Quizá uno de los libros crueles «por excelencia» sea La promesa del renacuajo de Jeanne Willis y Tony Ross (Serres, 2007) que cuenta la breve y trágica historia de amor de una oruga y un renacuajo. «Allí donde el sauce casi besa el agua», ella le pide que nunca cambie, y el renacuajo, que ignora que le saldrán patas y perderá la cola, se lo promete. En apenas un par de páginas los hilos de la trama se han entrelazado ejemplarmente y con un guiño cómico al lector, quien ríe del absurdo trato.

He sabido de lectores a los que desilusiona o entristece el inesperado final, en el que uno de los personajes es devorado; otros reímos de principio a fin (mucho ayuda el trazo caricaturesco de Tony Ross), pero la cuestión es que la crueldad, en este caso, radica en el juicio que hace el lector sobre ese final, no en las acciones de los personajes, ellos sólo responden a esa «naturaleza salvaje y cruel» (en la que nos ha entrenado Discovery Channel con sus gacelitas devoradas por leones). La historia funciona y causa gracia precisamente porque los autores humanizan a los personajes, con promesas ciegas de amor, pero luego les devuelven su naturaleza instintiva y… hambrienta.

Un claro ejemplo de lo que dice Ellen Duthie, una de las autoras de Mundo cruel (Sexto Piso, 2017/ Iamiqué, 2016), en la entrevista incluida más adelante en esta entrada: «La teoría de la incongruencia, en la filosofía del humor, sostiene que es la percepción de algo incongruente, de algo que choca con nuestros patrones y expectativas mentales lo que hace que algo nos parezca gracioso».

El fugaz noviazgo de la oruga y el renacuajo abre muchas preguntas sobre lo relativa que puede ser la crueldad y cómo es muchas veces la mirada externa y no la conciencia de quien la ejecuta lo que la determina como tal. ¿O la crueldad es un absoluto? ¿se puede ser «medio cruel», no «tan» cruel, un «poquito» cruel? En Gertrude’s child de Richard Hugues y Rick Schreiter (Harlin Quist, 1966), un libro extraño y fascinante (que, por cierto, conocí gracias a Ellen Duthie), una muñeca con vida, Gertrude, adopta a una niña y no es muy consciente de lo mal que la trata… ¿o sí? ¿no estará cobrándose el maltrato que sufrió ella? ¿no sería un pequeño acto de justicia por todos esos muñecos que han sufrido actos de crueldad de mano de sus dueños? ¿es menos válido su comportamiento porque es una «muñeca viva» y no un ser humano?

Los niños protagonistas de Los temores de la la niñera de Jo Hoestlandt (Verdehalago infantil, 2006), otra pequeña joya, sí son conscientes de cuánto teme a la oscuridad su niñera y se divierten asustándola. Aunque cuando leemos después que les sorprende verla en serio afectada, y le piden una disculpa, pensamos que quizá los niños no eran tan conscientes de cuánto aterraba a la niñera su juego. ¿Fueron crueles?

A este tipo de dilemas le entra Mundo cruel, un libro de Wonder Ponder: filosofía visual para niños, creado por Ellen Duthie en complicidad con Daniela Martagón (la ilustradora) y Raquel Martínez Uña (la editora), y publicado en México por Sexto Piso. El proyecto es la primera entrega de una «saga filosófica» a la que siguen Yo, persona , y Lo que tu quieras  (ya publicados por Wonder Ponder en España), dos libros (en formato de caja, con mucho de juego) de los que ya he hablado con entusiasmo en este blog. Se trata de un conjunto de láminas con escenas detonadoras de reflexiones de un lado y algunas preguntas para abrir la conversación del otro. En un país como México, lleno de noticias que dan cuenta de una crueldad escalofriante, la reciente edición mexicana de Mundo cruel, que también publicó Ediciones Iamiqué en Argentina en 2016, resulta una oportunidad para hablar y pensar el tema con niños, niñas y jóvenes, y el mejor pretexto para recomendarlo en este espacio.

 

El efecto Wonder Ponder

¿Puede la crueldad sentarse a tu lado a esperar el avión? Hace unos días en un aeropuerto, mientras esperaba en la sala de abordaje, presencié una escena Wonder Ponder. Una para dibujar en las láminas en blanco que incluye Mundo Cruel.

