María Teresa Andruetto vive en el borde de los cerros. En una periferia entre palmares de carandilla, cantos con caja coplera y flores purpúreas de algarrobo. Desde ahí, en la serranía cordobesa del noroeste argentino, escribe.

Y al escribir se coloca también en el borde. En una particularidad del lenguaje, del paisaje, que puede mantenerla al margen de otras lenguas y de otros mundos, pero que da sentido a su escritura. La habita. Igual que sus antepasados italianos o sus paisanos quechuas.

María Teresa habla como si cantara, escribe como si compusiera música, como si susurrara algo muy íntimo. Con suavidad, con calma, entre silencios y pausas, con la precisión de una nota afinada, con la transparencia de un lago que deja ver toda su hondura.

Su voz tiene un ritmo interno que me hace imaginar una vida de largas charlas y caminatas en el campo. Caminando para llegar de un lado a otro, a casas detrás de una loma, al maizal, a la orilla del río. Caminar y platicar. Y correr levantando el polvo para dar una buena noticia. O esperar, callados, cansados, a que terminen los días largos.

Un habla y una escritura pacientes, para nombrar atardeceres y personas comunes, personas en el borde de los cerros, al margen, que se revelan singulares en su lenguaje.

María Teresa Andruetto, la niña del pañuelo en el cuello, en un picnic el día del estudiante, con sus compañeros de piano, en un campo de la llanura cordobesa. Están sentados sobre una montaña de marlos (mazorca de maíz ya desgranado). La que se toca la cabeza es la maestra.
María Teresa Andruetto, la niña del pañuelo en el cuello, en un picnic el día del estudiante con sus compañeros de piano. Están sentados sobre una montaña de marlos (mazorcas de maíz ya desgranadas) en un campo de la llanura cordobesa. La que se toca la cabeza es la maestra.

 

Reconocer la perfieria

Vive en Cabana, una localidad de algo más de mil habitantes, en la ladera oriental de las Sierras Chicas, en Córdoba, Argentina.

Dicen que es un paraje con una vista privilegiada. Le gusta vivir ahí. Da de comer a sus animales, ovejas, gallinas, caballos; cultiva un pequeño huerto; lee, escribe, cocina, conversa con su pareja, con sus amigas, invita a comer a sus hijas…

Le gusta el verano para escribir sus borradores. Espera a que pase una estación para empezar a corregirlos. No tiene prisa.

Su primer libro apareció cuando tenía 39 años. Hoy tiene 60 y ya ganó el premio bianual de literatura infantil más reconocido del mundo, el Hans Christian Andersen. Es la segunda hispanohablante en la historia en ganarlo. Solo el autor español José María Sánchez-Silva (Marcelino, pan y vino) lo había conseguido en 1968, compartido con otro escritor, James Krüss. El castellano se había mantenido al margen del premio hasta hace dos años, cuando ganó Andruetto. Y en Latinoamérica, solo Brasil lo había obtenido en dos ocasiones (Lygia Bojunga Nunes, 1982, y Ana María Machado, 2000).

«Vivimos en una periferia geográfica con respecto a los centros del mundo”, dice María Teresa, “un escritor de literatura infantil que escriba en lengua castellana no alcanza tan fácilmente la traducción a otras lenguas. Pero hay que aceptar en esa condición periférica la posibilidad de creatividad, ser conscientes de la riqueza que hay ahí”.

 

Vivir 20 años sin publicar

Antes del premio, la circulación y distribución de sus libros eran como su voz y su escritura: pausada, a un tiempo propio; fuera del compás de la industria editorial que busca mucha venta en poco tiempo. Sus libros solían moverse (y venderse) muy de a poco. Pero eso nunca la preocupó (tiene un libro que tardó 16 años en publicar).

“No se lo venderemos a nadie, Andruetto, pero lo vamos a sacar porque es un libro muy bonito”, le dijo el editor de Norma en Argentina, en 2004, cuando María Teresa le propuso su novela Veladuras.

Y salió y costó mucho moverla. Antes de estos últimos años, que su obra empezó a circular de manera importante, sus textos eran premiados, reconocidos, pero con una venta muy lenta. «Yo he tenido siempre ese perfil, como una escritora que no vende mucho; mis libros van circulando, con lectores que se quedan, que van despacito, y casi siempre llegan porque algún otro lector, más entrenado, se los recomienda; pero a mí eso no me preocupa, yo escribo desde muy joven, publiqué por primera vez cuando tenía 40 años, empecé a circular de un modo más intenso cuando tenía 50… Si pude vivir 20 años y más escribiendo sin lectores, no voy a renegar si a uno de mis libros le cuesta más circular”.

María Teresa apuesta por que suene verdadero, por «la música del habla». “La música del habla”, así nombra su búsqueda.

