Un abrazo. Eso pidió una de las jóvenes cuando les pasamos el micrófono. «¿Cuándo fue la última vez que abrazaron a sus hijos?», preguntó Evangeline, estudiante de la Telesecundaria Alfonso Reyes, a un público mayoritariamente adulto, y luego continuó cuestionando la falta de comunicación y presencia de lxs adultxs. Su confrontación generó una catarsis entre las otras jóvenes a su lado que compartieron, muy conmovidas, la soledad, la tristeza y el rechazo que sentían en esa etapa de sus vidas: La adolescencia.

Jamie y su padre. Captura de pantalla de la miniserie Adolescencia de Netflix.

Hablamos de la primera infancia, la niñez y la juventud (más tirando a jóvenes adultos; e incluso negando que haya una «literatura juvenil»), pero con mucha frecuencia callamos la adolescencia. Escucho de padres y madres, mediadoras, maestros, editoras y especialistas que hacen falta talleres, libros, círculos de lectura dirigidos a las y los adolescentes; estudios sobre esa franja; y alguna vez escuché en un congreso al escritor uruguayo Federico Ivanier preguntarse dónde estaba la «P» de Pubertad en las siglas LIJ, literatura infantil y juvenil. ¿Apretada en una reducida «v» que echa raíz: «y»? ¿Dónde?

En ese territorio pendular, y a veces insular, de arenas movedizas entre los tirones del cuerpo y la pérdida de la credulidad, entre los 10 y los 19 años, según la Organización Mundial de la Salud, marcado por las fronteras. Lo fronterizo, sabemos, es un espacio, por definición, en tensión (de un lado, del otro; la infancia plena, la juventud adulta), muchas veces en disputa e incómodo, sin respuestas simples. Un «Entre-Aquí-y-Allá», como dice J. M. Barrie, y lo leo de epígrafe en La nostalgia del vacío (Pantalia, 2018), ese libro tan luminoso que escribió Freddy Gonçalves Da Silva sobre sus prácticas de mediación lectora con adolescentes:

—Entonces, ¿no seré una criatura humana? —preguntó Peter.
—No.
—¿Ni tampoco un pájaro?
—No
—¿Qué seré entonces?
—Serás un Entre-Aquí-y-Allá.

Entre-Aquí-y-Allá, pero con entidad, no en un limbo, como se suele juzgar. Desde un limbo miramos nosotrxs; lxs adultxs, sin saber qué decir.

Evangeline y sus compañeras de la Telesecundaria Alfonso Reyes también realizaron carteles para acompañar su lectura performática de Canción de protesta por lxs jóvenes detenidxs desaparecidxs (UNAM, 2023), en Veracruz, en la Semana de Lectura y Cultura Infantil y Juvenil, SeLee 2024, en la que tuvo lugar esa expresión catártica de emociones. En uno de los carteles se leía: «El abuso se alimenta de silencio».

Hablar, ser escuchadas, miradas a los ojos, recibir un abrazo que exprese ese cariño, ese interés; para vivir un mundo así protestaron. Y a veces, los únicos espacios que encuentran para desahogarse, encontrar consuelo e incluso denunciar (en México, lxs adolescentes no están legalmente facultadxs para presentar una denuncia sin acompañamiento adulto) son las redes sociales, que funcionan de micrófono y foro; las social media, que también son negocios controlados por corporaciones (en muchos casos neofascistas) que lucran con su vulnerabilidad.

La nueva mayoría de edad tal vez no sea ya un umbral etario, 18, 21; sino tecnológico, el momento en que se tiene acceso a un dispositivo y nace el perfil virtual. O quizás sí tiene que ver con la edad y lo dicta Instagram que estipula los 13 años como mínimo para abrir una cuenta (Mastodon, una red social libre, recientemente modificó el mínimo a 16 años). ¿Qué implicaciones sociales tiene esta nueva lógica? ¿Puede dar mayor agencia a la adolescencia? ¿La aliena y expone más temprano a normatividades y consumismos?

Fotografía: SeLee 2024.

.

La paternidad en la serie Adolescencia

[Atención: a partir de aquí, mi texto incluye revelaciones y datos clave sobre el desenlace de esta serie]

La madre de Jamie, un adolescente de 13 años, personaje central de la miniserie ficticia «Adolescencia», producida por Netflix, se pregunta, al lado de su esposo, si no debería haber hablado más con él, abrir la puerta de su habitación tantas horas cerrada. «Nunca salía de su cuarto. Llegaba a casa, azotaba la puerta y subía las escaleras directo a la computadora», dice la madre. El padre intenta tranquilizarla: «No podíamos hacer nada. Todos los niños son así ahora, ¿no? (…) No podemos vigilarlos todo el tiempo».

