, ‘amable, dócil, obediente. No hagas ruido, por favor, mi niña, no causes problemas'».

Como si fuera una detective de su propio caso, Efi comienza a hacerse preguntas: «¿Por qué mi mamá no parece feliz con su séptimo embarazo? ¿Por qué mi padre, mi hermano y mi tío no se quedaron con nosotros esta noche para celebrar mi regreso? , ¿Por qué mi tío Blablá no me dejó correr con los niños? (…). Siempre soy la mejor de la clase, mamá, ¿por qué no me felicitas como siempre? (…). ¿Por qué mis primos no me hablan? ¿Por qué mi vecino se dio la vuelta apenas me vio? ¿Acaso tendrá que ver con mi pubertad?».

Las muchas preguntas ante ese ambiente enrarecido terminarán con una afirmación: han arreglado su matrimonio, pero, con su renovada conciencia crítica, Efi está determinada a impedirlo: «¿Cuándo terminará todo esto? ¿Cuándo tendrán las mujeres de mi pueblo el valor de rebelarse? De decir: «¡Ya basta! ¡Ya basta de esta farsa para nuestras hijas!». En muchos sentidos esta novela es un ¡Ya basta!, con ese tono ensayístico que protesta y, afortunadamente, tiene un final justo y generoso para Efi.

Vale la pena destacar las ilustraciones de Jimena Estíbaliz, realizadas especialmente para esta edición de la novela (originalmente publicada sin ilustraciones por Actes Sud en Francia). Cada una es un universo en sí mismo, con la síntesis conceptual y la pregnancia gráfica del cartel que, en ese caso, hace todavía más contundente la protesta. 

 

Me llamo Millaray de Viviana Huiliñir-Curío y Claudio Fuentes Saavedra con ilustraciones de Jorge Roa Riquelme, Ekaré Sur, 2022, Chile.

Igual que Sólo apto para mi mismaMe llamo Millaray de Viviana Huiliñir-Curío y Claudio Fuentes Saavedra con ilustraciones de Jorge Roa Riquelme (Ekaré Sur, 2022, Chile) es un viaje gozoso al borde para encontrar allí otro centro posible: el de las comunidades mapuches.

Desde el título, la afirmación de un nombre, un lugar en el mundo:

«Nombre. Cuando nos cambiaron los nombres / teníamos nombres de aves, de animales y de piedras, / nombres de árboles y de flores / del territorio donde nacimos,  / teníamos nombres de agua, de barro y de nieve  / los mismos nombres de los abuelos se quedaban / heredados en sus hijos y en sus nietos. / Vamos a preguntar por el nombre / que nos pertenece».

El poema de María Isabel Lara Millapan, en mapudungun y castellano, al final del libro, es parte de una «libreta de apuntes» que la joven protagonista, Millaray, usará para presentar un trabajo escolar. Allí escribe: «Me he dado cuenta de que los relatos de mi familia son tan valiosos como los documentos o los libros de historia. Mi familia, mi familia mapuche, guarda conocimientos de siglos y para nosotros la palabra hablada, la oralidad, el diálogo, es la forma de conocimiento más pura».

Empecé por ese final, informativo y poético, pues brinda datos concretos sobre las comunidades mapuches, su lengua, forma de organización, la crisis del despojo y ocupación militar, pero también incluye muchos poemas y celebra la oraliteratura.

Primero, el final, para situar a Millaray y el despertar de su conciencia política. Pero, ahora sí, al principio: «Voy de nuevo al sur, como todos los veranos. Pero esta vez me acompaña Catalina, mi mejor amiga del colegio. Atrás vamos dejando la ciudad y su ruido. Ahora solo escucho las voces de la película que están pasando y la voz de la Cata. Ocho horas a Temuco y unas tres hasta Curarrehue. Pienso en mis tíos, en mis primos. Añoro, como siempre, la casa en el campo de mi kuku, mi abuela. Los sonidos de las noches del sur: crujidos, viento, pájaros».

Nos habla Millaray, que vive en Santiago de Chile y va de vuelta a su origen, para avivar su fuego interno: «Al fondo veo el volcán que humea, que respira, que vive. Y pareciera que dentro de mí también hay un pequeño fuego encendido, cerca del corazón».

