La presencia de niñas protagonistas de cuentos es inaugural de la LIJ: Primero fue Caperucita. Ella nos condujo al bosque. Después, La Bella encaró a La Bestia para salvar a su padre y Gretel empujó a la bruja y liberó al hermano. Más tarde una sirenita («una niña extraña, silenciosa y reflexiva», escribió Andersen) renunció al mar para caminar hacia su deseo… Ya en la entrada Grandes heroínas imaginadas por escritoras audaces, de hace unos años, intentaba trazar una breve genealogía de personajes niñas o jóvenes (todavía muchos de estos sesgados por estereotipos de género y, aunque contados por mujeres, firmados por hombres) y luego una genealogía de escritoras que empezaron a contar otra historia de la literatura infantil. En esta entrada y en otra próxima recorreré más libros que se suman al sostenido y hoy más plural interés por representar a niñas y niñes. Aunque siga siendo grande la deuda con las infancias afrodescendientes y de pueblos originarios.

 

¡Ugh!

Jairo Buitrago y Rafael Yockteng. Babel/Ekaré, 2022, Colombia/Venezuela/España. 

«Ahora la gente vive en casas grandes, con puertas y ventanas, y patios enlosados, y portales de columnas: pero hace muchos miles de años los hombres no vivían así, ni había países de sesenta millones de habitantes, como hay hoy. En aquellos tiempos no había libros que contasen las cosas: las piedras, los huesos, las conchas, los instrumentos de trabajar son los que enseñan cómo vivían los hombres de antes. Eso es lo que se llama ‘edad de piedra’, cuando los hombres vivían casi desnudos, o vestidos de pieles, peleando con las fieras del bosque, escondidos en las cuevas de la montaña (…) donde las fieras no podían subir, o se abrían un agujero en la tierra, y le tapaban la entrada con una puerta de ramas de árbol; o hacían con ramas un techo donde la roca estaba como abierta en dos; o clavaban en el suelo tres palos en pico, y los forraban con las pieles de los animales que cazaban: grandes eran entonces los animales, grandes como montes».

Así inicia José Martí «La historia del hombre. Contada por sus casas», un ensayo, dirigido a la niñez, que publica en agosto de 1889 en el segundo número de su revista «La Edad de Oro», una de las obras fundacionales de la literatura infantil y juvenil latinoamericana.

Siempre sorprende volver a esa publicación y constatar cuántas bases sentó Martí para la literatura infantil y juvenil que se continúa explorando hasta hoy. Su texto podría servir de prólogo de ¡Ugh! Un relato del pleistoceno, el más reciente libro de Jairo Buitrago y Rafael Yockteng, editado por Babel en Colombia y coeditado por Ekaré para el resto del mundo, pero ¡Ugh! tiene ya su propio prólogo: una estampida de bisontes gigantes en un paisaje prehistórico y una tribu de pequeños homínidos en cacería. ¿Quién vencerá? Al parecer, el bisonte, que está a punto de aplastar al cazador cuando se inserta la doble página de la portadilla con el primer y único sonido escrito en este relato gráfico silente: ¡Ugh!

El recurso es cinematográfico, así que más que prólogo, podríamos llamarle teaser o secuencia de arranque. Lo que vendrá después es la vida diaria de esa tribu sorteando la megafauna y las inclemencias climáticas. Quizá se trate de muchos días distintos, sin embargo están condensados narrativamente en la estructura lineal y cronológica de un día. Termina con el regreso a la cueva, la guarida, y allí, sin temor a ser devorada y alumbrada por el fuego, una niña, que es muy observadora, empezará a dibujar sobre la pared rocosa el relato de las hazañas que acabamos de leer.

Sabemos que es una niña porque eso cuenta un epílogo, este sí escrito, y previo a los créditos finales, con una función más estética que narrativa: el texto reitera lo que acabamos de ver, pero lo hace poéticamente, con palabras que iluminan la cueva en nuestra mente.

La caverna fue distinta desde entonces. Ella supo cómo acercarse a la piedra, al corazón de la piedra. Hacer marcas indelebles, acariciar su superficie. Ella supo, antes que todos, que los pigmentos en la roca eran como las huellas que dejan las manadas. Hizo redonda la testuz del bisonte, hizo girar su brazo en alto para acercarse a la grandeza del mamut, perfeccionó sus rostros, el miedo y la fiereza (…) Usó minerales triturados, pétalos, granos de polen y bayas. Dejó que la piedra trazumara, que la caverna se transformara en una catedral. Observó la luz, se perdió en la luz, dibujó la luz (…).

