Nacho Padilla (1968-2016), el hombre que fue un mapa
Sus conversaciones, sus ideas y sus libros conducen a un territorio muy amplio. Sus parajes, fantasmales y góticos, están llenos de grutas, bestias y tribus perdidas. La literatura inglesa y […]
Expediciones a la literatura infantil y juvenil
Sus conversaciones, sus ideas y sus libros conducen a un territorio muy amplio. Sus parajes, fantasmales y góticos, están llenos de grutas, bestias y tribus perdidas. La literatura inglesa y […]
En la República Imaginaria, un dragón es condenado a vivir en el Bosque del Exilio; en el pueblo de San Juan de los Azulejos no pasa nada hasta que el Capitán Añil propone un viaje por el Mar Embotellado; aquel Pueblo de la Máquina fue fundado por Sancho de la Chatarra, quien venía del imperio de Trapisonda; de la guerra entre la Sociedad de los Osos Polares y la Sociedad de las Guacamayas Silvestres se tienen pocas señales geográficas pero muchas leyes rotas y en el pueblo de Quimera vive un guerrero con un gran secreto. (Los papeles del dragón típico, Algar, 2010; Las tormentas del Mar Embotellado, Algar, 2008; Por un tornillo, FCE, 2009; Todos los osos son zurdos, FCE, 2010; El hombre que fue un mapa, FCE, 2014.)
El mapa que todavía es Ignacio Padilla nos aguarda con laberintos monstruosos, abismos insondables, bestias olvidadas, androides, personajes encubiertos y claves, muchas claves para ir a otros textos y explorar a otros autores. Ningún nombre se lee al azar. Y decir «Ignacio Padilla», tampoco.
Su repentino fallecimiento abre un vacío. Este escritor era capaz de iluminaros con ensayos cervantinos, sorprendernos con una teoría del fin del mundo, llevarnos por un archipiélago de identidades latinoamericanas y desternillarnos de risa con un cuento para niños. Era un puente intergeneracional y un renovador ideológico. Sus conversaciones vinculaban al mundo académico más erudito con el lector de a pie y la cultura pop. Valoraba la literatura infantil como un género que resultaba muy difícil encarar con éxito. Era el miembro más joven de la Academia Mexicana de la Lengua, pero recordaba con humor que había sido linchado en la Universidad de Salamanca cuando defendió su tesis doctoral. Tradujo la obra capital de María Nikolajeva Retórica del personaje en la literatura para niños y, junto con Ix Nic Iruegas, Alicia en el país de las maravillas, ambos para el FCE.
Habíamos imaginado que Ignacio Padilla envejecería. Contábamos con él. Sabíamos que llegado el momento habría otro libro suyo que podría acompañarnos en la duda. Quizá la mayor cualidad de su literatura es que nos muestra con ironía, a veces con terror, que todos somos un poco Jekyll y Hyde. Él decía que esa posibilidad, esa conciencia, tendría que hacernos más tolerantes. Nos queda ese mapa amplio lleno de pasadizos, certezas, titubeos y juegos. El mapa del hombre que es Nacho Padilla.
Recupero aquí la semblanza y entrevista que escribí para este blog hace dos años, y algunas preguntas que le hice para el suplemento infantil “Gente Chiquita” del periódico Reforma (29 de mayo, 2010). Un recuerdo y una invitación a conocer al maestro y amigo que fue Nacho Padilla para mí, y para tantos.
Vive entre dos ciudades, habla siete lenguas, tiene dos hijos. Traduce, prologa, hace crítica literaria y crónica. Llega a la plaza tocando la guitarra y la armónica. Revisa manuscritos, es promotor cultural e imparte conferencias. Se coloca en el centro y la gente empieza a rodearlo. Escribe cuento, teatro, novela y ensayo (y ha recibido premios en todos esos géneros). Carga en la espalda un gran bombo que hace sonar con un golpeador conectado a un pedal de pie (a los niños les encanta, abren bien los ojos). Es profesor de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana, investigador del Centro de Estudios Cervantinos, y titular de la cátedra Rosario Castellanos, en la Universidad Hebrea de Jerusalén. La plaza ya está llena, algunos bailan, otros le toman fotos y aplauden cuando hace sonar los dos platillos atados entre sus rodillas. Viaja, cocina, dibuja. Corrige tesis, da entrevistas, habla en la radio. Deja la guitarra, toca un pequeño violín, el público sonríe. Un pandero atado al pie, un ex diplomático, una maraca atada a su muñeca, uno de los representantes del movimiento literario del Crack, y el gran final: deja de moverse, se queda en silencio y silba, solo silba, el integrante más joven de la Academia Mexicana de la Lengua. ¡La plaza aplaude!