Pasan unos días en Curarrehue, en casa de los tíos de Millaray, disfrutando la naturaleza. Hasta que una mañana, Nawel, el primo de Millaray, las lleva al lof de su abuela. Un «lof» es un territorio compartido por una comunidad mapuche con una identidad individual y colectiva particular.

Nawel es su guía, y va sembrando el paisaje con nombres que poco a poco brotan en la memoria de Millaray: «Por el camino, cerro arriba, Nawel le iba nombrando a la Cata los árboles, los arbustos, los pájaros. –Este es un foye, uno de nuestros árboles sagrados; este es un pellín, un roble viejo y duro. Mira, allá hay un pewen. Yo iba unos pasos más atrás, en silencio, mirándolos». Será su abuela, su kuku, quien, más tarde, le recuerde el significado de su nombre: «flor de oro», que brillará especialmente cuando realicen la ceremonia comunitaria: nguillatun, y Cata y ella se llamen hermanas con el sonido constante del kultrung (un tambor) de fondo, como si fuera un solo latido.

Destaca en este libro que el ilustrador explore una estética digital retro, contrario a lo que suele ocurrir con este tipo de ilustración que intenta disimularse y pasar por análoga; también que las palabras en mapudungun no estén escritas en cursivas a lo largo de la narración, un importante gesto de mestizaje de lenguas que no enrarece una y normaliza otra; y que una de las escritoras sea mapuche, pues lamentablemente, en la industria editorial infantil, todavía es inusual que sean las propias comunidades originarias quienes cuenten sus historias. Por todo esto y más, leer Me llamo Millaray lo deja a uno esperanzado con «una sensación tibia y reconfortante». ¡Más libros así!

 

4. Juventud: Raíz y vuelo 

Mis pies tienen raíz de Cúmulo de Tesla y Atenea Castillo, Océano, 2021, México.

Hay una distancia muy grande entre Prudencia Ayala, la escritora indígena salvadoreña que intentó ser presidenta a principios del siglo XX y Margaret Tatcher, la primera ministra inglesa que promovía máximas totalitarias como «No hay alternativa» (“There is no alternative”, pero sí las hay, estos libros son la prueba).

Es la misma distancia que hay entre Mis pies tienen raíz. Mujeres del mundo de habla hispana de Cúmulo de Tesla y Atenea Castillo (Océano, 2021, México) o Nuestras resistencias, escritoras que nos vuelan la cabeza compilado por Arianna Aquino Ortega e Ilse Pérez Morales (Loqueleo, 2023, México) y los libros «para niñas rebeldes» regidos por «reglas similares al orden masculino y patriarcal de la literatura para personas adultas», como señala Macarena García González en su artículo «El problema de las narrativas de empoderamiento para niñas», que menciono al principio de esta entrada.

Prudencia Ayala es la primera mujer que vemos al abrir Mis pies tienen raíz, empuñando un rayo y mirándonos desafiando el destino «moderado» que anunciaba su nombre de pila. Ese rayo enciende un breve prólogo, una declaración de principios en donde notamos esa distancia con otros abordajes, un quehacer político colectivo y rizomático: 

«Buscamos equilibrio entre disciplinas y momentos históricos; también quisimos presentarlas como seres humanos y no como heroinas imposibles de imitar. El índice con el que las presentamos no sigue un orden alfabético ni cronológico, pero tampoco es aleatorio, pues de la misma manera que trabajamos en nuestro colectivo, aquí fuimos trazando vínculos entre ellas, tomando a sor Juana como el tronco común para todas. Así, a manera de tejido o de pequeños brotes que se bifurcan, cada una va trenzándose con la anterior y la posterior, de forma que todas se tocan, ya sea por su ocupación, sus inquietudes o sus intereses. Esto crea una especie de organismo que se nutre de distintas épocas, lugares y puntos de vista, pero que siempre vuelve a su centro». 

Una raíz común llena de ramificaciones que imaginó la editora del libro, Maia Miret, para sostener y contar en presente a 21 mujeres y grupos de mujeres: María Andresa Casamayor, Angélica Gorodischer, Juana Azarduy, Ana Roque, Maria Elena Walsh, Elena Garro, Margot Moles, Eloísa Diaz, Gabriela Mistral, Graciela Agudelo, Wanda Díaz, Sor Juana Inés de la Cruz, Prudencia Ayala, Silvia Pinal, Marisol, Maria Luisa Bemberg, Belkis Ayón, Laura Méndez de Cuenca y Fátima de Madrid; así como las mujeres impresoras en la Nueva España, entre las que se encontraba Jerónima Gutiérrez, cuyos nombres no figuraban en los libros porque los representantes legales de las imprentas eran sus esposos o padres; y las cocineras de los conventos en el Virreinato del Perú: «esclavas negras, muchachas criollas e hijas de familias sin riqueza monetaria comparten experiencias alrededor del fogón y combinan ingredientes nativos», el maíz y la yuca con especias y cerdo en recetas que combinan a Europa y África.

