¡Leer y bailar hasta que amanezca! Selección de libros ilustrados 2022
«Un poquito de ensueño te guiará en cada abismo / un poquito de ensueño…», dicen los versos finales del «Viejo estribillo» que Amado Nervo publicó hace 121 años. Quizá el […]
Expediciones a la literatura infantil y juvenil
«Un poquito de ensueño te guiará en cada abismo / un poquito de ensueño…», dicen los versos finales del «Viejo estribillo» que Amado Nervo publicó hace 121 años. Quizá el […]
El comienzo de Historias a Fernández (1994) de Ema Wolf ofrece otra reelaboración de la metáfora: «Me preocupa esa costumbre de Fernández de dormir al filo de las alturas. Fernández duerme en equilibrio sobre el borde de los aleros y las canaletas de desagüe. Provoca escalofrío verlo oscilando al viento con los ojos cerrados en la cima del tanque de agua, la cumbrera del tejado (…), las medianeras y las ramas más altas del árbol de paltas. ¿Puede alguien que no sea pájaro descansar sobre un alambre? Él sí».
La escritura de Wolf es ya ensueño; Fernández (su gato), también; la lectura literaria, una promesa: andar como gatos o pájaros sin caer, o como esa ardilla que veo por el ventanal correr de rama en rama con la certeza de quien lleva un par de alas guardadas.
Me interesa cómo la investigadora Laura Rafaela García lee al personaje de Fernández en su reciente libro Los itinerarios de la memoria en la literatura infantil argentina (Lugar Editorial, 2021): imaginar el abismo, el borde, «el filo de las alturas», como la posición que ha ocupado históricamente la literatura infantil y juvenil (un lugar que también es intersticio: entre «el adulto y el niño, lo estético y lo moral, la realidad y la fantasía», escribe García) y a la lectura literaria como un riesgo a caer, «a derrumbarse», sin morirse, con siete vidas o más (porque sí, Fernández, con su «peligrosa inclinación por los bordes (…) y cualquier sitio desde donde fuera posible derrumbarse», un día, claro, se cae), un riesgo a reinventar el mundo; osadía temida por muchos adultos (y gobiernos) hasta hoy. Y de allí, Laura Rafaela continúa hacia las censuras de LIJ en la dictadura argentina en un impecable estudio que se agradece (y muchas gracias a su editora, Susana Itzcovich, por su infatigable búsqueda crítica y por haberlo publicado en Lugar Editorial).
Así describe Laura Rafaela uno de los objetivos de su búsqueda, el trabajo crítico de mediación: «Se trata de distinguir entre las inclinaciones de la literatura: por un lado, entre sus modos de interpelar de manera individual o colectiva, entre sus formas de representar el mundo y, por otro, su forma de reducir o domesticar la mirada del lector según los criterios o intereses de los adultos». Una poética que Cecilia Bajour resumió como libros que «abren o cierran mundos».
El lugar del mediador/a sería ese umbral entre los mundos, entre las distintas tensiones, el intersticio, por eso Felipe Munita en su ineludible libro Yo, mediador(a). Mediación y formación de lectores(as) (Octaedro Editorial, 2021) recuerda que la palabra deriva «del vocablo latino: mediāre, que a su vez proviene de medius: que está en medio, en la mitad» y luego hace una fascinante revisión lingüística y sociológica del universo semántico del término para extenderlo y ampliar así el territorio de acción (poroso, fértil, vinculante) de nuestro campo.
Este itinerario anual de lecturas quiere proponer diálogos, miradas personales de libros que abran mundos, que sean ensueño, abismo, salto con alas o con la idea de alas, refugio y riesgo, que piensen la forma, el fondo, el contexto, que escuchen las preguntas y deseos de niñes y jóvenes alrededor y que extiendan las representaciones de infancias y juventudes todavía tan centradas en las clases blancas y privilegiadas. El lugar desde el que yo también escribo.
En 2022, y con la vuelta a los encuentros presenciales, leí muchos más títulos que en los años previos y decidí circular una preselección entre niñes y jóvenes: miembros del Consejo Editorial Juvenil de Linternas y bosques y sobrines y sus amigues. ¡Muchas gracias Dany, Isaac, Alma, Mich, Cóbari, Andreu, Abi, Mía, Lili, Ian, Nati, Alonso y Aranza por sus opiniones! Me ayudaron a determinar buena parte de este recorrido. Y a Mariela, mi compañera, con quien siempre converso el listado.
Cada año identifico ciertas temáticas, zonas de interés, perspectivas, ideas de infancia y juventud en la muestra de libros que consigo reunir gracias a la generosidad de coordinadorxs editoriales, editorxs y creadorxs que me envían sus publicaciones en físico.
En la que encontrarán a continuación fueron también protagonistas los animales, siempre favoritos, alegres y curiosos para les niñes. Tres años de pandemia después, empiezo por aquí, por la alegría, la música, la tradición oral, la poesía como expresiones de resistencia.