Estudió música más de una década, y aunque no toca un piano desde hace 40 años, da mucha importancia a la sonoridad de sus palabras. Lee lo que escribe en voz alta una y otra vez, y corrige y quita, luego lo deja descansar, vuelve a leer en voz alta y vuelve a editar. Sus textos, en general breves, dejan el eco de una voz en la memoria. Una voz familiar, que forma parte de algo, de una comunidad, de un recuerdo, de una injusticia, de una herida, de una certeza, de una duda.

Una «voz particular en el inmenso mar de lengua” que es esa tensión que hay entre lo propio y lo de todos, dice. «Un libro es a la vez lo de todos y a la vez intensamente propio, le debemos nuestra coherencia, nuestra fidelidad, esa escucha. No nos está permitido traicionar ese lugar donde reside la particularidad de la lengua, si no me parece que se pierde toda la posibilidad de emotividad que uno puede tener”.

Los editores buscan la homogeneización del lenguaje, reclama, pero ella va en contra, defiende siempre esa particularidad de la lengua, no importa si no se puede traducir a otros idiomas o incluso distribuir en otros países de habla hispana.

“Muchas veces se me ha dicho que mi escritura era buena pero que era ‘muy argentina’, pero yo considero que en la lucha contra lo neutro, es donde está la gran posibilidad de la escritura”.

El habla como huella dactilar.

El habla es lo más inestable de la lengua, dice, lo más difícil de capturar en la escritura. «Ahí anida algo muy verdadero, en esa voz del otro con su dolor, con su asombro… que se corresponde con un modo particularísimo de ser”.

A veces encuentra ese modo de ser en una frase que escucha y conserva por años, hasta que se convierte en un relato. Como le sucedió con Veladuras.

 

veladuras

Así fueron durante mucho tiempo los domingos: ella llegaba y hacía dulce de limón cidra o tortillas a las brasas. Mientras, cantaba bagualas, para mi padre cantaba, y él la acompañaba con la caja y era ese el mundo que teníamos.

Estaba entre nosotros, como digo, lo estaba en aquel tiempo, y me parece que sigue estando ahora. Yo tenía doce, como dije, doctora, y ella los que tenía, mi madre como diez más que ella, o doce capaz que eran, y mi papá también, como doce, o tal vez un poco más, y así seguimos todos, con ella entre nosotros.

Esta es la voz de Rosa, la joven que cuenta su historia en el libro Veladuras (SM México, 2009). ¿La cuenta o la canta? 

 

 

stefanoAl atardecer, se cobijaron bajo el alero de una iglesia, sacaron unos panes y Ugo una petaca de vino. Stefano sintió el fuego del vino arrasando la garganta, su resaca en el pecho; pensó que su madre estaría pensando en él.

 Ugo tomó la acordeona y cantaron hasta quedar dormidos,

 Ciao, ciao, ciao,

morettina bella, ciao,

ma prima di partire

un bacio ti voglio dar…

 

Mamma mia dammi cento lire,

che in America voglio andar,

che in America voglio andar.

 

Esta es la voz que cuenta (y canta) el viaje de Stefano (Castillo, 2013)otra de sus novelas.

La voz en Rosa suena a quenas, bagualas, charangos, polleras, humitas y coyuyos. La voz en Stefano a castañas, mandolinas, zuecos, bambinos, uvas y salames. Las dos voces resuenan en María Teresa. Y hablan de las voces y los paisajes de su infancia. Su infancia, también al borde de los cerros, entre campos de soja y trigo, y bagualas y humitas y uvas.

 

‘Era una chica de un pueblo común’

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María Teresa nació en Arroyo Cabral, pero creció en Oliva, un pueblo de la llanura argentina. En México se consiguen tres de sus libros: Veladuras (SM, 2009), Stefano y La niña, el corazón y la casa (Castillo, 2013, 2014).

Su papá era un inmigrante italiano, su mamá hija de italianos pobres, campesinos. “Mi abuela hacía colchones. Vengo de gente pobre, ya mis padres menos, pero eran clase media media, de voz baja”.

Sus abuelos paternos vivían en Italia y tenían una mejor condición, pero no los conoció.

“Yo me crié en un pueblo en el interior… Vine a la ciudad de Córdoba por primera vez a estudiar la universidad. Mi madre me dijo alguna vez que nunca hubiera imaginado que sus hijos accedieran a la universidad”.

En su casa había carencias, pero siempre hubo libros, amaban los libros. Su mamá era una gran contadora de historias, le gustaba más la ficción, y a su papá los libros informativos. Era una familia con recursos limitados, pero con un gran deseo de saber.