Es el mismo efecto sorpresa que ocurre cuando leemos un cuento y hasta el final se muestra una sola ilustración. Este epílogo ilustra la última secuencia y la proyecta con una imagen de futuro: nos dice que esa niña se convertirá en la líder del clan. Una nueva narración, con raíz femenina, se va dibujando en la imaginación de las lectoras y los lectores. El álbum, que podría contar la historia del primer álbum de la humanidad, enlaza también con el reclamo feminista de reconocer a las mujeres como las narradoras primigenias, algo que ha expuesto Marina Colasanti a propósito de los cuentos de hadas y que la poeta Alicia García Bergua imaginó en su poema «Hace treinta mil años» (otro prólogo perfecto para ¡Ugh!).

El efecto de volver a leer, ahora con palabras, lo que acabamos de leer solo en imágenes, además de placentero, nos recuerda el poder de las palabras para fijar sentidos (¡y géneros!, antes de que nos lo dijeran, la niña, era niñe) y cómo bastan unas cuantas palabras para decir tanto como muchas imágenes. Una vez más, María Osorio problematiza la relación texto-imagen en un libro.

La travesía a grafito que hemos emprendido es visualmente asombrosa. Homenajea sutilmente al cine de ficción, caricaturesco, del «cavernícola», que desde la década de 1910 quiso contar aventuras prehistóricas que mezclaban humanos, primates con garrotes y dinosaurios, como aquel cortometraje de 1914: «La vida del hombre primitivo» («Brute force») de D.W. Griffith. Sin embargo el tono de ¡Ugh! es más documental, más cercano a «La guerra del fuego» de Jean-Jacques Annaud de 1981, sin que se trate, por supuesto, de un álbum informativo (solo usa sus recursos).

Sus autores no son dos paleontólogos, aunque el nivel de detalle de las ilustraciones de Yockteng bien le valdrían un doctorado honoris causa en esa ciencia. A estas alturas, podemos afirmar que Yockteng y Buitrago son la dupla creadora de álbumes de ficción más prolífica y vigente en Latinoamérica. Su primera colaboración fue dirigida por María Osorio, desde Babel Libros, en 2007 bajo el nombre de Emilianoun álbum protagonizado por un niño que pinta en las paredes de su cuarto y tiene de amigo imaginario a un dinosaurio.

Ese niño ha madurado. Desde él hasta la niña de ¡Ugh!, también editado por María Osorio, han pasado 15 años en los que suman 14 libros juntos (en algunos de ellos, han sido más trío que dupla, con María).

La obra de Jairo Buitrago, incluida su bibliografía sin Yockteng, puede leerse como un mapa lleno de rutas que conectan personajes y temas. Hay un personaje femenino sostenido. La niña curiosa de ¡Ugh! pareciera seguir contándonos su historia nómada en Camino a casa (2008), Eloísa y los bichos (2009)Dos conejos blancos (2015), Gabriela camina mucho (2016/2021), Al otro lado del jardín (2016), Al principio viajábamos solas y, sobre todo, en el reciente Los bisontes, una novela breve protagonizada por Liluye, una adolescente que se cambia el nombre buscando conectar con la que intuye su identidad más originaria y decide irse con su hermano mayor cuando muere su abuela. Eso la conducirá a un mundo más primigenio, habitado por un misterioso sabio y su coyote y unos bisontes. Un emotivo cuento ilustrado por Daniel Blanco Pantoja que también se cruza con El niño en el hotel al borde de la carretera).

Con Jairo recuerdo claramente lo que Borges decía sobre su propia escritura de ficción como reescritura, toda, de un mismo cuento. Una idea sobre la que el escritor argentino expuso variaciones: «Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz y basta con eso». 