Las detalladas y expresivas ilustraciones de Atenea Castillo son también esa raíz común y se corresponden con la emotividad de los relatos biográficos escritos por el Cúmulo de Tesla (Antígona Segura, Alejandra Espino, Cisteil Pérez, David Venegas, Gabriela Damián y Libia Brenda,) que, a diferencia de otros «compendios de éxitos» en mundos ideales, muestran la fragilidad, el contexto misógino: «Aunque fray Pedro Martínez, un colega de María Andresa, calificará el libro de ‘obrilla’ porque no está a la altura…» y el dolor: «Sus cuatro pequeños hijos murieron de malaria cuando se ocultaban del enemigo. Su esposo murió luchando para permitir la huida de Juana. Y ella tuvo que dejar a su hija recién nacida en brazos de una anciana para protegerla de la guerra. Además, recibió una pensión ridícula durante dos años, como pago por ser heroína de su país».

Juana es Juana Azurduy Bermúdez, «Libertadora de Bolivia», o «Juana de América», la primera mujer en el mundo en ser nombrada teniente coronel, que luchó por los derechos de los pueblos originarios, en un mundo de enfrentamientos por las independencias latinoamericanas, y se inspiró en las luchas colectivas de mujeres para emprender la propia. Su vida es novelada con esa prosa poética conmovedora, que a veces se detiene para ser poema en prosa, de Paula Bombara en Juana Azurduy. La fuerza escondida (con ilustraciones de Pablo Zaramella y Diego Simone, Norma, 2022, Argentina).

Ambas Juanas arriba de un caballo, (¿son la niña de Me fui en un caballo de María Baranda y Estelí Meza, que reseñé arriba?), una, apenas un parpadeo en una doble página que sorprende; otra, una mirada que se extiende a lo largo de 129 páginas que recrean un momento histórico inconcebible. Allí, Paula imagina un encuentro entre una Juana valiente y una niña, Killari, cauta. ¿O es Killari la valiente y Juana la cauta? Un poco y un poco. «La niña se escondió detrás de unos arbustos. No le gustaba ser descubierta con facilidad. La mujer hacía caracolear su caballo, lo llamaba a galopar, lo frenaba de pronto. Parecía unida a él, de tan ágiles y naturales que eran sus movimientos». 

Y como madre e hija vivirán pronto las dos. Killari es quizá el reflejo de infancia de la propia Juana o cualquiera de las muchas niñas huérfanas de esa época cruel. Juana y Killari, y muchas mujeres más serán un coro crítico que se atreva a enfrentar a los hombres, cuestionar los roles machistas e imaginar, en la lucha por la libertad de un país, su propia libertad.

Como lo hiciera Sor Juana y tantas escritoras mexicanas en Nuestras resistencias.

Nuestras resistencias, escritoras que nos vuelan la cabeza compilado por Arianna Aquino Ortega e Ilse Pérez Morales, Loqueleo, 2023, México.

«Me gusta tanto que tengo el final del Primero sueño tatuado en el brazo derecho: ‘El mundo iluminado, y yo despierta'», escribe Yolanda Segura sobre Sor Juana Inés de la Cruz en su vida.

«Cuando escuché a María Sabina cantando en una grabación y pude leer la traducción, su voz me recordó la poesía que en mi pueblo acompaña a los rituales de sanación, me recordó la poesía con la que mi espíritu de niña volvió a mi cuerpo», escribe Yásnaya Elena A. Gil sobre María Sabina en su vida. 

«Pienso que mi mamá y Nellie se dieron cuenta de que nadie gana realmente las guerras, y que el dolor y la tristeza que dejan en la gente deberían recordarse para que nunca más vuelvan a ocurrir», escribe Socorro Venegas sobre Nellie Campobello en su vida.

