«Repensar el concepto expandido de lectura para considerarla un acto de empatía que nos permite leer y resonar con esas otras personas humanas y no humanas con las que estamos entrelazadas. Resonar, leer esos yo-textos-cuerpos que sufren, que faltan…», escribe Martha Riva Palacio Obón en este texto invitado, y recuerdo a la editora maorí, Eboni Waitere, reclamando más publicaciones de escritoras y escritores de pueblos originarios en donde se cuenten esas historias que faltan, que narran su identidad, pero también cualquier otra historia en donde esa identidad, originaria o indígena, no sea ya un tema.

Escuché a Eboni en una mesa sobre literatura infantil y comunidades originarias coordinada por Dolores Prades en la más reciente edición de la Feria del Libro Infantil de Bolonia, realizada del 8 al 11 de abril, en la que también participó Aviaq Johnson, escritora inuk, de Canadá; Nat Cardozo, autora uruguaya, cuyo libro Origen (Zorro Rojo, 2023), inspiró el tema de la mesa; Nicola Robinson, directora de publicaciones de la Indigenous Literacy Foundation (ILF) de Australia, una invitada de último momento pues el día anterior se anunció que esa organización ganó el Premio Memorial Astrid Lindgren 2024; además de los escritores David Unger de Guatemala y Victor D. O. Santos de Brasil, ambos radicados en Estados Unidos; y el editor estadounidense Jason Low.

Eboni Waitere. Foto: Priscilla Brossi.

Allí, Eboni Waitere, editora y directora de Huia Publishing, que desde 1999 publica libros con la perspectiva de los pueblos del Aotearoa (Nueva Zelanda), empezó por ponerse de pie para agradecer la invitación y honrar el maorí, el idioma de sus ancestros (los fantasmas que la habitan, diría Martha), en resistencia a los relatos unívocos y totalizadores en donde una lengua, como el inglés, impone un mundo, destruye otros. «Relatos que destruyen y silencian a otros…», de nuevo anticipando el texto de Martha.

Fue precisamente porque se trataba de una mesa que puso el foco en los pueblos originarios, históricamente víctimas y sobrevivientes de genocidios, que pedí un minuto de silencio para recordar a los ya 14 mil niños, niñas y adolescentes, desde recién nacidos hasta chicxs de 17 años, asesinados por el Estado de Israel en Gaza, según cifras de UNICEF. Crímenes calificados por la ONU como genocidio (ataque directo, bloqueo de ayuda humanitaria, bombardeo a hospitales, desplazamientos forzados…).

Hasta donde pude ver, y lo comento para dar continuidad a las entradas que he publicado en los últimos meses contra la guerra y, en particular, a propósito de la Carta por la Solidaridad con Palestina en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, sí hubo otras muestras de solidaridad con Palestina en la Feria, volantes, carteles y retratos de niños y niñas palestinos en «el muro de los ilustradores» (varias paredes en donde pegan libremente muestras de su trabajo). Y la feria donó un stand para la iniciativa de Sarah Mazzetti y Andrea Antinori «Drawing for Palestina» en el que ilustradorxs donaron originales para recaudar fondos para la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo).

«Contar con esta plataforma requiere tomarlo con detenimiento y cuidado. Es necesario hacer una pausa, abrir espacio para reconocer todas esas voces-cuerpo que mientras hablo están siendo violentadas, suprimidas. Palestina, México, el mundo… Aquí, ahora… aquí les evoco y trato sin conseguirlo hacerles presentes», fueron palabras en el discurso de agradecimiento de Martha Riva Palacio cuando recibió el Homenaje de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca en octubre del año pasado. 