Recientemente visité una exposición en el MUAC, en la Ciudad de México, «que da cuenta de los vocabularios y las visualidades de la protesta», en la que alguna visitante escribió con gis la siguiente protesta: «La niñez, una etapa que debería ser feliz…». Quizá esta entrada quiera sumarse a esa llamada a reforzar los ensueños y la imaginación implícita en el «debería».
La lectura de poesía (escrita o dibujada) enciende la imaginación y es capaz de incendiar al lenguaje para que renazca con otras palabras. Así me resultó con libros como Palabras manzana o El mono infinito; otros como El convite de los animales o ¡Que llueva! ¡Que llueva! son fiesta y de manera explícita reclamo de justicia o expresión de libertad.
Mientras que lxs autores del libro ¿Quién le tema a la poesía? (Laurel, 2019. Chile) al reflexionar del binomio «Poesía y música», recuerdan: «Si consideramos la etimología de ‘lírica’, término frecuentemente asociado a la poesía, reconoceremos que está asociado a la lira, instrumento de cuerda con el que se acompañan los recitales de poesía en la antigua Grecia». Y Lluvia y río, música y poesía, ambas calman la sed… Confío en que los títulos reseñados en esta entrada calmarán la sed de lxs lectores.
Sigue habiendo una gran carencia de publicaciones que retraten infancias y juventudes de pueblos originarios y afrodescendientes. Tan sólo encontré cuatro que los narran en presente: La marca de los reyes, Me llamo Millaray, Naju no quiere dormir solo y El mercado; otros, también valiosos y que incluyo en esta selección, tienen un enfoque histórico: Mi papá es un tlacuilo, El espejo africano y La fuerza escondida; y un par más, bastante inusual, propone relatos biográficos: Relación de antigüedades deste reino del Perú y Mis pies tienen raíz. Casi ninguno involucra directamente a algún creador o creadora indígena o afrodescenciente. Una situación que me hace repensar y mirar críticamente nuestras prácticas.
En 2022, también me llamó la atención el trabajo de tres ilustradoras que se reinventan en cada libro (en contra de la práctica, muy bien valorada en nuestro campo, a tener estilos «reconocibles» que, en lo personal, me causa desinterés) y que publicaron por lo menos tres como autoras totales o parciales: Yael Frankel de Argentina (Todo lo que pasó antes de que llegaras, Los pájaros… no y ¿Qué tiene un bosque?), Alejandra Acosta de Chile (Yo no fui, Arriba abajo y 1, 2, 3, ¿me lo cuentas otra vez? ) y Mariana Alcántara de México (La voz ciega, Natura y Futuro). Son reconocibles, sí, algunas texturas, como indagaciones o preguntas que se repiten pero responden con arrojo y libertad creativa.
Finalmente, nunca está demás recordar que este es un trabajo de lectura crítica personalísimo y voluntario que hago por octavo año consecutivo de manera independiente. El tiempo para leer, el acceso a los libros y mi interés por ciertas zonas, experiencias estéticas y miradas sobre la infancia y juventud condicionan el listado.
Vuelvo con María Emilia López quien en su mencionado libro defiende «los libros que, con su potencia artística dejan en claro que no se trata de materiales de ‘autoayuda’ para atravesar la infancia, sino de verdaderos objetos de pensamiento creador». ¡Suscribo! Espero que los que encuentren aquí signifiquen eso para ustedes y para les niñes y jóvenes a su alrededor. Eso fueron para mí… y también un pretexto para leer y bailar hasta el amanecer. ¡Que los disfruten!
Hasta las montañas parecen ondularse con el viento que anuncia la lluvia. Forman una cordillera de narices que apunta al cielo olfateando un nubarrón. También la viejita se asoma por la ventana de su cueva, «¡qué llueva! ¡qué llueva!», ya es hora, «los pajaritos cantan, la luna se levanta».
Todo indica que presenciaremos un ritual de baño. La anciana, de mandil, collar de perlas y botas de hule, saca de su cueva una tina con rueditas. La acompañan tres aves: un loro tricahue, se adelanta con la toalla; una bandurria, carga en el pico el jabón; y un Tero, demorado, que llega en la página siguiente con una cubeta. Ahí viene también el perro labrador. Mientras la anciana se desviste, «que sí, que no», el perro le canta.
Ya listos, se relajan con el viento de agua, disfrutan la espera. Se ha sumado una ranita curiosa que observaba la escena desde el principio, como nosotres, y ahora se esconde en el interior del balde.
Pero el baño de lluvia se torna diluvio, y la tina, arca. Han de navegar dando un concierto, libres y felices… y sin que a nadie le toque un sartenazo por desafinar, aunque así lo advierta la canción.