En esta línea, otro debate necesario: ¿Cómo acompañar sin vigilar? Cuidar no custodiar. No sólo lxs padres y madres, la escuela, las organizaciones, el Estado.

Pero más adelante, el padre también reconoce su distancia y que en algún momento dejó de inscribir a Jamie a deportes como el futbol y el boxeo, que «lo harían más fuerte», para dejarlo dibujar y comprarle la computadora que les pedía. Luego su negocio crece y se aleja más, se iba a las 6:00 am y regresaba a las 8:00 pm. «Quizá yo lo descuidé». 

Esta miniserie de drama criminal, de cuatro capítulos y dirigida por Philip Baranti, gira en torno al feminicidio que comete un adolescente, Jamie, de una compañera de su salón, Katie. El primer capítulo narra el arresto de Jamie; el segundo, la investigación de dos detectives en el colegio al que asistía; el tercero, la entrevista que una psicóloga le realiza en un centro de detención; y el cuarto, del que extraje la conversación antes referida, sigue a su familia, sus padres y su hermana, la mañana del cumpleaños del padre, intentando seguir adelante con sus vidas. 

En ese cuarto capítulo, el padre justifica que no abrieran la puerta del cuarto de Jamie, porque quizá estaba «viendo pornografía o cualquier otra cosa» en su computadora… como un video misógino que le apareció en su celular a él mismo, al azar, en el que un hombre reivindicaba cierto tipo de hombría y trato hacia la mujer. Una clara referencia a la “machósfera” o “manósfera”, esa peligrosa comunidad digital llena de discursos de odio que acusa a los feminismos de arrebatarles derechos a los hombres. 

.

La masculinidad en la machósfera

«Dos tercios de los jóvenes interactúan periódicamente con influencers que abordan la masculinidad en línea. Según especialistas, la popularidad del lenguaje extremo empleado en la machoesfera no solo normaliza la violencia contra las mujeres y niñas, sino que además está asociada a la radicalización y a ideologías extremistas», explica ONU Mujeres en su artículo reciente «¿Qué es la machoesfera y por qué debe importarnos?».

Propiciar una reflexión sobre la falta de alfabetización mediática de lxs adultxs y que no conozcamos el contenido dañino al que están expuestxs niñas, niños y adolescentes, es otra de las apuestas de Adolescencia. Activistas feministas como Laura Bates han enfatizado que la manosfera y la cultura incel (acrónimo inglés de «célibe involuntario»), perpetúan ideas sexistas entre los adolescentes sin que padres ni madres se den cuenta. Esta subcultura pasa por inofensiva, de autoayuda o desarrollo de la confianza, pero poco a poco introduce visiones perniciosas entre jóvenes varones sin que salten las señales de advertencia.

El feminicidio que comete Jamie, en efecto, sería en parte resultado de esa machósfera. Jamie es uno de esos adolescentes radicalizados por consumir este tipo de contenidos, acosado en la escuela, etiquetado como incel, deseoso de la aprobación de su padre y con problemas de ira. «Tiene muy mal humor, pero tú también», le dice la madre de Jamie al padre en la conversación final. «No digas eso, no lo heredó de mí, ¿no?», responde él.

La miniserie sí evidencia una cadena de masculinidades tóxicas: «Cuando tenía la edad de Jamie mi papá me golpeaba, una y otra vez con el cinturón, me prometí nunca hacer eso», dice el padre, a quien minutos antes hemos visto en un arranque de ira zarandear a un adolescente y aventar pintura. Tanto la madre como la hermana de Jamie lo miran con miedo.

En el tercer capítulo, la psicóloga que evalúa a Jamie quiere andar ese camino también: ya han abordado en sesiones previas su idea de las mujeres y ahora quisiera hablar de los hombres: «¿Qué se siente ser hombre?», «¿Qué piensas de tu abuelo y de tu padre?», «¿Qué tipo de hombres piensas que son?», «¿Podemos hablar de tu padre?», le pregunta, y Jamie afirma que su papá no es cariñoso, pero que le resultaría extraño que lo fuera, como si estuviera acostumbrado a esa falta de afecto y siguiendo el mandato de esa masculinidad poco expresiva. «¿Malhumorado?», sigue la psicóloga. «Supongo que sí», «¿Se enoja mucho?», «Nunca me ha pegado», aclara Jamie, y luego cuenta que una vez, en otro ataque de rabia, destruyó un cobertizo.