En esas palabras, que dialogan con las de su texto invitado, se pregunta «una y otra vez cómo narrar para las infancias y adolescencias, cómo hacer poesía y enunciar al mundo con toda su incertidumbre y belleza terrible en un territorio sembrado de fosas clandestinas donde hay más de cien mil personas desaparecidas. Muchas de ellas jóvenes y niñes. ¿Cómo escribir en tiempos de odio, de esclavitud, trata y madres rastreadoras? ¿Cómo narrar la crisis climática y las extinciones masivas? Muchas veces digo que ante esto que nos parte el corazón y desborda, siempre tendremos la posibilidad de asumirnos como testigos. Rendir testimonio por mí y nuestros vacíos y ausencias. Habitar esta casa embrujada… Como he mencionado en otros espacios, la escritura tiene una dimensión: crea entrelazamientos y disyunturas que nos permiten habitar de forma simultánea en distintos puntos del espacio – tiempo y ser multitud. Escribir para crear refugios: eso es lo que me impulsa a seguir buscando nuevas formas de estar presente, de rendir testimonio. Aquí es donde surge la esperanza, porque me rehúso terminantemente a aceptar que somos únicamente lo que dicta un sistema, un régimen mundial que se rige por la pulsión de muerte, el dinero y el goce».

 

Y continúa: «Recuperar la alegría, el amor, la esperanza, la ternura, todas esas palabras que nos da vergüenza pronunciar en voz alta porque nos han dicho que son ridículas pero que en realidad son parte de la resistencia. Creo que mi reto ahora es poder resonar, volcarme al mundo. Poner la voz, el cuerpo y sobretodo, escuchar. Nombrar con todas sus palabras nuestros duelos individuales y colectivos, ausencias, fantasmas, presencias inquietantes y seguir escribiendo hasta aprender cómo puedo seguir siendo furiosamente, feroz y destolongadamente esperanzadora».

Luego de regresar de aquella Feria, el 20 de octubre de 2023, publiqué la carta «Investigadores y activistas por la defensa de la niñez en Palestina» y la «Declaración de IBBY sobre la situación en Israel y Palestina». Entonces Save the Children contaba 3 mil 200 niñas y niños asesinadxs, ya entonces un infanticidio, la cifra actual supera cualquier tipificación.

Nuevamente invito a la comunidad lectora de este blog a que aproveche los distintos espacios privados y públicos que habitamos en favor de la niñez (ferias del libro, festivales, presentaciones, talleres, espectáculos… todas instancias a favor de la paz) para denunciar la violencia que siguen padeciendo niñas, niños y jóvenes en cualquier parte del mundo pero, en estos momentos, especialmente en Gaza.

Y agradezco a Martha su generosidad, siempre, permitiéndome publicar este ensayo que evidencia una poética de iteraciones, que se piensa a sí misma, y conversa con el pensamiento posthumanista y feminista contemporáneo (algo todavía poco habitual en el campo LIJ), y que escribió como ponencia para el Encuentro de Promotores de Lectura 2023, realizado por la Fundación SM en el marco de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca.

«Leer es rendir también un testimonio, volvernos testigos de una voz, un mundo…», escribe Martha, y nos invita a imaginar un mundo disidente del antropocentrismo, una casa memoriosa, una lectura llena de grietas que complejice y estreche, haga más permeable, nuestras relaciones con todos los seres.

Adolfo Córdova

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Lectura y disidencia:
una casa llena de espectros

por Martha Riva Palacio Obón*

Ilustraciones de Sólin Sekkur tomadas del libro de Martha Kitsunebi, fuego de zorro(Ediciones Castillo, 2019, México) para acompañar esta publicación.

 

Pido disculpas a quienes me han escuchado antes, como sucede con todos esos temas que nos fascinan y obsesionan, suelo repetirme y volver una y otra vez a los mismos sitios esperando encontrar todo eso que a veces se nos pierde en el camino mientras intentamos llevar a cabo esta labor ardua de habitar la incertidumbre para poder nombrar desde ahí al mundo. O al menos el pedazo de mundo que me toca, porque siempre es importante reconocer el horizonte, el trozo de planeta y vida, en el que estamos situadas.