Cada historia de Jairo Buitrago protagonizada por una niña propone una voz distinta y un regreso también a la misma niña que continúa buscando formas de acomodarse y relacionarse con otras y otros en un mundo adulto (y principalmente con un padre). Esta continuidad, estabilidad, también al lado de Yockteng, le ofrece a niñas, niños y jóvenes la posibilidad de pensar en la iteración misma como práctica artística y de experimentar la riqueza de los contrastes, amplificaciones, ramificaciones y multiplicidades entre lecturas emparentadas.

 

Otras narradoras primigenias

El epílogo que escribe Buitrago dialoga con el breve prefacio de Jean Clottes para Un bestiario de la prehistoria de la artista griega Ianna Andréadis (Petra ediciones, 2007, México / Zorro Rojo, 2011, España):

Hace más de treinta mil años, los hombres se adentraron en lo más profundo de las cuevas para dibujar animales, provistos de antorchas de madera de pino, con luces vacilantes. Ellos no hicieron esas pinturas simplemente por placer y no exploraron esas tenebrosas galerías sólo por el gusto de aventuras. Creían que penetraban en el reino de las fuerzas oscuras, en un mundo sobrenatural donde los animales-espíritu estaban presentes ahí en la roca, invocándolos con el trazo de su mano, listos a aparecérseles.

El genérico «hombres» para resumir «humanidad», evidencia la fecha original de publicación de este libro: 1998, Buitrago y Yockteng reescriben así esa historia: «Hace más de treinta mil años, una niña se adentró en lo más profundo de la cueva…».

Los bellos y sintéticos dibujos del bestiario de Andréadis son variaciones de los registros reales de diversas pinturas rupestres (que ubica al final del libro en un mapa). Su ejercicio quiere dar continuidad al trazo primigenio. Propone un viaje a otras cuevas posibles y convida las ganas de sumar un «garabato» propio.  

Y otra cueva:

La misma trama de ¡Ugh! plantea La niña invisible, de Puño, pero novelada. Otra chica prehistórica, que será también la primera mujer en liderar un clan y la que cuente y dibuje en la cueva, protagoniza esta novela ganadora de El Barco de Vapor 2018 en España. Aunque el personaje principal con su lobo-perro son entrañables, en buena medida gracias a las ilustraciones de Marta Altés, lo «prehistórico» funge más como decorado, que como contexto, para contar la trama de una familia actual caricaturizada, más en continuidad con Los Picapiedra que con la lograda saga juvenil Crónicas de la prehistoria de Michelle Paver o la célebre Los hijos de la Tierra de Jean M. Auel, por ejemplo.

Si bien la prosa es fluida y limpia, yo sentí los guiños de «complicidad» con los lectores impostados al igual que esa agenda de «empoderamiento para niñas» que ha analizado críticamente Macarena García González.

Mucho más «empoderada» resulta la pequeña vengadora de Valeria y los dinosaurios (Norma, 2020, Perú). Este modesto álbum, escrito por Ana Delia Mejía e ilustrado por Víctor Aguilar Rúa, fue toda una revelación.

Valeria ama jugar con sus siete dinosaurios, tanto que, según sus padres, ha dejado de cumplir con sus obligaciones. Así que la castigan quitándoselos. A Valeria le parece un castigo insensible y cruel. Seguramente a ellos «no les gustaría que alguien venga y se lleva su horrible jarrón chino que cuidan como si fuera un huevo de Iguanodonte». A pesar de su protesta, no le queda más remedio que portarse bien. ¡Pero será sólo una estrategia! ¡Tiene un plan! Cada día de la semana cumple con alguna obligación y sus padres le van devolviendo un dinosaurio. Cuando al fin los tiene a todos lo celebra con un juego, una puesta en escena que se anticipa en la portada y que no le causará ninguna gracia a sus papás. 

Con sencillez, mucho humor y un amplio dominio de la perspectiva infantil, este libro es una rara especie que no debería pasar desapercibida. Valeria se entendería muy bien con otras y otros como Petit, el monstruo, de Isol y la niña de Lunática de Martha Riva Palacio. 

El día de hoy se llama Agua. Muy temprano han venido los sacerdotes y los sabios que saben leer el cielo. Le cuentan a mi padre lo que han leído para que él lo pinte en su libro. Le cuentan cuándo la luna cubrirá el solo y el día quedará oscuro. Y por qué la primera estrella de la tarde cambia de lugar. Y en qué momento hay que sembrar el maíz. Y cuánto durarán las lluvias. Y muchas cosas más. Me permiten escuchar porque algún día seré yo quien tenga que pintar lo que dice el cielo.