Nuestras resistencias, escritoras que nos vuelan la cabeza compilado por Arianna Aquino Ortega e Ilse Pérez Morales (Loqueleo, 2023, México), es una antología memoriosa (¡y memorable!) de lecturas y lectoras, de vidas entrecruzadas y parentescos elegidos, de escritoras leyendo a escritoras que revolucionan y revolucionaron. Una antología que revela resistencias comunes: «Ella siempre fue tan libre, tan desbordada, tan explosiva y tan arrebatada, que (…) mucha gente de mi pueblo empezó a llamarme loca», escribe de Pita Amor y de sí misma, Nadia López García.

Los bordes de una y otra se confunden para integrar un solo (auto)retrato lector, o un díptico de dos mujeres mirándose, reflejándose, y volteando a ver a la lectora: «Y ella también se liberó, con la escritura, al menos por un rato. Y yo también, al leerla. Y tú, si te animas», escribe Alaíde Ventura Medina sobre Guadalupe DueñasPorque en todos los textos hay algo de complicidad, confesión, carta íntima, diario, en el que se percibe una voz cariñosa que realmente quiere hablarle a lectoras jóvenes.

Es el tono que establecen desde su prólogo las editoras Arianna e Ilse: «Cuando decimos que este libro es la experiencia más bella y retadora que hemos tenido, también estamos diciendo que aquí hay amor, escucha, gratitud, amistad, y charlas, risas, acuerdos, desacuerdos, equipo. Este libro se hizo en medio del caos, de los corazones rotos, de las felicidades absolutas, del trabajo de madrugada, de las fiestas, de los sustos de la maternidad, de las complicidades entre amistades de antaño y de las que se formaron hace unos meses. Este libro se hizo pensando en que, quizá entre todas, podamos encontrar caminos, encontrar otras maneras de ver el mundo».

La selección es impecable, díptico o tríptico con las ilustradoras, todas son tal para cual: María Luisa Puga y Andrea Chapela ilustradas por Maricarmen ZapateroAdela Fernández y Lola Ancira ilustradas por Mónica Figueroa; Enriqueta Ochoa y Clyo Mendoza ilustradas por Mariela Perea; Amparo Dávila y Dahlia de la Cerda que dice «Me voló la cabeza. Entré en éxtasis. No podía creerlo. Me encantó el trato que Amparo le daba a las mujeres: eran personas complejas, llenas de matices, protagonistas de sus propias historias. Nunca había leído a un autor que tratara a las mujeres como personas», ilustradas John Marceline

Tal para cual y enlazando generaciones: Rosario Castellanos y Jazmina Barrera, «Años después descubrí que mi bisabuela Clementina Batalla le escribió una carta a Rosario —a la que conoció sólo una vez— que nunca se atrevió a mandarle», ilustradas por Mariana RoldánPita Amor y Nadia López García, ilustradas por Monillus; Elena Garro y Olivia Teroba, «Conocer a Elena me ayudó a entender mejor mi escritura, e incluso a mí misma», ilustradas por Maga Rey; Josefina Vicens e Isabel Zapata, ilustradas por Renata Galindo; Guadalupe Dueñas e Alaíde Ventura Medina, ilustradas por Fabiola Espiga; Nellie Campobello y Socorro Venegas, ilustradas por La borrega viuda; Antonieta Rivas Mercado y Aura García-Junco, «Aquí me obligo a pensar en mí, en el momento en que me di cuenta de que tenía pocas amigas», ilustradas por Rosario Lucas; María Sabina y Yásnaya Elena A. Gil, ilustradas por Lucía Sarabia; Sor Juana Inés de la CruzYolanda Segura, ilustradas por Rey Rey, La Mulata de Córdoba y Jumko Ogata, ilustradas por Pats Peimbert.

Incluye además un testimonio de Amanditita sobre su camino lector donde dice: «La elección de leer un libro antes que scrollear en redes sociales es un acto de resistencia contra la gratificación instantánea y la cultura de la inmediatez. La lectura se ha convertido en un acto de rebeldía»; y un prólogo de Vivian Abenshushan, ya mencionada al principio de esta entrada, que es un elogio de la rebeldía que supone este libro-manifiesto: «Las palabras de todas estas escritoras son una afirmación: reclaman el derecho a existir a su manera. En lugar de callarse, como se esperaba de ellas, decidieron escribir o cantar o hablar en público y, al hacerlo, ampliaron su mundo (y también el nuestro). Fueron lúcidas, ácidas, respondonas, vibrantes, y gracias a ellas ahora podemos tomar desvíos para no entrar en la boca del lobo».