A Jamie no le gustan los deportes. Cuando su papá lo llevaba a jugar futbol los sábados para «hacerlo fuerte», otra idea de virilidad nociva, Jamie sentía su rechazo. «Cuando fallaba, él miraba hacia otro lado», le cuenta a la psicóloga. Ese gesto del padre parece haberle afectado mucho. 

«Lo llevé al futbol porque pensé que lo haría más fuerte. Pero jugaba mal. Siempre lo ponían en el arco. Los otros padres se burlaban de él», cuenta el padre a su esposa en la conversación del cuarto capítulo. Jamie buscaba su mirada, pero él no se la devolvía. «No podía mirar a mi propio hijo», le confiesa entre sollozos. «Te idolatraba», afirma ella. En la sala de interrogatorio, en el primer capítulo, tampoco podrá verlo a la cara después de que los detectives le muestren las cámaras de seguridad que graban el crimen de Jamie; aunque luego ceda y se den un abrazo cerrado, llorando.

Los creadores de esta serie sí querían encarar, y críticamente, los crímenes con arma blanca, perpetuados por adolescentes en el Reino Unido: «Mirar a los ojos la ira masculina moderna», declaró a Vanity Fair Jack Thorne, co-creador de la miniserie, y señalar la influencia de figuras públicas como Andrew Tate, ex kick boxeador acusado de violación y tráfico de personas e influencer/adoctrinador en la machósfera. Y recordemos que Donald Trump es el primer presidente convicto de la historia, declarado culpable de abuso sexual.

Sin embargo, cuando pregunté a Freddy Gonçalves su opinión sobre la serie, me dijo que le parecía que uno de los aspectos a revisar era la constante victimización del agresor y el hecho de que todas las «víctimas» a las que se presta atención sean hombres. El hombre como víctima es un postulado central de la retórica incel que justifica la violencia masculina por «dolor emocional».

Retomando el camino de la psicóloga, habría que preguntarle a la serie ¿qué piensa sobre las mujeres?, ¿cómo están representadas?, ¿y la mejor amiga de la víctima?, ¿participaron mujeres guionistas o asesoras en su realización? O mejor, como la propia psicóloga propone, más que lanzar preguntas, conversar la serie. «Creo que tú y todas las personas son muy complejas. Las preguntas directas no bastan», le dice.

.

No es una patología

Si bien la serie generó muchísima conversación y propone una trama compleja que cuestiona las estructuras opresivas que enfrentan lxs jóvenes, la síntesis que propone el título, Adolescencia, me resultó muy desafortunada. Una vez más, se criminaliza a la adolescencia, como si ser adolescente fuera el problema y no la sociedad adultocéntrica, violenta, machista e hipersexualizada, que defiende supremacías blancas desde presidencias y ampara genocidios. Una sociedad (en donde los padres no son los grandes culpables) que monetiza la atención y deseos de los y las adolescentes, a través de las redes sociales, para mantener esa violencia sistémica que tanto le reditúa. La serie podría enfatizar más que Jamie es producto de una masculinidad tóxica institucionalizada (redes sociales, familia, escuela), no de una etapa vital.

Quizá hubiera sido más justo titularla «Adultez», pero no es el estilo de Netflix que no da un paso sin que su algoritmo le confirme que el contenido será un éxito. Adolescencia, que ya es la segunda serie en inglés más vista en la historia de la plataforma (el primer lugar lo ocupa «Merlina»; el tercero, «Stranger Things»; y el cuarto, «Dahmer. Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer») condensa dos de sus fórmulas más consumidas: Apelar a la nostalgia adulta y los docudramas criminales.

Adolescencia es una serie, dirigida a quienes ya no son adolescentes y, de entrada, se relacionarán afectivamente desde ese tiempo perdido. Según la propia clasificación de Netflix: «Recomendada para público adulto. No apta para menores de 17 años» (la ironía refleja esa moral edadista bajo la que se pretende definir qué sí y qué no es la adolescencia, excluyendo a los propios adolescentes). En un sondeo rápido con cinco adolescentxs en mi entorno, la respuesta general fue que sí les dieron permiso de verla y les aburrió.

