Ya no explora como cuando era niño, con una linterna, ahora escribe. De cualquier cueva, cerro, valle, de todo lo que llama, de lo que no muestra su final para que vayamos a buscarlo.

No hay temas prohibidos para Toño Malpica. Aunque a veces lo acosen los demonios que persiguen a sus personajes, sigue escribiendo, busca un final donde lo dejen en paz, a él y a sus protagonistas. 

Es uno de los escritores de LIJ más prolíficos y premiados en México, pero no vive solo de letras. Toca el piano como una necesidad tan vital como la literatura, o más (tiene un grupo de rock para niños). Le gusta comer tacos al pastor y ver Bob Esponja o cualquier caricatura “chiflada”. Dice que no sabe cuidar mascotas y aunque podría explicarte por qué tu computadora no responde (es ingeniero en computación), seguro prefiere contarte alguna historia sobre un grupo de amigos que descubre una computadora misteriosa o mostrarte en Youtube un concierto de jazz.

Cuando Toño vuelve a su infancia, se ve rodeado de amigos: su hermano Javier (también un destacado escritor), su mejor amigo y otro par de hermanos, Quique y Roger. Una pequeña pandilla que conquistaba los cerros, se iba de pinta y enfrentaba peligros al más puro estilo de Tom Sawyer y Huckleberry Finn. “Juntos entramos a la oscurísima cueva del Diablo, subimos al inalcanzable cerro de las Cruces y exploramos el misterioso valle de las Libélulas”, recuerda Malpica.

Todavía hoy, si descubre una nueva pregunta detrás de un volcán o un cuerpo celeste, no parará hasta escribir su respuesta con botas de alpinista o casco de astronauta.

Quizá por eso cuando leyó que Antoine de Saint-Exupéry dedicó El Principito a su mejor amigo, León Werth (no a su mujer, no a sus padres, no a su maestro favorito), inició una búsqueda por la vida del autor que le hizo publicar Por el color del trigo, seleccionado para el prestigioso catálogo White Ravens 2013. Su amor a la libertad y al jazz, en tanto, se desdobló en la atípica historia del abuelo desmemoriado de Billie Luna Galofrante. El dolor de la violencia, los crímenes, el secuestro, lo inquietaron tanto como para crear Los mil años de Pepe Corcueña.

Toño ha publicado más de 30 libros y no para. Como si no quisiera dejar nunca de averiguar el final.

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Ilustraciones de Iban Barrenetxea para El color del trigo (FCE, 2012).

¿Qué no te has atrevido a contar todavía? ¿Cómo empezaría esa historia?

Confieso que, cuando una historia me demanda ser contada, me deja sin alternativas. Desde que nace la semilla en mi mente, escribirla deja de ser opcional: simplemente sé que tengo que hacerlo. Por supuesto, no me pasa con cualquier historia, solo con aquellas que me prenden fuego al interior, que no se va a extinguir sino hasta que termine la escritura. Por lo mismo, no hay historias que no me “atreva” a contar; si no lo he hecho es, simplemente, porque estas no me lo han demandado. Pero, para no dejarte con las ganas, te voy a regalar el inicio de un texto que jamás de los jamases tendría el coraje de continuar: “Anexos 3 y 25 de la tercera resolución de modificaciones a la resolución miscelánea fiscal correspondiente al ejercicio en curso…” (Terrorífico, ¿eh?).

¿Cuál ha sido el tema que más te ha costado abordar en una historia?

Me pesa mucho escribir sobre el maltrato a los niños en cualquiera de sus acepciones. Por ello trato de que mi literatura sea más bien lúdica. No obstante, es cierto también que a veces la historia demanda echar luz sobre esas zonas oscuras, como en Los mil años de Pepe Corcueña o Adonde no conozco nada. Objetivo miedo, donde lo abordo de un modo aún menos tangencial; me costó muchísimo trabajo. Honestamente, me he aventurado en este tipo de anécdotas solo porque sé que como autor, tengo la última palabra (y, en cierto modo, también el veredicto final). Me alivia saber que ningún maldito se va a escapar de la justicia si yo no lo dejo.

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Ilustraciones de Iban Barrenetxea para El color del trigo (FCE, 2012).

¿Cuáles son los tabúes a los que te enfrentas cada día?

Me da la impresión de que el máximo tabú de nuestros días es el miedo a mostrar debilidad. El mundo nos ha hecho creer que hasta dar una moneda a un pordiosero es señal de flaqueza. O preguntar por una calle. O soltarse a llorar en el cine. A lo mejor ni es un tabú. A lo mejor nada más es un miedo como tantos otros. Pero de que existe, existe. Y lo lamento porque también a mí me asalta de vez en cuando y lo único que consigue es deshumanizar a las personas. Hubo un tiempo en el que no era problema ser imperfecto y tener dudas y equivocarse. En cambio ahora es el máximo pecado. Alguien dice frente a una espontánea cámara de celular que la capital de Puerto Rico es Paramaribo y de inmediato es llevado al patíbulo de Internet. Ojalá hiciéramos más frecuentemente el ridículo para no olvidar que justo eso somos. Y que es más digno de celebrarse que de lamentar.

¿Cuándo has decidido que es mejor guardar silencio?

Cuando no me gusta lo que estoy escribiendo. Prefiero botarlo a la basura que hacer pasar a los demás por el incordio de leer algo que ni yo mismo puedo disfrutar.

 

LEE ESTA ENTREVISTA COMPLETA aquí o descarga el pdf del número más reciente de la fantástica revista Había Una Vez, dedicado a los tabúes en la LIJ, aquí.

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He entrevistado a Toño Malpica varias veces. Aquí puedes leer otra versión de esta entrevista, con datos que me dio en otra charla.

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