Un álbum para la primera infancia protagonizado por la tercera edad. El contraste, siempre llamativo, podría pensarse alegórico: una canción viejita en una aventura nueva.
Raquel Echenique, quien ya había demostrado su maestría para ilustrar poesía y dibujar aves en Diez pájaros en mi ventana de Felipe Munita (Ekaré Sur, 2016), aquí prueba un trazo menos fino y silencioso, más juguetón y figurativo, aunque no tan detallado como en su Vuelo de pájaros americanos (Amanuta, 2018).
Uno de sus grandes aciertos es el ensamble de personajes: un colectivo de rostros entrañables que entran y salen de la escena sin perder nunca su armonía, sólo la ropa. Otro acierto: mostrar la desnudez de la anciana (algo que en un mercado editorial infantil como el estadounidense hubiera sido impensable y que en Latinoamérica tampoco es tan común), un clímax (muy climático) fiel al personaje dichoso y navegante que Echenique ha dibujado con tanto amor y con el que las editoras se la han jugado.
Ese final es resultado de una secuencia narrativa clara que aprovecha todo el espacio sin contar que deja la canción de tradición oral y que termina ganando autonomía sobre ésta. La ilustración primero nos complace con una relación literal con el texto: vemos lo que se canta, pero, progresivamente, se problematiza esa relación y la linealidad se torna un zigzag que, como el rayo que cae, quiebra todo orden.
El álbum podría existir sin el texto, pero es más rico que coexistan, que consiga hacernos mirar con flexibilidad y juego a la tradición.
Esta es una de las principales apuestas de «Mi memoria», la colección de diez libros a los que pertenece ¡Que llueva! ¡Que llueva!, un proyecto solicitado por la Fundación Integra (Red de Salas Cuna y Jardines Infantiles del Gobierno de Chile) al pionero Manuel Peña Muñoz, quien hace 40 años publicara ya Para saber y cantar, el libro del folklore infantil chileno (Cerro Huelén, 1983), y ejecutado en complicidad con Mónica Bombal y Paloma Valdivia de Ediciones Liebre.
También son muy provechosos tres libros complementarios de la colección: Como me lo contaron te lo cuento y no lo invento. Para cantar y jugar en familia I y II y Como me lo contaron te lo cuento y no lo invento. Antología de folklore para equipos pedagógicos de Peña Muñoz. Allí se expande el universo lírico de tradición oral infantil de cada libro con más arrullos, cuentos de nunca acabar, canciones para pedir la lluvia, rimas de sorteo, coplas, colmos, romances, trabalenguas, adivinanzas, rondas, juegos de prenda, refranes, cuentos de tradición oral mapuche y Rapa Nui y más.
Siempre acompañados de un comentario histórico y descriptivo de Manuel, y todo precedido por un prólogo en el que destaca el valor de la antología y recuerda a su mentora Carmen Bravo-Villasante y a la Premio Nobel, Gabriela Mistral, que decía: “Folklore, mucho folklore, será todo el que se pueda que será el que se quiera. Se trata del momento en que el niño pasa de las rodillas mujeriles al seco banco escolar y todo alimento que se le allegue debe tener color y olor a aquellas leches de anteayer”.
Recientemente Manuel también publicó otros dos grandes aliados para mediadores: Cuentos junto al fogón, ilustrado por Patricia González (SM, 2022, Chile) y El cuento de hadas. Del relato oral al cuento de autor (Casa Contada Editorial, 2021, Chile).
¡Que llueva! ¡Que llueva! me atrajo especialmente por cuánto lo disfrutó mi abuela cuando lo leímos en mi computadora (¡no podía creer que la ancianita saliera encuerada!, una sorpresa liberadora que la hizo reír) y por mi gusto por las historias que retratan a ancianos y ancianas que ya he abordado en entradas como Cuando infancia y vejez se leen juntas. Aunque este álbum propone formas de envejecer que no involucran el rol de ser abuela, una valiosa perspectiva feminista que he señalado en otras entradas. Tengo pendiente escribir una donde también se aborde la violencia de envejecer: roles, borramientos, mandatos cumplidos o no cumplidos, el cuerpo de la mujer/belleza normada…
Justo en esa línea también leí en 2022 dos cuentos protagonizados por ancianas inolvidables (no narradas por sus nietas/os): Arcoíris (Ediciones Loynaz, 2016, Cuba) y Sole y Darío (Almargen ediciones, 2019, Cuba), ambos de la gran escritora cubana Nersys Felipe.
«La vieja» que «está en la cueva», en esta canción, explica Manuel Peña Muñoz en su guía pedagógica, era primero la «Virgen de la Cueva», por santuarios que hay en cuevas en España en los que se imploraba por lluvia. En uno de ellos, en Badajoz, Extremadura, encontré que se identifica a la poeta Carmen Chacón Villarejo como quien escribiera originalmente los versos entre 1865 y 1870: «Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Que sí, que no, que caiga un chaparrón de azúcar y turrón, que rompa los cristales de la estación», así lo cuentan en libro Pioneras de la Provincia de Badajoz (Diputación de Badajoz, 2020).