Frente a mí: una niñita-rubia-de-ojos-azules, de unos 6 años, llora de brazos cruzados. Tiene la cara roja de coraje, pero llora en silencio, contiene los gritos porque la madre-rubia-de-ojos-azules, sentada junto a mí, la mira con furia asesina (veo por encima de mi hombro y descubro esa mirada amenazante). La niña cada vez se pone más roja, parece que va a reventar, y ya estoy viéndola en versión Daniela Martagón, como si fuera una caricatura, un dibujito animado alcanzando el rojo máximo. No puede contenerse más y le dice a la mamá: Is-not-fair! La proclama de todos los niños y niñas del mundo: ¡No es justo! Y finalmente se deja ir en un mar de sollozos y mocos. La madre le responde en español con marcado acento: Te voy a castigar. La niña sigue llorando y dice, ya en español, esa otra antigua proclama infantil: ¿Por qué? ¿Por qué? La madre ignora su pregunta y empieza un tic-tac de: Voy a contar hasta tres. La niña sigue: ¿Por qué? La madre presiona más: Si no dejas de llorar, no-más-chicle (goma de mascar) para ti en un mes. La niña debe estar loca por los chicles porque Uuuuno: se queda callada, Dooos: empieza a limpiarse la cara, ¡Treees!: se acomoda el pelo y deja de llorar.

Pero entonces, el hermano menor, sentado junto a la niña con el Ipad de la discordia en las manos, le muestra cuántos cerditos ha matado con su Angry Birds, y la niña no puede contenerse y vuelve a llorar. ¡Es su Ipad! No es justo. Llora mucho. Ya está, dice la madre: No más chicles para ti. La niña corre a los brazos del abuelo, que está sentado junto a la madre y, entonces, sucede: le dice a la madre la famosísima injuria doméstica: I-hate-you!

La madre, que también se ha ido poniendo cada vez más roja, empieza a llorar, silenciosamente. Cuando la niña se da cuenta, entra casi en shock, le pide perdón, le ruega que no llore e intenta abrazarla. La madre la rechaza, le quita los brazos. La niña llora más, le pide por favor. La madre la mira y empieza un discurso en inglés sobre lo mal que se porta y lo desobediente que es. La hace prometer, literalmente, que será más buena. La niña lo promete. La mamá deja de llorar y deja que la niña la abrace. Fin.

Esta escena de tortura ejemplar, con el efecto Wonder Ponder/Mundo Cruel en la cabeza, me hizo preguntarme: ¿Qué está pasando aquí? ¿Fue cruel que la mamá no permitiera que la hija llorara libremente? ¿Y que la amenazara con prohibirle algo que ella adora? ¿Hubiera sido menos cruel si hubieran estado en la habitación de la niña en lugar de un espacio público? ¿Fue cruel que la niña le dijera a su mamá que la odiaba? ¿Y el hermanito al enseñarle sus puntos en el iPad de la discordia? ¿Y el abuelo por qué no dijo nada? ¿Fuimos, él y yo crueles testigos de todo esto? ¿Fue cruel que yo intentara hacerlos reír con esta narración de un hecho en el que varias personas la pasaron mal? O como nos muestra también Wonder Ponder ¿el humor nos ayuda a ver los ojos bizcos de la fiera que quiere devorarnos, para así plantarle cara y preguntarnos si no somos más fieras nosotros que vemos desde afuera de la jaula?

Como periodista, estoy acostumbrado a hacer preguntas, pero con Wonder Ponder me he entrenado en hacerme más preguntas a mí. Porque uno de los aspectos clave de esta propuesta es que te hace mirarte y mirar las escenas desde muchas perspectivas. Ni dios ni diablo: de las cajas salen voces en forma de preguntas que entrevistan al mundo en su complejidad, sin maniqueísmo. E igual que hace la literatura: termina las escenas el que lee… ensaya sus respuestas.

Mirado desde la literatura infantil y juvenil, Mundo cruel es una propuesta desafiante y necesaria que intenta alejarse del estereotipo de niño o niña angelical, habitante de la «infancia pura» (una herencia romántica y judeocristiana), para recordarnos que los niños también pueden ser crueles. Pero además, y esto me parece igual de valioso, baja a los adultos de su pedestal y denuncia el adultocentrismo del que son objeto tantos niños y niñas. El libro es empático con ellos porque les da más herramientas para especializarse en interrogar al mundo (propio y adulto); les guiña el ojo cómplice cuando afirma: Sí, sí puedes preguntar ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Y gritar: ¡No es justo!