            Por lo mismo y no me canso de volver a ello, es importante dar continuidad al ejercicio que nos proponen autoras como Donna Haraway en su libro Seguir con el problema y buscar ser y pensar de manera colectiva de dónde y cómo surgen las historias. Qué clase de historias generan nuevas historias que también podrían ser líneas de pensamiento, importa y mucho. Reflexionar en colectivo sobre la lectura puede servir para tender redes y tal vez, sólo tal vez, comenzar a sanar.

            Para mí, la reflexión en torno al tema de la lectura es en sí un acto creativo, volcánico, que implica romper y renovar constantemente nuestros paradigmas para evitar, espero, caer en la inercia, en esta terrible lógica de la producción en serie de la que tanto nos previene Federico Campagna en Técnica y Magia.

            El primer acto de disidencia consiste en volver al concepto mismo de lectura y recordar que éste se ha ido transformando, que hubo épocas en los que la lectura era una actividad colectiva, anclada todavía aún más a la oralidad. La lectura en voz baja vino después. En algunas partes, el simple hecho de aprender a leer sigue siendo aún en nuestros días una forma de resistencia. Lecturas, relecturas, leer entre líneas buscando lo que se busca silenciar. Escrituras, reescrituras, encontrar un sentido propio entre tachones…

            Vuelvo al silencio: hay que tomar distancia y ser suspicaces con estas posturas que abogan a favor de un lenguaje totalizador en el que no se deja espacio para la incertidumbre y eso, esa dimensión inefable de la realidad que va a estar siempre más allá del habla. Y para eso, es necesario saber perderse. Lo importante, creo yo, es aprender a dialogar con lo desconocido, el misterio y abrirse a la incertidumbre. En Una guía sobre el arte de perderse, Rebecca Solnit menciona: “La pregunta, entonces, es cómo perderse. No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo, y en algún lugar de la terra incógnita que hay entre medias se extiende una vida de descubrimientos.” Es estar cómodes con el enigma. Así que busco también generar aquí más preguntas que respuestas.

            En efecto, ¿cómo podemos perdernos y adentrarnos en lo desconocido?

            Soltar lo que pensamos de la lectura y abordarla desde un campo expandido. ¿Cómo se hace eso? Soltar mis definiciones de lectura implica soltarme a mí misma, a eso que dicen me identifica y ahí es donde surge la resistencia, los mecanismos de defensa. Porque no siempre queremos soltarnos, también nos afecta aquí el vértigo. Dar el salto, ver qué hay más allá del fin del mundo, del borde del mapa para darnos cuenta que los espacios en blanco en realidad están repletos de vida y de relatos alternos… Todo para atrevernos a preguntar, ¿y si eso que llamamos realidad no es lo que he pensado que es hasta ahora? ¿Qué será entonces?

            El mundo, ese libro arquetípico que muestra un relato distinto según quien lo lea. El mundo que es uno para las cianobacterias, los ciempiés y yo, humana… La realidad, ese gran texto en el que estamos inmersas. “¿mo buscar aquella cosa cuya naturaleza desconoces por completo?” pregunta Meno a Sócrates.  Le hago coro parafraseando a Rebecca Solnit: Perderse a una misma, rendirse como un acto placentero, voluptuoso, que nos trae de vuelta al aquí y ahora. Perderse como un acto consciente, un estado anímico, psíquico al que se llega a través de la geografía (o el texto). Shul, sigo con Solnit, es una marca que deja alguien o algo tras su paso. Seguir un sendero, sumergirse en el punto intermedio entre el ser y no ser para descubrir aquellas cosas cuya naturaleza desconocemos pero que, de encontrarlas, habrán de transformarnos por completo…

            Shul: concebir la lectura como sendero. Seguimos el rastro que dejaron quienes pasaron antes de nosotras. Lo que hay al otro lado del renglón, nos transforma. Leemos para responderle a Meno: “¿mo buscar aquella cosa cuya naturaleza desconoces por completo?”

            El Capitaloceno, nos dicen Donna Haraway y Anna Lowenhaupt Tsing, se caracteriza por la pérdida de espacios y tiempos de refugio. Subrayo aquí la palabra tiempo. La lectura crea refugios y por lo mismo, nos toca repensarla, problematizarla, hacer un trabajo permanente de descolonización para reconocer también todas esas violencias que la atraviesan, esas voces que canibalizan y silencian a otras voces-cuerpos.