Con estos antecedentes cobra más interés la viejita de la cueva y de este libro en cuestión: un texto originalmente escrito por una mujer, pero ahora laico. Una viejita liberada no solo del corpiño sino también de la ermita: una anciana latinoamericana sabia y «pagana», como tantas que conocemos.
La colección «Mi memoria», de la que forma parte ¡Que llueva! ¡Que llueva!, es heredera de otras como «Clave de sol», de Ediciones Ekaré, cuyos primeros títulos, La pulga y el piojo, ilustrado y propuesto por Víctor Pérez, y Estaba el señor don gato, ilustrado por Carmen Salvador, fueron publicados en Caracas en 1993, hace ya 30 años. Una buena manera de celebrar ese aniversario es la aparición, en 2022, de Arroz con leche, ilustrado por Paula Ortiz, el décimo libro de la colección (después de siete años de pausa) que asume el desafío de actualizar esa ronda de antaño que afirma roles de género disciplinantes.
Paula Ortiz y sus editoras, Araya Goitia Leizaola y Alejandra Varela, lo encaran relatando una relación medieval entre un pequeño jabalí juglar y una enorme reina cocodrilo que, al enviudar, es enamorada por su pata cortesana, al estilo de Ana de Gran Bretaña, un par de siglos después, cuya relación lésbica fue ficcionalizada en el filme La favorita de Yorgos Lanthimos (2018). No es nada chiquito el salto.
También con humor musical y amoroso e ilustrado por Paula Ortiz: Comadrita la rana (Cataplum, 2022, Colombia), una canción tradicional versionada por la reconocida especialista en primera infancia y cantante para niñes, Pilar Posada, juega con el motivo clásico del casamiento versado proponiendo roles un poco más parejos entre sapo y rana (y aunque se habla de iglesia y cura, la ilustración los vuelve árbol y jaguar). La canción, enmarcada por la fórmula del «diálogo» del folclore infantil, se puede escuchar por medio de un código QR incluido en el libro y es una composición original muy distinta a cualquier versión previa, como la de Cantoalegre, que suena a ¡milonga! y en la voz de la propia Pilar y del guitarrista Samuel Gallego. Se puede escuchar aquí.
La afinada rima y la muy colorida fiesta que escriben, cantan y dibujan sus autoras, que por cierto ya habían colaborado en la antología Corre que te pillo, juegos y juguetes (SM, 2016, Colombia), seguramente hará que muchas y muchos le juren fidelidad eterna al libro.
«Una muñeca vestida de azul», arrebatada por policías fronterizos; «Tin marín de do pingüé», a ver a quién le lanza una piedra a la migra; «Jugaremos en el bosque» mientras el coyote no está; «Una rata vieja que era planchadora», como la abuela de un niño que junta todos sus ahorros para que él se vaya; «Doña Blanca está cubierta…», canta una mamá para que su hija se tranquilice luego de una detención; «Los pollitos dicen pío pío pío» y una niña adopta a otros niños como si fueran sus hijos…; y varios más, con una crudeza que en algunos casos se aleja de lo que podría considerarse «apto» para niñes, problematizando esa categoría. A mí me recordó al Libro centroamericano del los muertos de Balam Rodrigo (Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018), como si esta fuera su versión infantojuvenil, que abona a la renovación de la lírica de tradición oral de la presente década. El libro se puede descargar de manera libre aquí.
En 2022, Lome también publicó María Teresa de los pies a la cabeza, ilustrado por Ángel Campos (Editorial Cayuco, México) y ganador del Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2020, un volumen de diecisiete cuentos maravillosos, como si Andersen hubiera nacido en Tlacotalpan, intercalados con décimas que se antojan cantadas en son jarocho.
Cuentos bailables propone un repertorio de canciones populares caribeñas ilustrado e hilado, en papel, por una comparsa que encabezan Ramón París y un caimán, y cantado y ejecutado, en disco digital, por Tato Ruiz Leandro, María Elena Medina, Gonzalo Grau y Omar Acosta. La cuidadosa selección no podría ser de mayor interés para niños y niñas: un hombre que se transforma en caimán, un pavo real y un cocodrilo en disputa, un orangután y una orangutana fiesteros y un escurridizo camaleón; eso para hablar de animales, pero también hay un otorrinolaringólogo, que lleva en el nombre el trabalenguas y el carácter aglomerante; una piragua fantasmagórica, con aires de leyenda; un cochero que no para aunque se le muera el pasajero; y una banda de compositores clásicos que resucitó en el Caribe.