Jugar con la incongruencia, las velitas mágicas y las bombas de relojería: preguntas para las preguntadoras

Ellen Duthie, Daniela Martagón y Raquel Martínez Uña responden ¿cómo surgió el proyecto?, ¿cómo activar a partir de la risa? ¿por qué el humor y la crueldad? ¿Y para ilustrar imágenes que detonen preguntas? ¿imágenes que muestran todo y anulan lecturas? ¿Cómo sortear a los adultos asustadizos? ¿se pueden ordenar las láminas del libro-caja por nivel de crueldad?

1. Ellen Duthie: ‘¡Uy! ¿Pero de qué me estoy riendo?’

¿Te inspiró algún libro a abordar este tema? Si no, ¿qué otros libros en los que de alguna manera se toque la crueldad recuerdas?

Mundo cruel surgió precisamente en la búsqueda de un libro que no existía. En cierto sentido, al no inspirarme ningún libro concreto para abordar el tema de la crueldad con los niños y niñas de un proyecto de filosofía en preescolar que tenía en ese momento en una escuela pública de Madrid, decidí hacer el mío propio. En cualquier caso, lo que sí tenía claro es qué tratamientos literarios de la crueldad me resultaban ricos y cuáles no tanto para lo que a mí me interesaba explorar e invitar a explorar. No me interesaba tanto contar historias de crueldad sino cuestionar si determinada historia era necesariamente cruel o no.

En ese sentido, me parece interesante, por ejemplo, en Hansel y Gretel, no tanto la crueldad de los padres, como plantearse si hay alguna diferencia entre la crueldad del padre y la crueldad de la madre y por qué. O contrastar la crueldad monstruosa de ambos padres en Hansel y Gretel, que cometen un acto de crueldad activa y claramente aberrante, con la crueldad pasiva de los padres en Ahora no, Bernardo, de David McKee, que es una especie de crueldad por omisión, con el resultado de que un monstruo acaba zampándose a su hijo sin que siquiera se den cuenta.

O preguntarme, en este pasaje de Pippi Calzaslargas, por la frontera entre broma inofensiva y crueldad.

Ilustración de Louis S. Glanzman.

Estaban los tres amigos comiendo peras, cuando apareció una niña que venía de la ciudad. La niña se detuvo y preguntó:
—¿Habéis visto pasar a mi padre? 
—No lo sé —respondió Pippi—. ¿Cómo es tu padre? ¿Tiene los ojos azules?
—Sí.
—¿Lleva sombrero negro y zapatos negros?
—¡Sí, sí! —exclamó la niña alegremente.
—Pues no, no hemos visto a ningún señor así —respondió Pippi.
La niña hizo un gesto de contrariedad y continuó su camino en silencio.
—¡Oye, tú! —le gritó Pippi—. ¿Es calvo?
—No, no es calvo —repuso la niña, enojada.
—Pues es una suerte para él —dijo Pippi, y escupió una pepita.
La niña echó a correr, pero Pippi le preguntó a voz en grito:
—¿Tiene las orejas tan grandes que le llegan a los hombros?
—No —contestó la niña.
Y se volvió con un gesto de asombro.
—Supongo que no habrás visto pasar a un hombre con orejas así.
—Nunca he visto pasar a nadie con las orejas. Todos pasan con los pies —repuso Pippi.

En cuanto a biografía lectora, recuerdo cómo me impactó la crueldad en Pelo de Zanahoria de Jules Renard.

 

¿Humor y crueldad? ¿Humor y filosofía? ¿Por qué? ¿Cómo (conseguir el tono)?

El humor es una de las formas más eficaces de (con)mover para hacer pensar que conozco. Ese momento en el que estamos a media risa y pensamos de repente: “¡Uy! ¿Pero de qué me estoy riendo? ¿Por qué me resulta gracioso esto? Y al mismo tiempo ¿Por qué me incomoda o extraña que me resulte gracioso?” es uno de los mecanismos de provocación de preguntas y reflexión más potentes. La teoría de la incongruencia, en la filosofía del humor, sostiene que es la percepción de algo incongruente, de algo que choca con nuestros patrones y expectativas mentales lo que hace que algo nos parezca gracioso. Yo creo que esa percepción de incongruencia que en un inicio nos lleva a la risa, en un segundo paso nos puede llevar a cuestionar y a pensar. Jugar con la incongruencia entre la reacción inicial y un juicio más pausado es una de las claves del proyecto. Esto se puede conseguir muy bien (aunque no solo) con el humor.

No es que propongamos una relación de ligereza con la crueldad. Es que el humor es una de las maneras de provocar reacción en el lector, una reacción que es además física (la risa). Cuando nos referimos al proyecto como un proyecto de acción física además de mental, es a esto a lo que nos referimos en parte. Es de acción física porque hay que abrir la caja, seleccionar una tarjeta, girar la tarjeta para leer las preguntas, pero también porque a veces provoca risa o al menos sonrisa. Es muy potente el cuestionamiento racional desde una reacción física y no solo intelectual.