Vivian cita a otra gran escritora para jóvenes y pensadora contemporánea, Graciela Montes: “nos sentimos sin espacio cuando no podemos hacer nada de lo que, por nuestra voluntad y deseo, queremos hacer, y sólo hacemos lo que nuestra posición en el mundo, nuestra condición social o nuestra función nos obliga a hacer. En esos momentos nos sentimos en una celda”, pero, continúa ahora Vivian, «la comunidad de escritoras aquí reunidas descubrió el antídoto. Para ellas, leer y escribir fue el modo de ensanchar el espacio, incluso en las circunstancias más adversas. Esa fue su tarea de por vida: la construcción de un lugar donde habitar a través del lenguaje».

El explosivo diseño de Guadalupe Molina Cervantes y la iconografía de fanzine de Pamela Garduño Cruz, merecen una mención especial; constituyen un discurso visual que cohesiona y armoniza esa diversidad de voces con tres tintas y una estética entre punk y noventera que mantiene el interés en la materialidad del libro de principio a fin. Por si fuera poco, incluye un cartel desplegable, que envuelve como fajilla al libro, y una infografía final, con ilustraciones de Skvllflower, que cuenta el camino que recorrió el libro antes de que llegara a manos de lxs lectorxs. Allí se evidencia que participaron puras mujeres.

Me contó la periodista Daniela Rea que un libro hermano de Nuestras resistencias es Tribu de lectoras de Libros B4tipos (Ediciones B, 2023, México), un colectivo célebre por su maratona de lectura Guadalupe-Reinas.

 

Ella se siente a veces… Una historia de Alaíde Foppa de Áurea Esquivel y Ely Galvar, Centro Cultural Universitario Tlatelolco/UNAM, 2022, México.

Otro que podría sumarse igualmente al inventario de «lecturas dialogadas» de Nuestras resistencias (en versión extendida) es Ella se siente a veces… Una historia de Alaíde Foppa de Áurea Esquivel y Ely Galvar (Centro Cultural Universitario Tlatelolco/UNAM, 2022, México),

Se trata de un poema gráfico o cómic poético, que algunas personas llaman «poecomic», que nos sumerge en la escritura y deseos de la poeta y defensora de los derechos humanos, Alaíde Foppa, sin elaborar una biografía (esa se asoma en el prólogo de Áurea Esquivel y en una nota final). Nos propone una experiencia de lectura inusual, más libre e «inmersiva», a partir de siete poemas de Alaíde, tomados de su libro Elogio de mi cuerpo (1970).

«El sueño», «El aliento», «Los ojos», «Las manos», «El sexo», «Los pies» y «Ella se siente a veces» provocan ecos textuales y visuales, cada doble página, que recuperan un cuerpo que perdimos, pues Alaíde fue víctima de una desaparición forzada del ejército guatemalteco en diciembre de 1980.

Fragmentos de sus poemas: «No sé de dónde viene / el viento que me lleva, / el suspiro que me consuela, / el aire que acompasadamente mueve mi pecho / y alienta / mi invisible vuelo», y sus resonancias (escritas por Áurea Esquivel): «Ahora / podemos desvanecernos, / suspender nuestra existencia / y dejar que se disperse con la corriente. / ¿No te alivia?», generan un efecto onírico en el que Alaíde se habla a sí misma y a las lectoras creando un potente «Nosotras»: «No me van a lastimar. Vamos a reír» «Ven, vamos».

Sobre esta exploración, Áurea Esquivel cuenta en el prólogo: «De ningún modo pretendimos reescribir su poesía, sino más bien jugar con la idea de representar el posible movimiento de las voces internas (sus dudas, certezas, preguntas, deseos) y las voces externas (sus poemas como los conocemos) de su proceso creativo».

Áurea es una amiga cercana y colaboradora de este blog; especialista en cómic y responsable de la Biblioteca «Alaíde Foppa» de la Unidad de Vinculación Artística del Centro Cultural Universitario Tlatelolco (UNAM), quien editó este cómic, así que leer esta propuesta me entusiasmó especialmente: es una muestra de su congruencia y de cómo se compromete con los espacios que habita para que las prácticas artísticas generen transformaciones sociales que convoquen a los públicos jóvenes.