Recuerdo muchas de estas canciones de mi propia infancia, y al igual que en la colección «Clave de sol» o en la reciente «Mi memoria» de Ediciones Liebre, se agradecen estos proyectos preocupados, precisamente, por recordarnos la diversidad de formas de «sonar» que de paso (en paso) alegran el esqueleto y enriquecen el playlist de niñas y niños.
Así lo hace también Murciélago que incluye cinco canciones originales de Mariana Baggio llenas de un humor surrealista, al servicio de juegos verbales, con calabazas asadas y gárgaras saladas, un pez que bebe leche, whisky y pis sin distinguir la diferencia, loros con moño rojo y gorros rotos y un tour por Tulum y Touluse. Todo ilustrado por una ecléctica alineación de solistas: Yael Frankel, Eleonora Arroyo, Pablo Zweig, Gabriela Burin y Paula Spritz, con el diseño e ilustraciones adicionales de Matías Acosta.
Aunque no hay una lista de reproducción específica del libro, en el canal de Youtube de Mariana Baggio pueden encontrar todos los videos de las canciones, como este:
«Soy un cantador de ojicio, / naitica nada hay mejor / pa saboriale a la vida, / lo que tenga de sabor…», así declara en este libro un gallo compadre de Jorge Velosa Ruiz, el célebre cantautor colombiano que en los años 70 creó la carranga, género musical que saborea la vida campesina, con sus alegrías y penas, y que en El convite de los animales alcanza alturas de épica.
Se trata de una larga narración en verso dividida en cinco melgas (parcelas) o cantos, del alba al anochecer, en las que Juan Torbellino, suerte de alter ego de Jorge Velosa, héroe de sombrero y ruana, el Noé boyacense, presta sus oídos a 105 animales… ¡que lo andaban buscando! Un gran coro de la naturaleza que exige reconocimiento y justicia.
«Como es usté cantador / de historias y de sucesos, / precisamente por eso / lo tábamos aguaitando, / pa ver si al ir escuchando / lo que aquí se va a decir, / lo arrulla en su discurrir / y lo va por áhi contando».
Este convite es, en efecto, y fiel a la música carranguera: asamblea popular, pipiripao ecológico, fandango lingüístico y manifiesto animalista («animalista» en sus dos acepciones: tanto aquella que refiere al arte: «que tienen como motivo principal la representación de animales», como la que describe al «que defiende los derechos de los animales»).
«¿Existencia a caso es / el vivir de brega en brega?», se queja la mula al lado del burro; «Yo gritaba y no me oían, / naiden vino en mi dejensa…», reclama el cerdo, en uno de los testimonios más impactantes; «¡Qué desconsuelo…! / cambiar una laguna / por un potrero», se lamenta la caica de páramo; «Los malandros asesinos, / los malandros traicioneros, / los que han venido a sus anchas / decretándoles la muerte / a la tierra y a los cielos», secunda el águila real.
Incluso un tinajo, denuncia su desplazamiento forzado. Algo parecido a lo que cuentan sus primos roedores en Los carpinchos, el álbum de Alfredo Soderguit (Ekaré, 2020):
Una reunión ilustre, e ilustrada con vocación naturalista y de protesta por Soma Difusa, en donde a los animales tienen agencia: «Volar di por olvidao / de mantener encerrao, / pero el verme libre, libre, / hizo verdá un imposible; // y me jui, me jui elevando / y seguí, seguí volando, / hasta no dar por seguro / qu’era dueño’e mi juturo. // Pero esto, que más parece / un sueño que una certeza, / tiene aroma de señuelo, / a truco de la de güenas, // pa no dejar de advertir / que mientras uno se salva, / tras las rejas permanecen / mi jamilia y otras cuantas», así canta un canario, pero la proclama no es solamente a favor de la preservación de la naturaleza, también del habla popular; reivindica su gramática al margen de las reales academias de la lengua.
Todos los animales hablan con la voz del campo, del campesino o la campesina que Velosa escribe probando muchos ritmos de habla y variaciones poéticas (pareados, liras, coplas, cuartetos, décimas… la hormiga habla en pentasílabos, versos menores, cortitos, mientras que la abeja vuela en endecasílabos), inventa palabras (una paloma, en vez de «parlamento» dicta un «palomento»; un «muelasdehacha» es un deforestador) y pone acentos y apóstrofos donde la rima lo pida (áhi, l’orilla, yo m’hice).
Juan Torbellino, juglar y testigo, «eterna tejendera», como la araña, va urdiendo todas las voces que también celebran, con humor, sus colores, nombres y andares por el monte. Lo que me recordó otra poética celebración de las formas de llamar a los animales con rasgueo etimológico: Los nombres de los animales de Jazmina Barrera y Rachel Levit Ruiz (Hueders, 2021, Chile). Ahí, investigar un nombre, como detective de palabras, revela pasados secretos o dones ocultos: Lémur…»Fantasma de Madagascar», Saltamontes… «Pelota de hule», Cocodrilo… «Gusano de las piedras», Anaconda… «Relámpago de los troncos», Camaleón… «León del suelo», Salamandra… «Habitante de la lumbre», Medusa… «La que manda», Pelícano…»Pico de hacha». Parecieran motes que Velosa podría haber usado en su versada.
