Julio M. Llanes y la novela histórica para jóvenes
Cuba está en el centro de su obra. Pero publica novelas de amor entre jóvenes o de niños que luchan por su libertad que trascienden las fronteras de la isla. […]
Expediciones a la literatura infantil y juvenil
Cuba está en el centro de su obra. Pero publica novelas de amor entre jóvenes o de niños que luchan por su libertad que trascienden las fronteras de la isla. […]
Julio M. Llanes, uno de los autores para niños y jóvenes más leídos en Cuba, comparte algunas ideas alrededor de la novela histórica en esta entrevista, a propósito de su visita a México.
Llanes fue durante veinte años (1988-2008) presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en Sancti Spíritus, y como promotor cultural fue, durante veintidós años, organizador principal de los Encuentros de Crítica e Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil.
Aunque su obra es casi desconocida en México. En Cuba ha publicado cerca de 20 libros, entre los que destacan: Celia nuestra y de las flores (Premio La Edad de Oro 1983); Sueños y cuentos de la niña mala (Premio La Rosa Blanca 1997 y Premio Misael Valentino 1999); Paquelé (Premio La Rosa Blanca 2001); El pájaro del alma (Finalista del Concurso Internacional Libresa 2005); La princesa Doralina (Premio Extraordinario Centenario Dora Alonso 2010 y Premio La Rosa Blanca 2012); y Plácido entre el cielo y la tierra (Premio Edad de Oro 2015).
En Argentina, su novela Paquelé ha sido ampliamente difundida. Sobre ella María Teresa Andruetto, dijo: “La cuestión de los valores se ha convertido en un cliché a dos puntas (…). Todos hablamos de valores queriendo decir cosas muy distintas. Pienso ahora en Paquelé de Julio M. Llanes, un libro que edité en la colección de novelas juveniles Del Eclipse, y un libro que es sin duda un impresionante discurso sobre valores como la justicia, la solidaridad, el derecho a luchar por lo que es propio y la construcción de la identidad (…). Entretanto yo, que soy una lectora apasionada y persistente, me he dejado conmover hasta las entrañas por ese libro; se han conmovido como yo muchos lectores en su país y el mío”.
Posee, entre otras distinciones y reconocimientos, las Medallas de la Alfabetización (1986) ,los Premios Los Zapaticos de Rosa (2000), Abril (2000) y La Rosa Blanca Especial (2006),otorgados por las organizaciones nacionales de niños, jóvenes y escritores cubanos ; Hijo ilustre de Yaguajay (2000); Escudo de la Ciudad de Sancti Spíritus (2009); Distinción por la Educación Cubana (1993); Distinción Por la Cultura Nacional (1999); Educador Destacado del Siglo XX en Cuba (2009).
Este año la editorial Pearson publicará su primera novela en México, El día que me quieras. Para Julio M. Llanes, uno puede conocer más a un país a través de las ficciones que publican sus escritores que leyendo la historia oficial o los libros de texto que se empeñan en aglutinar fechas y datos.
Comencé a escribir desde que era niño y en la escuela hacía relatos de excursiones. Me motivaba cuando la maestra llevaba mis pequeños textos a otras aulas. Luego, con mayor intencionalidad, en el año 1961, cuando traté de narrar los hechos que viví en la Campaña Nacional de Alfabetización, en la que participé siendo un adolescente. Más tarde, escribí para participar en diferentes concursos literarios del país, alguno de los cuales gané, pero sin tener una preparación adecuada. La fui adquiriendo después en talleres literarios y en medio del ambiente cultural de la época. Empecé a escribir porque sentía la necesidad de comunicar a otros asuntos y temas que me interesaban. Textos de LIJ, como tal, los escribí para el que fue mi primer libro: Celia nuestra y de las flores, una evocación de la personalidad de una heroína cubana que me abrió el camino hacía la literatura histórica.
Inicialmente me interesó el lector en general, especialmente el adulto. La lIJ me atrajo posteriormente, cuando tuve cosas que contar y me sentí más cómodo haciéndolo con un determinado tono; pero soy de los que no cree mucho en las edades del lector. Incluso, pretendo con buena parte de mi literatura que sea del interés tanto del adolescente, como del joven o adulto lector.¿Por qué enajenarnos un determinado lector, si la buena literatura infantojuvenil lo es también para el lector adulto? No olvidemos La Edad de Oro, El Principito, entre otras, que son obras realmente sin edad.
Siempre fui un amante de la historia; pero, a la vez, me molestaba observar en mi país, y en buena parte del mundo, como era tan mal contada. La historia se cuenta muchas veces cual aluvión de hechos, personajes y fechas, sin la calidad emotiva que tuvieron esos sucesos. Trato de rescatar la emotividad, de conmover al lector, de hacerlo reír, llorar, reflexionar y mirarse en el espejo
Captar el espíritu, el sentimiento esencial de una época. Pienso cuando digo esto en lo que significaron las novelas de Balzac y Zola para comprender la historia de la mentalidad de la Francia del siglo XIX, o Cecilia Valdés (1882), la mítica novela de Cirilo Villaverde, para conocer históricamente el siglo XIX cubano, o la narrativa de Carlos Fuentes y Juan Rulfo para desentrañar las raíces del México profundo. A través de estas obras uno puede comprender la esencia de una sociedad, un grupo humano o un individuo, porque sus personajes, al igual que los seres de carne y hueso que los inspiraron, expresan semejanzas y diferencias, en su interrelación con los demás y con el entorno, es decir con sus circunstancias, con el contexto de la época en que están inmersos. Todo parte de una intima relación dialéctica entre factores históricos, literarios e identitarios.