    Es necesario repensar la lectura fuera del discurso capitalista del poder que la aborda únicamente en términos de productividad y tiende a considerarla únicamente como una herramienta para coptar y moldear nuestra imaginación. Es necesario recordar que la lectura -que tiene un origen ritual al igual que la poesía, la danza y la escritura- puede ser antes que nada una forma de perdernos a nosotras mismas. Un “hacer nada” que es hacerlo todo. La lectura, si así lo queremos, nos permite resonar con esa dimensión inefable del mundo que siempre estará un paso más allá del lenguaje. Eso que es misterio, esa dimensión desconocida que, como decía Georgia O’Keeffe, nos impulsa a buscar adentrarnos cada día más y más en ella. Tanteando, explorando, recuperando pequeños trozos que tras varias horas de reflexión y trabajo o a veces, a través de un relámpago súbito de inspiración e intuición, logramos convertir en palabras y/o imágenes.

            Hay algo intangible en ese proceso de elaboración simbólica que acompaña a la lectura que simplemente no puede ser cuantificado. Y ahí, surge una brecha que se vuelve refugio, espacio de disidencia. Y digo que la lectura “puede” ser una forma de perdernos a nosotras mismas para encontrar aquello que ha de transformarnos porque es importante evitar idealizarla. La lectura, siendo un medio que permite acceder al inconsciente colectivo de toda una población, siempre estará en disputa entre distintos intereses y facciones. Relatos que destruyen y silencian a otros…

            Pero sin adentrarnos más en eso y volviendo a la lectura como refugio, llegamos a la casa. Podemos pensar a esta como un tema, sí, pero también como una metáfora de los distintos procesos que acompañan a la lectura. En La poética del espacio, Bachelard dice: «En resumen, en la más interminable de las dialécticas, el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños. Desde ese momento, todos los refugios, todos los albergues, todas las habitaciones tienen valores de onirismo consonantes.” 

            Las casas (que puede ser departamento, cabaña de hobbit, nave, barco… hogar) se habitan también con nuestros sueños. En nuestra imaginación, la casa es un organismo vivo que echa raíces y ramas volviéndose un canal entre el cielo y el inframundo. La casa, pues, existe entre el cielo y la tierra. Enraizada, es refugio pero también umbral. La casa vive, respira, tiene sus propios sonidos y lenguaje. Es una entidad ambivalente, casa panza de ballena que a veces nos devora.

            De mis casas favoritas en la literatura, está la de Baba Yaga, con sus patas de gallina, dando vueltas dentro de una cerca de calaveras. La lectura nos muestra cómo pedirle que se detenga y nos deje entrar al punto más cálido, luminoso y terrible del hogar. De muy pequeñas, cuando apenas estamos cobrando consciencia de nosotras mismas, la casa es el cosmos. Conforme vamos creciendo, el mundo se va expandiendo. Ya luego nos aventuraremos al bosque, jardín, calle jungla baldía. Pero primero, es la casa.

            Nuestra primera casa, sabemos, nos han dicho, lo intuimos como se intuye la verdad detrás de los mitos, fue el cuerpo de nuestra madre. En el imaginario infantil, las casas viven, mutan… Casas animadas en las que hacemos una travesía, nos perdemos, morimos, renacemos y al momento de dormir, nos toca hacer el arduo tránsito de la noche al día. Ahí, enfrentamos a las fuerzas cósmicas de la luz y la oscuridad, orden y entropía. Casas textos libros entidades que de día son una cosa y que de noche se transmutan en reino de pesadillas pero también zona de prodigios y asombro. Lectura, relectura, transmutación de lo cotidiano.

            Visitar físicamente nuestra casa de la infancia o a través de textos que nos la evocan, es recorrer todas las casas de los mitos y cuentos de hadas. La casa de nuestra infancia será siempre una casa embrujada.