El genio e ingenio de Jorge Velosa para rimar no dan tregua al asombro, de principio y a fin, y su capacidad para ponerse en el lugar de los diversos animales es conmovedora (este cantautor, por cierto, se formó como veterinario). Me recordó un episodio de esa novela todavía tan atípica en el panorama de la literatura latinoamericana Zoro de Jairo Aníbal Niño:
«Zoro vió al tigre de vidrio caminar con serenidad en el sendero. Tenía los ojos fosforescentes y el cuerpo transparente, y avanzaba con paso majestuoso. El niño se quedó quieto, conteniendo la respiración, mientras el felino marchaba hacia él, en línea recta, sin desviarse, saltando matorrales, zanjas y vallados, y al hacerlo era como si dejara de ser tigre y se convirtiera en criatura voladora. Llegó a su lado y Zoro ocultó su cara entre las manos, esperando el zarpazo que le quitara la vida. Oía el resuello caliente, el ronroneo de quinientos gatos, el crujir de la hierba seca bajo el peso enorme del animal de vidrio. De repente, el tigre comenzó a cantar. Era una canción sin palabras, con musiquita que semejaba las palabras, con la cadencia del que quiere decir algo a otro y descubre que habla un idioma extranjero. Sin embargo, el niño le entendió».
Y otro libro que podría agregarse a esta conversación es La elegida, una aventura en la selva amazónica de Isabel Mesa Gisbert, con ilustraciones de Susana Villegas Arroyo (Gisbert Editorial, 2021, Bolivia), una novela interactiva (con códigos QR para ver fotografías y videos) en la que una niña, Belén, también tiene un encuentro cercano con un jaguar y con muchos animales más, que le piden ayuda para salvar a la selva.
Como «el gato es una gota de tigre», según Jairo Aníbal Niño también recomiendo: Gato, ¿estás ahí? de Evelyn Moreno y Joan Negrescolor (FCE, 2022, México; Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2020), Lunagato y Ratón de Cecilia Pisos y Katana (Muñeca de trapo, 2022, Chile), Cósmico y el volcán Chaitén de Bernardita Hurtado Low y Carla Iturrieta Sarmiento (Kultrún, 2017. Chile) y Un día perrrfecto (mini fanzine) de Natalia Méndez (Dábale arroz, 2022. Argentina) a quienes más pronto que tarde seguro se les oirá maullar en mi entrada de gatos, igual que se oye al gato en El convite…:
«No acabarán mis flores, / no cesarán mis cantos. / Yo cantor los elevo, / se reparten, se esparcen», escribió Nezahualcóyotl, y sus versos representan a Velosa que, en el texto de presentación del libro, explica cómo El convite de los animales condensa décadas de versadas: «He escrito el libro unas seis veces, siempre en distintas épocas, y de cada una conserva momentos y colores que dan testimonio de cómo percibía y elaboraba mis vivencias». Lo dice en tono de memoir, como si El convite… fuera una colección de memorias que espera que les lectores oigan como suyas, «para que cada quien, luego de visitarlo, lo interprete y lo cuente a su gusto y manera», para que el canto se esparza.
La impecable edición de Monigote y las ilustraciones de Soma Difusa, cercana al arte callejero y al muralismo, se corresponden con este homenaje minucioso y monumental a la naturaleza y a la cultura popular.
Aunque este libro todavía no tiene su versión cantada por Velosa, les dejo aquí un video donde se le oye cantar con Los Hermanos Torres «La rumba de los animales», que bien podríamos llamar «Los músicos de Boyacá» para hacerla dialogar con «Los músicos de Bremen» de los Hermanos Grimm. En este concierto grabado también cantan «La rumba del bosque« que Velosa dedica «a todos los niños», un público que disfrutará especialmente este convite.
En el prólogo a la poesía reunida de la poeta Edith Vera, El silbido de vientos lejanos (Caballo Negro/Eduvim, 2022, Argentina), Silvia Giambroni recupera estos versos de Vera: «…quiero deletrear cada nuevo libro escrito por la tierra, / en cantos pagaré la gracia concedida», palabras que reflejan la poética de este «lenguador» en la que considero una obra mayor de literatura vernácula en Iberoamérica.
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Este libro me remite a otro objeto: un caleidoscopio. Lo abro, me asomo, quiero descifrarlo. Leo y veo girar sus cristales de colores hechos de pausas y sonidos. Son tres espejos que se miran: poemas, ilustraciones y espacio blanco, un prisma triangular cuyas combinatorias me sorprenden en cada vuelta de página.