Cuando los niños se acercan a saludarlo, recuerdo que Nacho Padilla también escribe para ellos. Ganó el Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada (1994) por su cuento Las tormentas del mar embotellado y el Premio Nacional de Obra de Teatro para Niños (2008) por La maquinota. Traduce al español al éxito de ventas inglés, el escritor Kevin Brooks; es un gran lector de clásicos juveniles y un explorador de monstruos, y sueña con escribir un cómic.
Pero la definición de diccionario de Nacho no es la de hombre orquesta, ni intelectual, ni académico: “soy un contador de historias, un físico cuéntico, escribo porque no podría no escribir, porque estoy enfermo de escribir, porque me hace muy feliz contar y leer historias”.
Las historias para adultos las escribo sin pensar demasiado en quién las leerá. En cambio, en una historia para niños siempre tenemos presente a un lector fantasma que escribe junto a nosotros: un lector que es el niño que fuimos, con quien debemos estar en constante conversación mientras vamos escribiendo cada palabra, cada frase.
La verdad es que no lo sé. Me planteo el reto de escribir un libro que a mí me hubiera gustado leer, o un libro que tenga las sorpresas, el humor, el amor y el lenguaje que tenían los libros que a mí me engancharon cuando era niño.
La literatura para niños en América Latina está en un magnífico estado de salud. Hay autores extraordinarios y muy sabios. Además, hay la enorme ventaja de que contamos con los mejores ilustradores del mundo y que se les da su merecido lugar en el trabajo de escritura y edición. En pocos lugares del mundo se reconoce que la ilustración en libros para niños es tan importante como la escritura.
No creo en la literatura juvenil. Creo en literatura universal que es más o menos atractiva para lectores jóvenes. Ni Cortázar ni Stevenson, por ejemplo, son considerados meramente literatura juvenil por el hecho de que gusten a los jóvenes.
Antes y ahora jugaba en serio a escribir, a contar historias y a disfrutar que me las contaran. Desde luego, antes jugaba futbol y ahora ya no lo hago. Jugaba juegos de mesa como Risk y Estrategia Submarina, a los que estoy volviendo ahora para jugarlos con mis hijos.
Creía en mi país y en un futuro glorioso para mi país. Creía en un Dios bastante distinto del Dios en el que creo ahora.
Al infierno y al diablo, a la muerte y al dolor y a la guerra.
El momento en que leí El Conde Montecristo y Pedro Páramo.
Nunca sé de dónde surgen mis ideas, quizás una mañana despierto con una fotografía mental y, a partir de esa foto, escribo una historia. En este caso esta imagen es la de una enorme máquina en medio de la selva. Me pregunto de dónde salió esa máquina, para qué sirve, quién la puso ahí… pero creo que nunca respondo las preguntas del todo, cada lector debe hacerlo.
La máquina es patrimonio de la humanidad, es la octava maravilla del mundo y hasta el presidente le envió una medalla. Los habitantes limpian la máquina, la enjabonan, le hacen himnos. Pero, ¿qué es exactamente? eso cada quién lo decide después de leer el libro.
Todos tienen pedazos de gente que conozco, de mis amigos, de mis hijos… Tengo dos hijos, Constanza, y Esteban. A ellos les cuento historias todo el tiempo, han leído y escuchado mis historias desde antes de nacer y son mis principales críticos. Ellos fueron los primeros en leer Por un tornillo y los primeros en tener el libro impreso.
Me gustaría dirigir una película y hacer un cómic.