 

La desobediente de Paula Bombara, Loqueleo, 2021, Argentina.

«Querida Margaret, días atrás me preguntaste por mi discípulo. Pues bien, Viktor Frankenstein vino a verme meses después de que Florence comenzara a concurrir al laboratorio. Pero antes quiero relatarte lo sorprendente que fue para mí el desempeño de mi sobrina como incipiente investigadora».

Con una estructura epistolar, sostenida por «puestas en abismo» (narraciones dentro de narraciones), que homenajea al propio Frankenstein (1818) de Mary Shelley y otras novelas góticas como El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1888) de Robert Louis Stevenson o Drácula (1897) de Bram StokerLa desobediente de Paula Bombara, (Loqueleo, 2021, Argentina), condujo a su reconocida autora a un siglo inédito en su obra que le implicó realizar una mímesis asombrosa de la escritura decimonónica. Es tan prolija y lograda que uno tiene la sensación de haber encontrado los capítulos perdidos de una versión extendida de Frankenstein.

Bombara retoma a unos personajes secundarios muy incidentales, los profesores de Víctor Frankenstein, para enmarcar una nueva historia, paralela a la de la criatura, en la que el profesor Waldman y su familia adoptan a Florence, una joven que intentará abrirse camino como científica en un mundo cancelado para las mujeres, pero del que ya hay señales de una exigencia colectiva:

«Conversando sobre cuánto había sufrido mi madre y leyendo juntas un texto de Mary Wollstonecraft que Fanny le había enviado, la Vindicación de los derechos de las mujeres, la tía me confió que luego de casarse contigo su carrera dentro de la botánica se había visto truncada».

Florence sería una gran amiga de Faith, la protagonista de El árbol de las mentiras de Frances Hardinge (Ediciones Castillo, 2017), que también debe burlar las muchas reestricciones de su tiempo para estudiar. Florence consigue entrar a la universidad haciéndose pasar por «Daniel» y con la complicidad de otro profesor: «Luego agregó (…) que trabajar con personas tan comprometidas y entusiasmadas como nosotras era revitalizante, y que apoyaba el movimiento de vindicación de las mujeres en las ciencias y en la academia toda. ‘La revolución, en este momento, debe ser silenciosa. En un tiempo, cuando sea sólida como la roca, va a estallar y conquistar. Semper fortis!‘, sentenció». 

Cuando consiga completar su sueño de estudios, Florence le escribirá una carta a su tía, la carta final de la novela, en la que comparta nuevas inquietudes como la de hacerle entender a su marido que la ayude con la crianza de su hija y aprenda «a limpiarla, a alimentarla y a dormirla», pero también ilusiones como ver crecer a esa «enérgica mujercita»: «¡Otra mujer que trae una música nueva a mi vida!».

 

De qué silencio vienes de Libia Brenda, BUAP, 2023, México.

 
Existen libros que uno siempre ha querido tener pero se agotan o no llegan a la librería de confianza o son muy costosos o los vimos una vez y luego nunca más (a veces uno desoye las serendipias) o nos recomiendan pero se escabullen…
 
De qué silencio vienes de Libia Brenda (BUAP, 2023, México), parte del colectivo Cúmulo de Tesla que escribió Mis pies tienen raíz, es ejemplo de otra categoría: libros que no existían pero que uno llevaba esperando mucho su publicación; diez años, en mi caso. Porque hace más o menos una década que conozco a su autora y la considero una de las mejores editoras con las que haya trabajado (la primera mexicana, por cierto, en ser nominada al Premio Hugo (el primer mexicano fue Guillermo del Toro) por editar la antología bilingüe de ciencia ficción: Una realidad más amplia ), así que leer un libro de cuentos suyos era la crónica de una felicidad anunciada por cada texto que había leído de ella antes: desde cuentos sueltos hasta reseñas de libros, pasando por tuits libiescos, comentarios críticos de mis textos y hasta mails: siempre impecablemente escritos.
 