Implica en primer lugar hacer una obra fresca, que emocione, que conmueva. Que aunque tenga un profundo contenido y valores éticos, sea ante todo literatura. Una literatura que respete al lector y no lo subestime, que lo motive y haga participar, que pueda tener elementos de enseñanza, pero que no se subordine a la pedagogía en detrimento de lo literario. Una buena obra literaria puede también ser una obra imaginativa, que indague en la historia, en la memoria, en la identidad y los valores humanos, pero, te repito, primero tiene que ser una obra literaria. No se trata de recrear la historia, sino de indagar en ella, de hacer reflexionar al lector, de hacerlo discernir y tomar partido con independencia de criterios.
Una obra literaria, evidentemente, no tiene que estar en prosa, verso, o determinado género, para contribuir a la construcción de la identidad. Tampoco deben ser obligatoriamente utilizados textos que evocan la historia, o la llamada novela histórica para alanzar estos fines; pero lo cierto es que la novela permite un acercamiento plural, multidisciplinario, al mundo que muestra.
Por mi experiencia la reciben bien si se les cuenta bien. Paquelé es una novela histórica mía en la Cuba colonial del siglo XIX, pero contiene temas y asuntos universales que tienen que ver con el ser humano de cualquier época. Tú mismo has visto cómo lectores de diferentes edades se me acercan con un libro comprado sin conocerme para que se los firme… o lo convierten en narraciones orales. En mi país el personaje de esta novela es un símbolo de identidad para muchos lectores, se ha llevado a diferentes manifestaciones artísticas como la novela gráfica, la narración oral, la radio… El teatro guiñol de mi provincia adoptó el nombre «Paquelé», y así también se llama el Premio de la Unión de Escritores y Artistas del territorio.
El conocimiento de la historia es importante para los hombres, mujeres y niños. Un pueblo que desconoce su historia, es como un niño perdido en el desierto, y está condenado a repetirla, aunque sean hechos tristes. El conocimiento del pasado ilumina el presente, nos hace saber realmente quienes somos, de dónde vinimos, hacia dónde vamos. Como decía Eduardo Galeano: la historia no dice adiós, sino hasta luego. ¿Qué mayor razón para bucear en ella y no ser un mero instrumento de los avatares históricos?
Los riesgos pueden ser el pensar que es más importante contar el hecho que la vida interior del protagonista. Es necesario dominar los contextos para ser más auténtico al tratar los personajes y la trama, pero uno no puede dejarse aplastar por el exceso de información histórica en detrimento de la calidad literaria. Ni por la personalidad histórica del protagonista y olvidarse que es un ser humano, no idealizarlo. El creer que la trascendencia de un texto está en su contenido y no entregar este con la elevada forma que el mismo reclama. El creer que la historia es un asunto de museos y no algo necesario y esencial para enfrentar el presente.
En la literatura, como en la vida, el centro tiene que pertenecer al ser humano, aunque se narre desde un asteroide, desde una nave cósmica o un buque de guerra con misiles nucleares, en medio del mar, la selva, el campo, o una gran urbe.
La novela en su indagación puede reconstruir la memoria, fortalecer la identidad cultural y nacional, puede testimoniar y dar voz a quienes no la tuvieron. No es un mero instrumento para oficializar más la historia. No olvidemos que generalmente la historia lo hacen los vencedores, que se puede manipular, tergiversar, traicionar, ocultar, silenciar, y ser objeto de diversas formas de censura, y eso ha ocurrido en todos los tiempos y todas las épocas.
Carlos Fuentes, el gran novelista mexicano, escribió: «La novela dice lo que la historia no dijo, olvidó o no supo imaginar”. El escritor con sus conocimientos, con el talento literario del que sea capaz, puede indagar en la historia para desentrañarla, hacernos reflexionar, conmovernos, y también desacralizarla si es necesario.
Además de disfrutarla como novela, Paquelé servirá también para enseñar a ser antirracistas a nuestros adolescentes y jóvenes, para hacerlos odiar la injusticia y sentirse más cubanos y latinoamericanos; Sueños y cuentos de la niña mala, rescata la memoria esencial de un maestro paradigmático que la historiografía de la pedagogía cubana no supo recoger.
La LIJ cubana constituye una serie literaria de amplio diapasón temático y estilístico. En ella se ven todos los colores de la vida y es algo que se agradece. Nuestros niños deben conocer tanto la cara bella de la vida como la fea, porque en la realidad está presente tanto la alegría como la tristeza. No se trata de un pequeño grupo de autores y obras destacados, sino de un movimiento abarcador. Ha tenido sus altibajos, sus momentos de grandeza y de mediocridad. Se escribe en Cuba hoy de lo humano y lo divino, no hay temas tabúes. La literatura infantil cubana está penetrando con fuerza en los problemas de la contemporaneidad, algo que se necesitaba, pero siento que hay asuntos que pueden resultar de moda en un momento determinado, pero que su recurrencia los empuja a la retórica.
En ella falta algo que lacera también a toda la LIJ latinoamericana: el desconocimiento del quehacer literario de los escritores de nuestra América. A veces conocemos y divulgamos más lo realizado en otras latitudes que lo mejor de lo nuestro americano. Si trabajamos unidos y nos conocemos más, el futuro será promisorio como necesitan nuestros más pequeños. Nunca debemos olvidar, como dijera José Martí, que “los niños son la esperanza del mundo”.
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