El fondo: la nostalgia. Desde los créditos de introducción (fotografías de la niñez de lxs protagonistas que se deslizan con estética de diapositiva antigua) se establece un tono inscrito en la estructura simbólica del fin de la infancia y la inocencia. En la conversación del cuarto y último capítulo, los padres recuerdan a Jamie como «ese niño pequeño, un poco torpe, columpiándose y dibujando monstruos, comiendo helado». Más adelante, en la escena final, veremos al padre llorando y tapando, despidiéndose y pidiendo perdón, a un osito de peluche en la habitación de un Jamie que se nos muestra más niño pequeño que adolescente.

Y la forma: el docudrama. Recuerdo que cuando una amiga me habló por primera vez de esta serie, estaba segura que se basaba en una historia real, lo que la impactaba (y vende) más. Los realizadores han dicho que sí se inspira en casos reales, pero no retoma ninguno en particular. El estilo de «tiempo real» en el que está contada la serie, en un largo plano secuencia (una sola toma, sin cortes), refuerza la inmersión del espectador y la sensación documental. Este acierto técnico y estético, y el virtuosismo actoral, acapara los comentarios en medios (y el boca a boca) y los videos con entrevistas a lxs actorxs que he visto. ¿Y el feminicidio? Me pregunto si todos los fuegos artificiales de la forma no opacan, trivializan, el fondo.

Cuando consulté al consejo editorial juvenil de mi blog su opinión general de la serie, varias de las jóvenes que la habían visto (ya ninguna de ellas adolescente), como Janet Silva Cruz y Michelle Fonseca, dijeron que les hizo ruido que no se nombrara el crimen de Jamie como feminicidio (tanto en Estados Unidos como en Reino Unido, rara vez se emplea esa palabra), lo que invisibiliza la violencia de género (decir «homicidio» en lugar de «feminicidio» niega la misoginia estructural del crimen), y que tampoco se mencionara más a Katie, la víctima (algo que el personaje de la detective en la propia serie también evidencia).

Peor aún, Michelle y otro consejero del blog, Rafael Sebastián Romero, aseguraron que la serie falla al tachar de acosadora/bully a Katie, una línea argumental misógina que fortalece el mito de que las mujeres «provocan» la violencia (y nadie en la serie lo problematiza o desmonta). No ser representada como una persona completa, sino estereotipada como «la acosadora», sigue una lógica incel de que las mujeres existen solo como disparadores del drama masculino, lo que justifica la violencia feminicida y absuelve parcialmente a Jamie, lo victimiza, como señalaba Freddy Gonçalves. Uno de los únicos personajes que amplía el retrato humano de Katie, es su mejor amiga, pero se le muestra marginal, mimetizada con el ecosistema violento de la escuela.

La culpa nuevamente puesta en la adolescencia, representada en la serie como una calamidad. En el segundo capítulo los detectives lanzan frases como: «Es una locura lo que el cerebro te dice que hagas cuando eres un chico», «Es un caos absoluto [la escuela]», «Todas las escuelas siempre tienen ese mismo olor: una mezcla de vómito, coliflor y masturbación. Es un asco».

A juzgar por el TOP 4 de las series más vistas en la historia de Netflix, también la adolescencia en sí misma es tema; una adolescencia disruptiva pues tanto Merlina (titulada originalmente Wednesday) como Stranger Things están protagonizados por adolescentes «rebeldes», «ingobernables», «fuera de control», que hacen cosas atípicas. Adolescencia propone un cruce con La historia de Jeffrey Dahmer, un asesino serial de adolescentes y jóvenes. Cómo se alternan en este TOP 4 la fantasía y el documental, podría ser sintomático de la forma en que ficción y no ficción se mezclan en las redes y de lo bien que Netflix comercializa la nostalgia y el crimen.

Otra serie, también de Netflix, que recomiendo, es «Malas influencias: El lado oscuro de las redes en la infancia», Jenna Rosher y Kief Davidson, que aborda igualmente la ausencia o presencia tóxica de padres y madres, los estándares de belleza imposibles, la exposición al acoso y la explotación de los cuerpos adolescentes como objeto de consumo en las redes sociales.