En cuanto a la conjunción humor-filosofía, es importante recordar que no es nada nuevo, desde luego. ¿Quién dijo que la filosofía sea seria? Incluso los filósofos «serios» se sirven con frecuencia de ejemplos cómicos o irónicos para ilustrar argumentos o para rebatir los de otros. Es muy frecuente, por ejemplo, la estrategia de llevar una teoría hasta el extremo mediante un ejemplo para hacer ver que es absurda.

Por otra parte, ¿quién dijo que el humor no podía ser serio? Mediante el humor, se pueden plantear preguntas y posturas filosóficas interesantes que pueden parecernos risibles de entrada, pero que si las analizamos con más atención, nos resulta difícil explicar por qué nuestra postura es menos risible que aquella. 

El tono en Mundo cruel, creo que es el resultado de un ejercicio de equilibrismo en el que buscamos un equilibrio entre la claridad para la interpretación y la sutileza y complejidad en la reacción. En Mundo cruel, definimos y rectificamos el tono mostrando las escenas a muchísimas personas de distintas edades y observando su reacción. Si la reacción ante una determinada escena era demasiado obvia o carente de matices, retocábamos para tratar de despertar la reflexión en lugar de la mera reacción y volvíamos a probar y así hasta estar satisfechas.

Así pues, humor y crueldad, sí, y humor y filosofía, también, pero el tono de ese humor es un tono muy determinado que busca no solo hacer reír, sino activar a partir de la risa.

 

2. Daniela Martagón: ‘Hay que volver a soplar y encender y soplar y encender’

¿Todas las imágenes abren preguntas? 

No todas las imágenes abren preguntas… o al menos no a propósito. Claro que uno como lector puede ponerse, si lo busca, a reflexionar a partir de cualquier imagen, pero eso no quiere decir que el autor de esa imagen necesariamente la haya diseñado tomando en cuenta los diferentes caminos de pensamiento a los que puede llevar su lectura. Creo que a menudo al leer imágenes lo que somos es más bien testigos del resultado del proceso de reflexión que ha recorrido el autor de la imagen. Vemos su punto de vista, su interpretación o su conclusión. En estos casos el reto que se nos propone es entender lo que el autor nos quiere decir y el truco para atraer nuestra atención es maravillarnos con cómo nos lo cuenta. Es decir, el foco suele estar en descifrar lo que el autor dice y no en todo lo que podemos llegar a pensar a partir del escenario que el autor plantea.
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¿De qué depende que una imagen abra «más» o «menos» preguntas? ¿Cómo provocar preguntas desde la imagen? 

Hablando desde la experiencia de ilustrar Wonder Ponder, para abrir la mayor cantidad de preguntas posibles a través de una imagen, el secreto está en el equilibrio entre lo que se muestra y lo que no. Una escena muy vaga te despista y no acaba por engancharte, pero una escena muy cerrada cancela todo el misterio y la necesidad en el lector de elucubrar hipótesis propias sobre lo que sucede. El ejemplo que se ilustra en la escena debe estar representado en un momento crítico, uno que te haga reaccionar y querer entender qué pudo pasar antes y qué pasará después. Para que estas preguntas no conduzcan hacia un sólo tipo de hipótesis debe haber pistas o matices en la imagen que permitan sostener diferentes teorías e interpretaciones interesantes. La chispa de la curiosidad debe ser potente desde el principio pero luego hay que ver que no se agote con facilidad. Un poco como las velitas mágicas de cumpleaños, crees que las vas a resolver con un soplido contundente, pero pronto algo hace que vuelva a encenderse la duda, y hay que volver a soplar y encender y soplar y encender.
 
Algo quizá atípico en nuestro tipo de trabajo es que nos planteamos seriamente apelar a la curiosidad de lectores niños y adultos por igual. Es importante intentar prever posibles caminos que pueden tomar los lectores según las pistas que encuentren en la imagen y también tener en cuenta dónde están ellos mismos en el mundo, qué edades tienen y quiénes son. Sería imposible pensar en todos los lectores del mundo, pero por lo menos pensar en unos buenos cuantos viene bien y para ello hay que tener muchos cerebros. Yo solamente tengo un cerebro en mi cabeza, pero por suerte tenemos en Wonder Ponder un equipo muy curioso y variado con el que probamos y calibramos las escenas. Así que si bien soy yo la ilustradora y ejecutora final de este particular tipo de imágenes-provoca-preguntas, los ingredientes son muchos y los coautores por suerte, también.