María Teresa nació en Arroyo Cabral el 26 de enero de 1954. Recién nacida sus padres se mudaron a Oliva, un pueblo en la llanura argentina, en la zona productiva, cerealera, donde las manos se la pasan en el campo.

“Era una niña muy acomplejada, muy lectora, de un modo casi compulsivo. Tuve una vida común, era una chica de un pueblo también común”.

El pueblo era común, y no, tenía una seña muy particular: ahí funcionaba el asilo de enfermos mentales más grande de Latinoamérica.

“La locura era algo bastante habitual en mi pueblo. Veladuras tiene que ver con la locura, con mi pueblo, con ese pueblo de locos, pero más con el dolor del que está confundido”.

Oliva también se parece al pueblo de su novela La niña, el corazón y la casa (Castillo, 2014). “Este libro tiene mucho de mí, de mi infancia, no el asunto directo, pero sí esa melancolía de los pueblos de llanura”.

 

La niña_FcatCasas como cajas de zapatos, sin jardines, junto a veredas de baldosas acanaladas y calles tan anchas que las vecinas, si quieren hablar entre ellas, comentarse las últimas noticias, deben cruzar unas las veredas de las otras, porque de otra manera no se escuchan.

Un pueblo un poco triste, junto a un ferrocarril por el que casi ya no pasan trenes.

La poca algarabía del centro se disuelve en un silencio que parece no tener fin, un silencio que se hermana con la luz vencida de la llanura y hiere a todos sin remedio.

 

María Teresa sigue muy ligada a ese paisaje, a su pueblo. Va cada 15 días a visitar su madre, que todavía vive allá.

 

No escribe para niños

¿Literatura infantil y juvenil? Nunca se planteó escribir para niños. Siempre ha tratado de romper esas etiquetas, también las de la narrativa con respecto a la poesía.

“Me dicen ‘¿vos sos poeta o narradora?’, yo digo: ‘soy una persona que escribe, y me gusta explorar en los géneros, en las zonas de lectores’, ya que el editor decida dónde va».

Algunos libros los ha ofrecido a un editor para niños y a otro para adultos, porque le parecía que podían ser para ambos. Los límites son borrosos.

“Yo soy muy consciente de que, quien escribe, construye el tipo de lector que quiere para sí, que es un eco del lector que uno es. Siempre he buscado al momento de escribir, porque lo que pasa al lector es lo que a uno le pasa cuando escribe, conmoverme, ponerme en cuestión, discutir conmigo, enfrentarme a mis prejuicios; esas son las cosas con las que yo me bato a duelo en el proceso de escritura. El resultado corresponde con un lector capaz de conmoverse, de cuestionarse cosas; no corresponde con un lector tan fácil, digamos, no importa si es niño o adulto, yo creo que uno se puede poner en cuestión siendo niño, siendo joven y siendo adulto”.

Y ¿se puede hablar de cualquier tema a un niño? Andruetto dice que sí, el asunto es cómo se escribe, cuál es el resultado del lenguaje. «Ahora yo he escrito un cuento sobre niños apropiados por militares en la época de la dictadura…”. (¿Quién soy?, Calibroscopio, 2013).

 

libro-quien-soyÍbamos, mi hermana y yo, agarrados de la mano en el asiento de atrás de un auto, los dos muertos de miedo, con unos carteles en el pecho donde estaban escritos nuestros nombres. Un niño y una niña que no saben de dónde vienen, ni hacia dónde los llevan, ni desde cuándo están ahí, en ese auto, con dos extraños, que los amenazan, les tapan la boca, no los dejan moverse. 

De lo que pasó antes de eso, no sé nada, ¿qué pueden saber dos niños sin sus padres, camino a quién sabe dónde, en manos de dos extraños? Lo único que sé es que íbamos mi hermana y yo tomados de la mano. 

 

En septiembre, María Teresa dejará su casa enclavada en el borde de los cerros para visitar México. Será una de las conferencistas magistrales del 34 Congreso Internacional de IBBY (International Board on Books for Young People), el organismo que entrega al Premio Hans Christian Andersen cada dos años. La sucesora de Andruetto en el premio es la japonesa Nahoko Uehashi, una escritora que también lucha contra lo neutro y alimenta sus historias con mitología japonesa. En la otra categoría que reconoce IBBY, la de ilustración, ganó por primera vez en la historia del premio un latinoamericano, el brasileño Roger Mello. Y valga recordar que el año pasado, la escritora e ilustradora argentina, Isol, recibió el prestigioso premio Memorial Astrid Lindgren que el gobierno sueco otorga cada año.

La periferia, con sus flores purpúreas del algarrobo, a veces, toma la palabra, se coloca en el centro. Así, y con calma, lo han probado autores como María Teresa. Entonces se escucha esa voz particular, que puede ser de todos, universal, una voz que canta, la música del habla.

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