 

Adolescencia: crecer hacia, no carecer de

La palabra «adolescencia» guarda en su etimología una paradoja reveladora. Viene del latín adolescere («crecer hacia»), compuesto por «ad» (hacia) y «olescere» (crecer, nutrirse). En su origen, designaba sencillamente un proceso de maduración, sin connotaciones patológicas. Los romanos usaban adulescens para referirse a jóvenes entre 15 y 30 años en formación social y política. Sin embargo, este concepto se distorsionó radicalmente a partir del siglo XVIII, cuando pensadores como Jean Jacques Rousseau y G. Stanley Hall medicalizaron la etapa, asociándola con una «tormenta emocional». Luego el capitalismo la redujo a estereotipos de rebeldía e ingobernabilidad y convirtió a lxs adolescentes en chivos expiatorios de fallas sistémicas.

La ironía es notable. Mientras la raíz «alere» (nutrir) hablaba de potencial, hoy el término se asocia a crisis y peligro, como muestran esta serie y otros contenidos, y a otra palabra con un origen distinto: adolecer.

«Adolecer» proviene de adolere («arder, quemar»), que evolucionó al castellano como «padecer». La coincidencia fonética entre «Adolescencia» y «Adolecer» provocó una contaminación semántica e hizo que, desde el siglo XVII, se asociara el crecimiento juvenil con padecimiento o la falta: «adolecen de madurez», «de juicio», «de responsabilidad».

Toda la tergiversación, tanto la evolución del significado de la palabra adolescente como la trampa lingüística de la palabra «adolecer» no es casual: responde a ese sistema adultocéntrico que comercializa sus identidades mientras niega su voz. Reclamar la adolescencia como etapa legítima, no como limbo patológico, es un acto político. La adolescencia puede ser alegría, enamoramiento, libertad, descubrimiento… con todo y redes sociales (pero no exclusivamente con ellas). El problema nunca han sido lxs jóvenes, sino la sociedad que usa «déficit» o «falla» como sinónimo de adolescencia y la criminaliza para evadir su propia responsabilidad en las violencias que genera.

.

Otras adolescencias y paternidades

El cierre de la serie me hizo recordar ese libro álbum de pedagogía para padres, de los 80, Ahora no, Bernardo, de David McKee, en el que un monstruo devora a un hijo que había advertido una y otra vez a su papá y a su mamá que existía esa amenaza. 

Adolescencia examina la paternidad contemporánea, su conciencia (o falta de) sobre las influencias insidiosas a las que están expuestxs muchxs adolescentes en el mundo digital y las devastadoras implicaciones. Y, tal vez en menor medida, examina el fracaso colectivo en el que se inserta esa paternidad: la crisis de la educación y las fallas en el sistema de justicia. 

En el segundo capítulo, cuando lxs detectives acuden a la escuela de Jamie, desde una perspectiva latinoamericana, el retrato social raya con lo caricaturesco. La ineptitud y falta de injerencia del personal docente y la prepotencia del alumnado, podrían resultar lejanos a nuestro contexto. No obstante, este capítulo cuenta también una posibilidad más luminosa, un punto de inflexión crucial en la investigación: Adam, el hijo adolescente del detective, que asiste a esa misma escuela y también sufre de acoso escolar, ayuda su padre, le da claves para vincular el crimen con las publicaciones de Jamie en Instagram.

Cuando Adam le explica a su padre el término incel, no solo comparte información, sino que abre un espacio de confianza. En lugar de imponer autoridad, el padre lo escucha con apertura, asumiendo su desconocimiento y aprendiendo de él. Ese momento de diálogo íntimo ofrece un correlato esperanzador a las relaciones paternofiliales marcadas por la desconexión emocional, como la que vivió Jamie.

Romper el ciclo de las relaciones emocionalmente desconectadas («creo que sería bueno que aceptemos que quizá deberíamos haber hecho más», expresa la madre de Jamie), requiere que lxs adultxs vuelvan a mirar a los ojos a las y los adolescentes, abandonen una posición de superioridad, cocreen espacios de participación y conversación (también virtuales), se involucren como aprendices junto a lxs adolescentes y reconozcan su potencial transformador (como muestran tantos movimientos climáticos o feministas liderados por activistas como Greta Thunberg o Malala Yousafzai, que empezaron de adolescentes).