Me llamo Ignacio Padilla, todos me dicen Nacho. Nací en la Ciudad de México pero vivo en Querétaro. Me gusta mucho leer y viajar. He vivido en África, España, Escocia, Inglaterra, Italia, pero siempre he vuelto a mi patria y siempre he estado haciendo una cosa que es lo mismo que viajar: escribir. Me gusta mucho cocinar y como de todo, salvo mantequilla de cacahuate, pero me atrevo a probar de lo más extraño. Disfruto mucho dar clases; me gustan los monstruos, los héroes, el cine, las historias de terror y las historias románticas y el cine de animación. No puedo estarme quieto mucho tiempo.
…
El escritor orquesta continúa por otro rincón de la plaza. Un nuevo público se reúne a escuchar al maestro por la Universidad de Edimburgo y doctor por la Universidad de Salamanca; cambia la guitarra por el acordeón; asesor de cultura del gobierno del Estado de Querétaro y profesor visitante de la Universidad de las Américas Puebla; improvisa con todos los instrumentos, nadie reconoce la melodía; un joven que fue prisionero de muerte en Tanzania y tesista linchado en Salamanca; el público se empieza a ir; realidad y ficción se mezclan con los platillos en sus rodillas, el bombo en su espalda, el diablo y Cervantes, las tribus perdidas, el pandero y la armónica.
Y luego silencio. El hombre deja de tocar. Se libera de todos los instrumentos y camina, otra vez, hasta el centro de la plaza. La gente lo mira, vuelve a reunirse a su alrededor. Nacho carraspea, mueve los brazos y empieza a contar un cuento.
Los habitantes de este pueblo creen que el mundo se acabará porque a una máquina que adoran se le perdió un tornillo (¡y arman un escándalo!). Es ridículo… pero el cielo se nubla y truena y todo parece indicar que sí podría haber una catástrofe. ¿Quién es el culpable? ¿Ubaldo Guitarras, Teolinda la cirquera o el Alcalde Rojo? ¿Y si en el fondo sólo fue una historia de amor? Descubran, mientras se desternillan de risa, quién está detrás del tornillo perdido y si los habitantes de este pueblo consiguen sobrevivir. De lectura ágil, llena de referencias y claves, este libro divertirá a los pequeños lectores con uno de los temas que obsesionan a Ignacio Padilla: el fin del mundo. Una versión de Apocalipsis llena de humor, anclada en lo absurdo y naif. Se nota el gozo del autor por los juegos de lenguaje, el bautizo de personajes y la metaficción. Propone que cada lector se apropie del mundo con sus palabras y haga menos escándalo cuando la vida parece derrumbarse, solo por un tornillo.
Cuando supimos que el tornillo se había perdido comenzamos a prepararnos para el fin del mundo. Desde hacía siglos sabíamos que cosas terribles ocurrirían cuando la máquina dejara de funcionar. Lo decían mis abuelos y los abuelos de mis abuelos. Lo decían los valientes de don Sancho de la Chatarra y hasta los caníbales que se hicieron amigos de los hombres de don Sancho de la Chatarra. De alguna forma misteriosa e inexplicable la máquina hacía girar el mundo. Nada ni nadie podían seguir existiendo sin ella.
El problema era que nadie sabía cómo iba a acabarse el mundo. Pero de seguro se acabaría. Los bomberos Nacho y Colacho decían que el planeta entero sería devorado por un gigantesco incendio que nadie podría nunca apagar. La maestra Anacoreta imaginó que un plaga de hongos extraterrestres destruía libros y bibliotecas y el mundo se llenaba de gente que solo hablaba de futbol (…). Mis amigos estaban convencidos de que desaparecería el chocolate de la faz de la Tierra y que solamente comeríamos lechuga con aceite de hígado de bacalao. Imaginamos monstruos, enfermedades, terremotos, eclipses, inundaciones, guerras. Las cosas más terribles iban a ocurrir cuando se apagara la máquina.
También reseñé aquí: Última escala en ninguna parte
Esta entrada fue publicada originalmente en el número de octubre de 2016 de La Gaceta del FCE.
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