El primer verso de un poema dice: «El gallo abre su pico y sale el sol». Ahí está el canto hecho luz en la metáfora, y en la ilustración: una banda de músicos animales, guiados por el gallo, amanece.
Los últimos versos de otro poema dicen: «Yo soy muy diferente de mi cuerpo / pero lo elijo entre todos / porque me deja ver por sus ojos». Y para esta observación ontológica: un humano tendido sobre el suelo invisible de la página mira un insecto enorme desplegar sus alas imposibles, ¿hay dos ojos que nos miran en sus alas?
Un caligrama reproduce a una bandada en vuelo o es un pájaro hecho de palabras que dice: «se van / como las aves / Los días» y también: «Los días / como las aves / se van / Como la luna que cruza el lago», y en la ilustración: aleteos en distintas fases y un ave que lleva en su pico el cordel de una cometa-sol. La tensión justa entre la literalidad imagen-texto y su reelaboración metafórica hacen que lector o lectora se sume a la bandada de significados y no vuele hacia otros libros.
Un caleidoscopio y un libro tienen mucho de arte y otro tanto de ciencia: imaginación, observación, intervención… Jorge imagina ser como el viento, Jesús observa el comportamiento de la hierba; uno escribe: «Abrigo el deseo de no desear nada / de holgazanear como el viento», otro dibuja a una joven como un junco más, mecida por el aire; ambos crean pensando: eligen palabras y cuerpos entre una multitud; sienten o recuerdan al viento en la realidad:
Y juegan: «elgaló / pedé / elcaballí / todé / madé / radá / dequé / hablar / alosár / bolés» y la ilustración dibuja la línea del vaivén de un caballo balancín que en su movimiento le hace una media ronda al bosque.
Palabras manzana fue uno de los primeros libros de Jorge Luján. Lo publicó originalmente la editorial Anaya en España, en 2003, ilustrado, también excepcionalmente, por Manuel Marín. Yo llevaba muchos años deseando conseguir un ejemplar. Pude leer el poemario completo en 2017, mientras continuaba la investigación para mi antología Cajita de fósforos, en el CEPLI, en Cuenca, y desde entonces admiré la variedad de formas en el volumen: poemas con rima y sin rima, con métrica clásica y libre de ésta, de apenas un par de versos, como greguería o retahíla, o integrando acrósticos, con tono de haikú o de ronda, usando hemistiquios que parten palabras, proponiendo juegos visuales y verbales… Sobra decir que fue difícil elegir sólo un poema. Su exploración de temas o tradiciones poéticas (hablar de la naturaleza, animar los objetos, plantear preguntas…) también es amplia.
Jesús Cisneros, quien hizo escuela el tiempo que vivió en México, no padece de horror vacui, «horror al vacío», un temperamento muy favorable al ilustrar poesía: no grita llenando toda la página de dibujos espectaculares que demuestren su virtuosismo, tampoco se engolosina sumando símbolos, ni intenta compensar, nervioso, los «incómodos» silencios (para nuestros tiempos) o la brevedad de los poemas; los acepta. No compite con el texto, corre a su lado, conversa, elabora. El «vacío» es un elemento activo:
Un poema que habla del agua, del hielo, del vapor y vemos a una niña sumergirse/derretirse/evaporarse en el blanco de espuma/hielo/nube que es la página para él.
Jorge Luján es un poeta con curiosidad artística de músico, ¿o será al revés? Mejor digo «y viceversa», y sumo: es además narrador. Su novela de crecimiento Salando el río con una cucharita, publicada en Argentina en 2017, llegó a México en 2021 ilustrada por Pablo Auladell (Loqueleo, 2021, México). Allí cuenta, con síntesis poética, la historia de Turi, un niño que lee a Huckleberry Finn, creciendo en un contexto opresivo. No obstante, Turi, con sus amigos, intenta ser libre y contarnos sus vivencias con surrealismo, humor e ironía. Algunos párrafos en esta novela más parecen poemas en prosa que prosas poéticas.
Para seguir con la música y la poesía, el canal de Youtube de Jorge es un manantial. Salando el río con una cucharita incluye un código QR para ver el divertido video, hecho con fotogramas de los años 20, de la canción «Mi familia y yo», compuesta por Jorge e interpretada por Lourdes Ambriz y él.
Luján ya ha publicado cerca de 50 libros, traducidos a 18 idiomas, siempre con destacados ilustradores. El más reciente, 17 pasos para andar descalzo, reúne haikús que flotan en las suaves ondulaciones de papel recortado de Paz Taburrini (FCE, 2022, Argentina).
No se me ocurre mejor manera para celebrar las dos décadas que cumplirá en septiembre Palabras manzana que con esta nueva edición. ¡Hasta las semblanzas finales de los autores son inusualmente poéticas! Sin duda este libro es uno de los más bellos caleidoscopios que haya visto.