En entradas recientes he abordado los cuidados mutuos, cómo lxs niñxs y adolescentes se cuidan entre sí y saben cuidar de las personas adultas a su alrededor y cómo nos recuerdan nuestra responsabilidad compartida. De esta última recupero las palabras de varios niños, niñas y adolescentes de San Pedro Pochutla, Oaxaca, parte del círculo de lectura de Isaac Corales. 

A la pregunta «¿De qué modo piensas que la violencia afecta la vida de las niñas y de los niños?», Melannie no dudó en responder: «En la vida de las niñas son los abusos, sexual y también mental, y también para los niños». Abdí Jersaí dijo que la violencia «los pone deprimidos, pone en riesgo su forma de ser, los puede poner un poco agresivos y siempre tristes». Para Milán Saíd hace que no puedan jugar libres ni salir, tener miedo… y «nunca los van a dejar salir porque allá afuera hay un mal», y para Odette la violencia hace que niñas y niños tengan «miedo a las personas grandes y no confían».

Su voces también pidieron, como Evangeline, que lxs adultxs pasen más tiempo con ellas y ellos, les apoyen, ayuden, «no sean tan groseras». Un abrazo. «¡Queremos vivir, no sobrevivir!», protestan los jóvenes de la Telesecundaria Alfonso Reyes.

.

Recientemente…

Hackear la Digitalidad: cuidado mutuo y creatividad en los espacios digitales

1.er Encuentro de niñas, niños, niñxs, adolescentes y digitalidades en el Centro de Cultura Digital en Ciudad de México. Todas las mesas se pueden ver en la liga de arriba.

Leer Iberoamérica Lee

Puentes de la literatura. Juventudes en tránsito. La jornada completa en la liga.

.

Próximamente…

Ya nadie lee: Primeras Jornadas de mediación, lectura y jóvenes. 

Freddy Gonçalves Da Silva coordina este encuentro que pondrá el foco en las muchas formas de leer (y resistir) en la adolescencia. 

Centro de América: Primer Encuentro de Literatura Infantil.

Gloria Carrión coordina este primer espacio para pensar la LIJ en Centroamérica en el marco de la FILGUA 2025.

También puede interesarte

Historias de padres e hijas

¿Un papá? ¿Para qué?

Tras los pasos de papá. Crecer con libros que buscan al padre.

La reina de la torre y otros libros de madres e hijas que cuidan

Manifiesto Soy Joven, soy lector

 

Entrada No. 266
Autor: Adolfo Córdova.
Portada: Imagen promocional de la serie Adolescencia de Netflix. Fecha original de publicación: 17 de junio de 2025.

 

8 Comentarios »

  1. Me encantó, está para pasarlo por el grupo de whatss de mamás del colegio de Sofi (saludos desde MTY), a mi lo que me incomodó más fue la crítica mediática de los «buenos» padres, que con toda autoridad recriminaban a las juventudes de hoy. Se les olvida que ya pasamos por ahí, y lo solos que nos sentíamos a veces. Mediar lecturas con los adolescentes ha sido mi camino como madre y mediadora de lectura para vincular, para abrir espacios de escucha respetuosa, para que sientan que los miro, que los escucho, que son importantes. Recuerdo en un principio cuando me propusieron mediar por primera vez un grupo de mujeres adolescentes, fue en la pandemia, y la petición fue algo así como, sino hacemos nada con ellas o terminan embarazadas o de novias de malitos. Las mediadoras acompañantes de esa primera experiencia fueron mujeres jóvenes adultas de entre 19 y 21 años, que hicieron su servicio social aprendiendo a mediar un club de lectura. Leímos Mary Jo de Anna Pessoa, yo » supervisaba» la experiencia, en realidad fueron ellas quienes me recordaron como reconectar con mi yo de 13,14,15 años… y fueron esas chicas participantes quienes nos enseñaron a las mediadoras y a mí, que la escucha sorora, respetuosa, amorosa sin juicio, nos hace más humanas, más fuertes, menos vulnerables. Desde ese momento supe que tenía que intentarlo, los adolescentes nos necesitan, incluso en eventos, cursos y talleres, la oferta es limitada, porque nadie se atreve a «lidiar» con ellos, ¿será más bien que no nos atrevemos a respetar su esencia». Por cierto este semestre leímos Ana en Todas partes, amaron el test….Gracias por las reflexiones Adolfo