Si con Valeria dimos un paso más atrás, para caminar entre dinosaurios, con Mi papá es un tlacuilo de Sandra Siemens y Amanda Mijangos (Lecturita Ediciones, 2021) daremos miles de pasos hacia adelante. De la cueva como lienzo al papel amate o la piel de venado al lado de otra contadora, una niña mexica «que escribe pintando», dibujante y narradora que aprende el oficio de tlacuilo de su padre en la víspera de la llegada a México de los españoles.

Este notable diario, escrito y dibujado (y que había tenido una vida previa con Ediciones Norma, ilustrado por Tania Juárez), da cuenta de los días de una niña conociendo el arte del códice como si lo estuviera reinventando o traduciendo desde su perspectiva infantil y femenina. Y eso hacen Siemens y Mijangos, no intentan esquematizar un posible diario «real» mexica, inspirado en las crónicas y los códices mismos (lo que podría haber derivado en la caricatura), «abren» las orejas y los ojos del personaje ficticio que retratan, son leales a ella:

Abro las orejas como se abre la mañana para descubrir los sonidos nuevos. Y hago tanta fuerza para mirar cada movimiento del cuerpo de mi padre que por la noche me duelen los ojos. Las palabras son mariposas transparentes. Hay que estar muy atento cuando pasan cerca.

La cueva y el fuego se vuelven libro y se llenan de colores.

Para cerrar, vuelvo a la prehistoria con algunos libros complementarios, estos sí de vocación científica (con toda la dosis de imaginación y ficción que implica también la ciencia).

Paisajes perdidos de la tierra es un libro objeto (por cuánto se apoya en su materialidad la experiencia de lectura) ilustrado por Aina Bestard (Zahorí Books, 2020, España) que me hubiera vuelto loco de niño y será un amuleto para niñas y niños con curiosidad paleontológica. Realizado con la ayuda del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, el colectivo creador guía una excursión por la historia geológica de la tierra llena de fauna y flora que parece sacada de un sueño o de planetas más jóvenes fuera de nuestra galaxia.

Mares de lava o de algas, horizontes congelados, explosiones submarinas, escorpiones marinos, tiburones primitivos, hongos y libélulas gigantes en bosques antiguos, costas plagadas de dinosaurios dentro y fuera del agua…

La excursión, de imaginación verniana, va del Big Bang hasta el ascenso de los mamíferos luego de la extinción de los dinosaurios, y utiliza recursos que revelan capas de historia: al levantar una pestaña que cubre parcialmente un esqueleto de estegosaurio vemos cómo lucía su piel y músculos; una serie de páginas en papel albanene muestra diferentes capas, planos, en un paisaje. La estética decimonónica de las ilustraciones le aporta verosimilitud al libro y su diseño más contemporáneo lo hacen accesible. Sólo lamenté y me extrañó que en el reducido espacio destinado al texto se reiteren algunos datos en lugar de extenderlos. ¡Dan tantas ganas de saber más!

La prehistoria ocupa una pequeña sección en mi librero. He aquí otras referencias informativas: La prehistoria a tu alcance de Colette Swinnen, ilustrado por Loïc Méhée (Espasa Libros, 2011), Atlas de la prehistoria de Robert Muir Wood con ilustraciones de Tim Hayward  (Editorial Patria, 1992), Edad salvaje de Steve Parker (Larousse, 2011).

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Entrada No. 234
Autor: Adolfo Córdova
Ilustración de portada de Rafael Yockteng para ¡Ugh!
Fecha original de publicación: 8 de marzo de 2023.

 

8 Comentarios »

  1. Excelente, como siempre, este blog, con información increíble y por momentos, desconocida.
    Gracias Adolfo, por todo lo que nos brindás, con seriedad. eficiencia y criterio. SUSANA ITZCOVICH

    • Muchísimas gracias, Susana querida. Me alegra tanto leerte siempre, saber que estás allí, del otro lado de la pantalla. Valoro muchísimo tus palabras pues, como sabes, tus libros, colecciones y conversaciones han contribuido en mi formación como lector. ¡Un abrazo grande hasta Buenos Aires!

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