 

3. Raquel Martínez Uña: ‘Las tres nos preguntábamos, entre temerosas y divertidas, si sería demasiado, si asustaría a los adultos’

Como editora del proyecto, ¿no te preguntaste si este tema asustaría a los padres, maestros, mediadores…? Cuéntanos algunas reacciones de lectores en ese sentido.

Tengo la suerte de compartir preocupaciones editoriales con Ellen y Daniela, que también ejercen esta función en Wonder Ponder, y la ejercieron especialmente cuando estábamos preparando Mundo cruel y tomando lentamente las decisiones que lo convirtieron en el libro-caja que es hoy. Las tres nos preguntábamos, entre temerosas y divertidas, si sería demasiado, si asustaría a los adultos. A los niños sabíamos que no, porque se creó en un proyecto con niños y niñas de cuatro y cinco años. Y respecto a los adultos, pronto nos dimos cuenta de dos cosas: primero, que no es un libro que le fuera a gustar a absolutamente todo el mundo, al menos de primeras, y así lo aceptábamos; segundo, que debíamos conectar con esos adultos a los que no les asustara de primeras, y la forma de hacerlo era, por supuesto, no verlos como obstáculos entre el libro y los niños, sino incluirlos en el juego, preguntarles genuinamente también a ellos, lograr transmitir que, en este caso, la lectura y la reflexión podían ser compartidas y disfrutadas en compañía por adultos y niños, e incluso en soledad por el propio adulto, pues el libro plantea situaciones y preguntas que nos apelan a todos independientemente de la edad.

De todas formas, antes de publicar Mundo cruel lo mostramos en forma de prototipo a muchísimas personas de ámbitos muy distintos, adultos y niños. Queríamos, justamente, entre otras cosas, saber si el tema asustaba irremediablemente o si habíamos logrado dar con el tono adecuado para tratarlo. Una persona nos dijo, con mirada pícara: “Es fantástico, pero esto es una bomba de relojería para la institución familiar”; alguna que otra nos alertó de que los niños actuales ya no eran crueles, que eso era antes, y que los de ahora no lo iban a entender; pero en general la respuesta fue muy positiva y nos animó para atrevernos a publicarlo. Una vez hecho, la reacción de los lectores ha sido muy buena. Muchos padres y madres nos cuentan la forma en la que vuelve a aflorar la lectura ante situaciones cotidianas que pueden relacionarse de alguna manera con las escenas del libro; hay profesores que lo han incorporado a su rutina de formas muy creativas, y ha acabado llegando a lugares que no imaginábamos, como a una prisión de mujeres, a clases de idiomas, a la universidad o a las consultas de psicología, entre otros.

Y los niños y niñas, ¿cómo lo leen?

Los niños y niñas se lo toman tan diversamente como tipos de lectores hay en el mundo. A algunos les atrae inmediatamente, y se ponen a leerlo, a crear sus propias escenas y jugar sin darle más vueltas; otros se sorprenden de ver que se habla abiertamente sobre un tema habitualmente tabú, como el de la crueldad; otros, en cuanto logran desembarazarse de la necesidad de acertar en la respuesta, se lanzan a elucubrar o a relatar sus propias experiencias y relacionarlas con lo que ven en el libro; se han dado casos de niños que han decidido clasificar escenas por colores u ordenarlas por el grado de crueldad. Algunos leen minuciosamente cada una de las preguntas de detrás de cada escena y otros las pasan rápido y no leen ninguna, o solo alguna que les salta a la vista. Quisimos propiciar la libertad a través del formato, del diseño, del lenguaje visual, y nos encantan las experiencias lectoras inesperadas.

Wonder Ponder también organiza el curso de Filosofía, Literatura, Arte e Infancia, FLAI. Foto de Rubén Vicente.

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¿Quieres más? ¿Qué libro-caja sigue en la saga?

Si ya eres tan fanático como yo, te recomiendo eches un vistazo a www.wonderponderonline.com  donde encontrarás videos como este en el que Ellen Duthie responde cinco preguntas esenciales sobre el proyecto (y de paso dice el título del siguiente libro en el que ya están trabajando).

Y más: acá la conferencia que Raquel y Ellen impartieron en el XIX Seminario Internacional de Fomento a la Lectura de la pasada FILIJ:

En Argentina, Mundo cruel fue publicado por Ediciones Iamiqué; también existen versiones del libro en inglés, catalán, portugués y coreano.

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