            ¿Ya logré perdernos?

            Sigamos tejiendo nuestra red…

            Habría quizás que concebir la lectura como una casa.

            Las casas son espacio – tiempo acotado, al leer creamos en nuestra imaginación en nuestro cuerpo, un espacio virtual, tridimensional en el que -como sucede con aquellos libros que nos han marcado- habitamos a veces de por vida. Cada texto construye una casa. Hago aquí una invocación.          

Y también un juego de asociación libre: si la lectura es una casa, ésta también es susceptible de estar embrujada. Como dice Michélle Petit, aún al leer en voz baja, estamos replicando en nuestra mente el eco de los primeros arrullos, de las primeras voces que nos ayudaron a crear un vínculo con el mundo. La voz de ese otre que nos hizo comprender el sentido profundo de la palabra Yo. Es así como en esas cadencias primordiales que suenan al fondo de cualquier texto que leamos, estamos recreando una y otra vez el momento del pacto.

            En Fragmentos del discurso amoroso, Roland Barthes menciona que la figura amorosa surge de dos frases en suspenso. Fantasma exquisito que nos permite acariciar la piel misma del lenguaje y estremecernos. (Aquí parafraseo sin ninguna reserva a Barthes, un guiño para recordar que la lectura es un acto físico que implica a todo nuestro cuerpo.) Leer es invocar, habitar un espacio virtual en el que nuestros fantasmas dialogan entre sí. Voz más cuerpo más sonido, leer es igual a reverberar. Nuestro cuerpo es nuestra primera casa. La lectura es antes que nada un acto físico que, como decía antes, está vinculada-anclada, a la voz, al cuerpo. La imaginación surge del cuerpo, es cuerpo. Somos cuerpo casa que imagina.

            En la lectura, está también el sonido. El texto es una partitura que marca el ritmo de nuestra respiración. Salomé Voegelin define el sonido como un cuerpo fluido que nos llena con nuestra propia forma. Somos cajas de resonancia, reverberamos y nos rendimos a las mil voces (incluida la nuestra) que al leer nos llenan con nuestra propia forma.

            Somos médiums.

            Mucho de lo que se canaliza al momento de la lectura, se queda en la experiencia. Siempre va a haber algo que se perderá al momento de transcribirla.

Doy ahora un salto cuántico hasta el otro lado de esta telaraña que he ido tejiendo. (Pido perdón por caer de nuevo en mis obsesiones…). Karen Barad plantea que la física cuántica perturba muchas de las nociones epistemológicas y ontológicas clásicas que hemos dado por sentado e indagar en esta perturbación abre nuevas líneas emocionantes de pensamiento. Uno de los conceptos que retoma es el entrelazamiento cuántico: dos partículas pueden compartir un mismo estado aún si se encuentran a miles de kilómetros de distancia una de la otra.

            Y esto nos conduce a lo que se conoce como efecto espectral a distancia: cuando algo afecta una de las partículas entrelazadas también su contraparte se ve afectada aún estando en distintos puntos del espacio-tiempo. El entrelazamiento cuántico se parece al amor, pero no lo es.

Como dice Karen Barad, la materia se encuentra entrelazada con su propio fantasma. Parafraseo, hoy ando muy parafraseadora, la lectura de la realidad contiene (dis)yunturas y entrelazamientos. Efecto espectral a distancia, éste es un concepto que puede retomarse al hablar sobre lo que sucede durante la lectura. Todas hemos sentido en carne propia lo que le sucede a los personajes de un libro, o resonado con los distintos matices y gradientes de tono que dan aliento a un poema. Leer implica perseguir a un fantasma que también nos persigue. O acompaña… porque también hay fantasmas buenos.

            Y también la memoria, la narración que construimos en torno al concepto de yo” siempre será fragmentaria. Contiene vacíos y silencios. Es decir, fantasmas.