Cuando finalmente tuve en mis manos su primer volumen de cuentos De qué silencio vienes me emocioné mucho y sentí una ansiedad por empezar a leer como las que proclamaban los fans de Harry Potter esperando la siguiente entrega de la saga. Abrí el libro en el trayecto del metrobús a mi casa y leí su «prolegómeno», que me hizo buscar en el diccionario: «Tratado que se pone al principio de una obra o escrito, para establecer los fundamentos generales de la materia que se ha de tratar después». Y sí, Libia nos explica la existencia de ese libro enlistando hechos sin un orden cronológico, en clave de multiverso, una forma que ya anticipa el fondo especulativo o de ciencia ficción que nos espera en todo el volumen: «Este libro se terminará de escribir si llega a perderse el último ejemplar y se extravía también todo registro de su contenido y de su autora, pero si no, quizá no acabe de escribirse nunca».
 
Esa misma noche, exhausto y con Mariela a mi lado, ya dormida, leí el primer cuento a la luz de la linterna de mi celular: «El refugio de la memoria» y fueron apareciendo enseguida las imágenes de ese mundo distópico, desértico, que me trasladó a Dune, tan vívido que me dio sed, y se me antojó verlo como cómic o adaptado al cine. Y ahí, también, la renuncia de una hija joven al hogar, a la casa de su padre adoptivo, que representa una ley parental opresiva y poco fiable, para emprender una huida con otras mujeres: «Estamos a punto de adentrarnos en el desierto y no sabemos qué vamos a encontrar cuando lleguemos del otro lado del Muro. Pero sé que prefiero ir hacia lo desconocido en buena compañía que permanecer a merced de una persona en la que no confío».
 
Esa poética, política, antipatriarcal y de cuidados, se mantendrá en varios cuentos y muy claramente a la mitad del libro en «Retoños», la historia de un enigmático grupo de mujeres, en una longeva Compañía, que ayudan a una joven a librarse de una relación machista; en el antepenúltimo cuento «Cuál el silencio» en el que su protagonista descifra el enigma, siempre transmitido por mujeres, del principio y el fin del lenguaje; y en el cuento final, «Estética Suzi«, en el que una chica salva a su mejor amigo, un chico trans, de que le borren la memoria. Este cuento, el único escrito especialmente para este volumen, es la pieza con la que Libia Brenda hace que se cierre su estructura circular, llena de intertextualidades, pues la trama ocurre en el mismo universo del primer cuento.
 
Pero más allá de las tramas, la elasticidad de Libia para acuerpar las voces narrativas de sus distintos personajes es notable. Si el protagonista es un monje, su prosa se vuelve poética y mística, si es una adolescente atrapada en una distopía, el fraseo en primera persona se torna ágil y coloquial intercalado con textos informativos que parecen salidos de un altoparlante. También hay voces más íntimas, de diario; desdoblamientos que se sienten autoreferenciales; ritmos sostenidos y monótonos en el día a día de una oficinista que de pronto se quiebran con lirismo cuando descubre mensajes secretos; y descripciones que denotan una comprensión profunda de la psicología humana. «Vestigios de un extraño», por ejemplo, me hizo pensar en el atormentado Ged, el mago de Terramar de Ursula K. Leguin y «La torsión de Dios», en los personajes devotos, pero rebeldes de Verónica Murguía. Sin duda, Libia Brenda conversa con ellas y se suma a mi compañía de escritoras de cabecera. 
.
 

El vestido de María Teresa Andruetto y Ana Luisa Stok, Diego Pun Ediciones, 2023, Islas Canarias.

Aunque no está protagonizada por una joven, la voz en El vestido de María Teresa Andruetto y Ana Luisa Stok (Diego Pun, 2023, Islas Canarias) conversa bien con los libros anteriores por la forma en que su autora ensaya tres finales distintos para una misma historia de afirmación del propio deseo y resistencia a la violencia machista.

Miriam es la madrina de casamiento de su sobrino Diego, el único hijo de su única, adorada y ya fallecida hermana, Elba. Por eso quiere ir muy bien arreglada y se compra un vestido azul bordado de lentejuelas, que pagará en cuotas. Por eso no quiere irse antes de bailar el vals con su sobrino, como corresponde a la madrina. Pero Toto, el marido de Miriam, acostumbrado a que se haga su voluntad, se siente incómodo en esa fiesta de gente rica, y quiere irse, ya. 

«Ella se pone rígida, se contiene hasta donde puede, después le pide al oído… -Por favor, Toto…».