Uno de los personajes que inventa Solís para acuerpar la voz de un posible mayordomo de Moctezuma es la serpiente. La elección es inmejorable: para los aztecas la serpiente era un símbolo de renacimiento por su capacidad de mudar la piel, y parece inspirada en la famosa escultura de serpiente bicéfala, dibujada en la portadilla del libro, que se cree que Moctezuma II le regaló a Hernán Cortés.
Con su cuerpo largo de soga, la serpiente aprieta (como se ve literalmente desde la portada) las transiciones dramáticas entre las escenas. Su carácter, estresado y diligente, me recordó al de un dibujo animado. Como soy de la misma generación que Santiago Solís no pude evitar ver a Zazú, el mayordomo en «El Rey León», y también a otra serpiente de compañía inolvidable: la muy letrada Crictor de Tomi Ungerer (Harper Trophy, 1931).
Paréntesis para volver con los animales: la figura del animal simpático acompañante o ayudador, tan difundida por Disney, podría haber sido inaugurada nada menos que con «Pepe Grillo» en el «Pinocho» de los Estudios Disney de 1940 y al que dio continuidad recientemente en su adaptación Guillermo del Toro, pues sabemos que «El grillo parlante» de la novela de Collodi realmente no acompaña en todo momento a la marioneta. Pinocho lo aplasta con un mazo en el cuarto capítulo y sus apariciones más adelante son fantasmagóricas.
Ni Robinson Crusoe (1719) ni Axel, el joven sobrino del profesor Lidenbrock que viaja al centro de la tierra (1865), ni Tom Sawyer (1876) ni Ana, la de Tejas Verdes ni Margarita de Rubén Darío (ambas de 1908)… son acompañados en sus aventuras y viajes por un animal. Es quizá Baum quien inaugura esa tradición del animalito «apéndice» inventando al Toto de Dorothy en 1900. Y de allí podríamos trazar un camino hasta los daemons de La materia oscura de Philip Pullman o irnos más atrás y preguntarnos si podría relacionarse con la ancestral idea de «tótem»… pero hasta aquí me quedo con este tema que daría para otra entrada.
Regreso a El berrinche de Moctezuma para subrayar cómo la musicalidad y métrica perfectas del poema de Nuria Gómez, cuya primera versión se puede leer completa aquí, son una primera base rítmica llena de humor y ocurrentes diálogos a la que Solís se acopla con tanta gracia que si a Moctezuma no le hubiera bastado el chocolate le regalábamos el libro.
Este berrinche también marca el regreso de la emblemática colección «Rimas y adivinanzas» de Ekaré. Las responsables del doble rescate son asimismo Araya Goitia Leizaola y Alejandra Varela, a quienes mencionaba por Arroz con leche, una nueva generación de editoras que seguramente creció con estas colecciones y ahora dan continuidad diversificando a los personajes retratados.
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Entrada No. 233
Autor: Adolfo Córdova
Ilustración de portada de Raquel Echenique para ¡Que llueva! ¡Que llueva! (Fundación Integra y Ediciones Liebre, 2020).
Fecha original de publicación: 22 de enero de 2023.
Mil gracias Adolfo y equipo de Linternas y bosques , por la mención a “Cósmico y el volcán Chaitén” .
Un gran abrazo desde el sur de Chile.
Bernardita .
Muchas gracias a ti, Bernardita. Disfruto muchísimo tu obra, también me maravillaron tus poemas de «Entre Canela y Naranja, La Abuela y Su Loca Granja». Son muchos buenos libros los que me llegan y no todo siempre aparece en este primer listado del año, pero seguramente en algún momento también lo pondré a dialogar con otros libros. ¡Abrazo grande hasta bello y «mágico sur»!
Este blog, como todos los de LINTENAS Y BOSQUES es una maravilla.Te agradezco la mención que hacés del libro de Laura García, mencionando mi nombre como directora de la colección » Relecturas» y de LUGAR EDITORIAL. La forma de realiza los comentarios y las críticas a los libros mencionados indican una formación por parte de Adolfo Córdova y colaboradores de gran nivel profesional. GRACIAS
Muchas GRACIAS iMMA
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Gracias a ti, Imma querida. ¡Abrazo grande hasta Bologna!
Muchas gracias a Adolfo y a todo el equipo de Linternas y Bosques por su mención a «El Berrinche de Moctezuma». Definitivamente, el trabajo de Araya, Ale y Santiago le ha dado nueva vida a este pequeño poema al que tanto cariño le tengo.
Abrazos,
Nuria Gómez Benet
Es un pequeño GRAN poema, Nuria querida, que permitió visualizar un libro así. Muchas felicidades y muchas gracias por tus palabras. Estoy seguro que el libro acompañará nuevamente a muchas generaciones de niñxs. ¡Abrazo grande!
Otro abrazo grande para ti y para el equipo de Linternas y Bosques (me encanta el nombre).