            Decía antes que al leer construimos en nuestra mente-cuerpo un espacio virtual, una casa que poblamos también con nuestros fantasmas. Es decir, nos vaciamos en el espacio intangible, holográfico que surge de cualquier texto. Nuestro inconsciente se muda a esa casa, la absorbe. En ese sentido, la lectura misma tiene una dimensión espectral. El texto es una paradoja: simultáneamente es presencia y ausencia.

            Una última asociación: la casa es también un texto que leemos, que a veces nos acoge y otras nos descoloca. La casa es un libro en el que se encuentran los relatos “espectrales infantiles”, no sólo a nivel individual sino también colectivo. En la casa-texto, se desdibujan las fronteras entre lo público y lo privado. En Una guía sobre el arte de perderse, Rebecca Solnit recuerda-sueña con su casa de niña: “La casa era un lugar pequeño dentro de uno mayor, o una historia pequeña dentro de una mayor. Podemos imaginarnos las historias metidas unas dentro de otras, como muñecas rusas, de tal forma que en aquella casa estaban ocurriendo cosas terribles pero iban ligadas al acto de salvación que estaba teniendo lugar a una escala mayor, en el condado, y en parte era una reacción a la devastación que estaba teniendo lugar en todo el país y en todo el mundo.”           

La lectura nos invita a habitar esas casas embrujadas, volcar nuestro inconsciente entre las líneas de cualquier texto y traer a cuenta nuestros propios fantasmas. Es un proceso complejo que nos involucra por completo. Ese yo-que-lee es un yo que vive, sueña, desea pero que también es yo-cuerpo-atravesado por toda una serie compleja de afectos que van más allá de lo humano. ¿En este pensar la lectura como casa embrujada? ¿Cómo leer, por ejemplo en compañía de los fantasmas de esas otras especies que algún día compartieron planeta con nosotras? ¿Cómo se lee con nuestros propios silencios y ausencias que también son vacíos, ausencias colectivas?

            Repensar el concepto expandido de lectura para considerarla un acto de empatía que nos permite leer y resonar con esas otras personas humanas y no humanas con las que estamos entrelazadas. Resonar, leer esos yo-textos-cuerpos que sufren, que faltan…

            Leer es rendir también un testimonio, volvernos testigos de una voz, un mundo. Y aquí podemos quizás expandir aún más el concepto de lectura para incluir esas escrituras, esos textos más que humanos que nos abisman y precipitan a un tiempo geológico, profundo. Repito: seguir la epopeya de los fósiles y las placas tectónicas, leer el entorno y sabernos parte de una compleja red de afectos y relaciones simbióticas. Gaia, dicen Lynn Margulis y otras personas, es la simbiosis vista desde el espacio. La Tierra, nuestra casa, el libro del que formamos parte…

            Al final, creo que en gran parte la esperanza reside en que todos los textos tienen grietas y ahí, nuestros fantasmas pueden tomar refugio y soñar.

            Muchas gracias.

*Martha Riva Palacio Obón es escritora y artista sonora mexicana. Estudió la licenciatura en psicología y la maestría de artes visuales. Forma parte del colectivo de arte y ciencia Cúmulo de Tesla y es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Ha obtenido reconocimientos como el Premio Barco de Vapor de Literatura Infantil, el Premio Gran Angular de Literatura Juvenil y el Premio Hispanoamericano de poesía para niñas y niños.

Entre su obra publicada se encuentran Sueño y Sello, El mono infinito, Cielo adentro arriba, Orfeo, Lunática, Pequeño elefante transneptuniano, Frecuencia Júpiter y Las sirenas sueñan con trilobites. Ha presentado sus ensayos sonoros en espacios como Festival Tsonami, Radiophrenia, Sur Aural, soundpedro y el Museo de Arte de la Universidad de Arizona.

Entrada No. 245
Autor de la introducción: Adolfo Córdova. Autora del texto invitado: Martha Riva Palacio Obón.
Ilustración de portada: Sólin Sekkur para Kitsunebi, fuego de zorro (Ediciones Castillo, 2019, México).
Fecha original de publicación: 17 de abril de 2024.

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