La punzada en el pecho, la angustia que irá creciendo, la furia contenida y luego, ya en la intimidad del auto y no delante de su sobrino y los invitados, para no hacerlo pasar un mal rato, la tristeza, la frustración, expresadas en voz alta:

«Fue cuando nacieron los chicos que empezaste a cambiar. Cuando nació Marcelo empezaste, ¡y cómo! Te volviste contra mí, te sentías orgulloso de vos, más orgulloso cuando más me humillabas. ¿Orgulloso de qué?, me pregunto. Tengo ganas de gritar, de gritar como una loca, y de llorar, pero no puedo. Es que tengo tanta bronca, tanta, que creo que hasta podría matarte un día de estos. Buscar un cuchillo en la noche y cuando estés dormido, roncando como un chancho, clavártelo en el cuello. Cuidado, Toto, mucho cuidado conmigo, mirá que soy capaz de hacer cualquier cosa, cualquier barbaridad…».

Pero este no es el final, es la consecuencia de una vida de disparidades, disentimientos, contada en flashback por Andruetto, una vida, la de Miriam, que fue orillándose, desenfocándose, pasando a un segundo plano, después de que se casara y Toto le pidiera que dejara de trabajar en esa fábrica de cristal, sólo de mujeres, dirigida por hombres; una vida que ya la había apartado también de su hermana Elba, casada con un hombre que asciende económicamente y la mira hacia abajo, a ella, su cuñada, mientras ella padece, al lado de Toto y con dos hijos, las crisis, la dictadura militar, el nido vacío.

El final del último cuento, el final que se nos queda en la memoria, me recordó otra imagen final, del álbum Mujer pájara de Ethel Batista y David Álvarez (FCE, 2021, México), un salto y un vestido que queda flotando, suspendido, mientras el deseo de la mujer pájara, de Miriam, vuela.

Tres veces nos cuenta María Teresa esta historia, enmarcada en la fiesta de casamiento; tres formas de cuidar un cuerpo que ha resistido demasiado, un vestido que le devuelve dignidad; tres formas de resistir, de cuidarse. 

Mi impresión, después de leer las tres versiones, fue la de haber visto una misma pintura y sus rastros. Como el llamado «pentimento», esas marcas de una pintura anterior que han sido cubiertas por el o la artista con capas posteriores de pintura. Las marcas pueden aparecer a medida que la pintura envejece y las capas superiores se vuelven transparentes, revelando lo que yace debajo, el proceso creativo del artista y cómo evolucionó una obra a lo largo del tiempo. Pero, en algunos casos, El vestido sería uno de ellos, los pentimenti pueden ser intencionales, agregados por el artista como parte de su técnica para crear una sensación de profundidad o para ajustar la composición.

Profundidad, fondo, en esta época de superficies, es lo que consigue Andruetto, a lo que nos tiene acostumbrados, de la mano de la ilustradora Ana Luisa Stok, en este libro pentimenti que revela, en capas, la posibilidad de un desvío, que invita, como decía Úrsula K. Leguin, a rebelarse en lugar de resignarse. 

 

Entradas relacionadas:

Por sus perspectivas femeninas, en este itinerario podrían haber entrado varios libros más de los que publiqué en mi entrada con la ruta anual como Arrullo de luciérnagas, La Caperucita criolla, La reina de la torre, La Quitapenas, Mandrágora o Myrtho, te llama el director , espero incluirlas sus reseñas en entradas más adelante. Aquí algunas otras entradas en donde he reseñado libros que conversan con los de esta:

¡Ugh!, o al principio contó una niña…

Infancias femeninas dibujadas en el poema, por Blanca Hernández Rojas.

El problema de las narrativas de empoderamiento para niñas, por Macarena García González

¡Basta de callarnos! La voz que protesta en el álbum político y comprometido

Madre Medusa y el deseo de una hija

Gloria, palomas y perros. Un cómic de Carmen Segovia por los 100 años de Gloria Fuertes

¡Feliz Día de la Niña! Grandes heroínas imaginadas por escritoras audaces

¡No se olvida! Resistencia y desapariciones en la voz de 8 escritoras

 

Entrada No. 244
Autor: Adolfo Córdova. 
Ilustración de portada: Atenea Castillo para Mis pies tienen raíz (Océano, 2021, México).
Fecha original de publicación: 19 de marzo de 2024.

 

2 Comentarios »

  1. gracias Adolfo, tu lectura tan lúdica y reveladora. Me encanta compartir este espacio con dos libros primos y hermanos. ¡muchas gracias!

Comparte tu opinión, deja un comentario.