    • Lulú querida, muchas gracias por sumar tu testimonio en esta sección de comentarios y a propósito de estos asuntos que tanto nos importan. Qué buena esa experiencia que compartes. Justamente la situación que atraviesan madres adolescentes es otro aspecto para el que ya había escuchado de otras iniciativas. Fíjate que yo tengo muy presente una conversación con un grupo de sexto año de primaria en una escuela pública en la CDMX a la que asistía como lector voluntario. En la última sesión del año, luego de leerles el cuento de La Sirenita, hablamos de sus deseos y de sus miedos en la nueva etapa que estaban por comenzar, la secundaria. Siempre recordaré como varias chicas empezaron a comentar que les daba miedo quedar embarazadas. Me impactó mucho que a sus 11, 12 años, ese ya fuera un temor instalado en una etapa que debería ser para ejercer una libertad más plena. Como dices, tenemos mucho que aprender de ellas y ellos y muchos prejuicios que quitarnos. Hace poquito estuve en unas jornadas sobre lectura y adolescencia llamadas «Ya nadie lee» y Freddy Gonçalves, el organizador, hablaba de cómo él aprendía a gestionar mejor las tecnologías y las redes sociales de los propios jóvenes. Coincido. Hace unos meses, conversando con una sobrina, me contó que estaba en un «detox» de instagram, que se había vuelto como un reto con sus amigas a ver quién aguantaba más. Me sentí muy en sincronía porque yo venía pensando alejarme un tiempo y a partir de esa conversación decidí hacerlo. Muchas gracias por leer Ana en todas partes, que, claro, también quiere hablar justamente a adolescentes. Ya me contarás. Te mando un abrazo grande y otro para tus chamacxs.

  2. La entrada es muy acertada. Me gustó mucho porque hay cosas que yo no había visto, como por ejemplo, en como Netflix usa los temas de adolescencia para manejar su top de más vistos y sus narrativas.

    Y ya analizando bien la serie pues si tiene muchas fallas en forma y fondo del mensaje que quiere según quiere dar.

    La observación de Freddy Gonçalves dio en el punto, la mayoría de los hombres se apegan a la narrativa de dolor emocional para ser violentos.

    También sobre las y los adolescentes de la telesecundaria veo como ha cambiado la experiencia de vida con el uso de la tecnología. O sea, hace 15 años era bien diferente. Lo que a nosotros millennials nos funcionaba como canal de comunicación y diversión, ahora es un sistema más complejo donde la violencia está también presente. Pero también funcionan como espacio para encontrar justicia porque acá en la realidad es insuficiente o nula.

    Excelente análisis y reflexión, me hizo notar muchas cosas que no había visto 👏🏼

    • Muchas gracias, Mich, y por tu opinión sobre la serie. Sí, la socialización en las pantallas ha cambiado radicalmente la forma en la que lxs adolescentxs hacen comunidad hoy. Por un lado, sí son un medio de denuncia y expresión que ha dado cohesión y muchas cosas positivas se fraguan ahí, pero también los discursos de odio y acosos que mencioné aquí. Para mí también fue revelador lo de Netflix, pero en Facebook alguien puso un comentario de que la serie había generado que instituciones limitaran más el uso de redes sociales en menores… para seguir pensando.

      • Oh, no sabía lo de limitar el uso de redes sociales para los menores pero me parece una medida pertinente porque sí necesitan una guía para empezar a saber que contenido les puede ser de ayuda y cual puede perjudicarlos a la hora de establecer vínculos.

      • Sí, creo que requiere de una conversación con ellos y ellas, para que no se vuelva una medida de vigilancia más, sino una oportunidad de encontrar espacios alternativos de intercambio e interacción.

  3. Vi la serie y sentí una incomodidad respecto al perfil del personaje central…había un punto en donde era tanto su carisma, su fuerza, que acabas admirando y empatizando con su violencia y astucia. Luego recordé niños de esa edad que golpeaban y atemorizaban a sus hermanas…uno de los niños que era así y con el que conviví acabó preso. Hay que atender a las infancias, todas.

    • Exacto Tessie, Freddy Gonçalves también me comentó algo así. El retrato del chico hace «imposible de creer» que él lo haya hecho. Obviamente es una perspectiva deliberada para reforzar el shock del padre (el nuestro), pero también me incomodó. Al final, como cuento aquí no creo que Netflix le interese más denunciar que vender. Hay que atender a todas las infancias y adolescencias, sí, y mirar críticamente cómo participamos de las violencias sistémicas.

Replica a Lulú Martínez Cancelar la respuesta