«Tenemos que reclamarles a las personas que mandan», dicen lxs protagonistas de La cruzada de los niños, vamos a cambiar el mundo del escritor portugués Afonso Cruz. Pero afuera del libro esas personas adultas no escuchan el reclamo de justicia, de la casa al mundo. Ni siquiera escuchan a las propias instituciones, hegemónicas, que esas autoridades han diseñado, como la Corte Internacional de Justicia (CIJ) o la Corte Penal Internacional (CPI), que hoy, otra vez, evidencian su parcialidad e inoperancia.

El mundo sigue girando entre finales de futbol, elecciones y olimpiadas, y la masacre del Estado de Israel, y Estados cómplices, sobre Gaza, se torna «interminable», como la llamó el presidente Brasil, Lula da Silva. Interminable y cruel con sus bombardeos consecutivos a seis escuelas, que servían de refugio, en las últimas semanas.

Para aguantar, para distraerse, los niños y jóvenes juegan, organizan partidos de fútbol y, justo entonces, uno de estos bombardeos, en Jan Yunis, captado en video, interrumpe el partido y deja por lo menos 29 muertos. ¿En respuesta?, un ataque con un cohete, atribuido a Hezbolá y Hamás, mata a 12 adolescentes en pleno partido de futbol en la localidad drusa de Majdal Shams, territorio sirio gobernado por Israel.

¿Por qué sobre civiles? ¿Por qué sobre menores de edad? ¿Por qué en campos de futbol? ¿Por qué la literalidad de la bomba como único camino? 

En la entrada pasada, Áurea Xaydé Esquivel, hacía un inventario de las bibliotecas destruidas en Gaza y nos contaba a detalle de varias que se mantienen en pie en otras ciudades de Palestina, resistiendo, como las que agrupa el Centro Lajee (Campo de Refugiados de Aida de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, UNRWA). En ese centro, también existe una escuela de circo para niños, niñas y jóvenes, la Rebel Circus School, que defiende el derecho al juego para atravesar la incertidumbre y las violencias diarias. Un grupo de doce integrantes de esa escuela viajó recientemente a España para realizar un campamento de circo con la asociación amiga Pallasos en Rebeldía.

«Aprender circo es un empujón para que seamos más fuertes», dice Amro, de 15 años.

Dareen (13 años) y Amro (15 años) integrantes de la Rebel Circus School. Foto de Selena Pizarro.

Los testimonios de esos chicxs y jóvenes cirquerxs me traen de vuelta las palabras de la antropóloga Valentina Glockner, como las recuerda Ana Luz Minera, su colega y amiga: “Siempre decía que por cada práctica de terror siempre hay prácticas de vida, por cada práctica de aislamiento, siempre hay prácticas de solidaridad”. Y también ese deseo con el que cerraba Áurea su entrada: «Ojalá me toque ver un día a Palestina libre y sus bibliotecas, universidades, parques y museos reconstruidos». Como leerán más adelante, Helena, un personaje de la novela A mediodía llovían pájaros, dice: «Aquí seguiremos. Apenas se vayan los soldados poblaremos de nuevo los árboles, los techos y caminos de pájaros».

Hoy, ya no quedan universidades en Gaza. Hace poco la UNRWA anunció que se necesitarán unos 15 años para remover los 40 millones de toneladas de escombros en la Franja. Esa medición material dice mucho pero es nada si pensamos en el daño emocional por las más de 39 mil personas asesinadas (cifra que recuerda los 40 mil civiles que asesinó instantáneamente Estados Unidos cuando arrojó la bomba atómica en Nagasaki) y 90 mil personas heridas, los 10 mil niñxs sin localizar y los tantos que perdieron a sus padres y son tan pequeños que no saben su nombre, lo que dificulta identificar a sus familiares.

¿Quién puede calcular cuánto tiempo tomará curar todo ese dolor? ¿Y el dolor por los atentados de Hamás y los rehenes que siguen sin volver a casa? ¿El dolor de tantas décadas de atentados y asesinatos en ambas direcciones? ¿En qué mundo se arrojan bombas en campos de futbol? ¿Bajo cuáles derechos humanos se desplaza forzosamente a unos y se permite el asentamiento a otros? ¿Quién va a ceder y a dejar de pedir sangre en venganza como hizo recientemente el ayatollah iraní ante al asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniyeh?

Hace unas semanas, en su conferencia en el seminario «El rescate de las infancias» de Leer Iberoamérica Lee, María Teresa Andruetto, señalaba la muerte por deshidratación y desnutrición de bebés y niños y niñas pequeños y la urgencia de hacer llegar a Gaza toda la ayuda humanitaria posible. Aunque, reclamó Andruetto, quienes tienen el poder de tomar esas decisiones no las toman. No sólo eso, algunos políticos aplauden de pie a un genocida. 

¿Y la lectura en este contexto? Tiene mayor sentido si forma parte de un «plan colectivo», cierra Andruetto. Ante el terror, «prácticas de solidaridad», como decía Valentina. «Resignificar al mundo en que vivimos colectivamente» a través del arte es también la invitación de Bruno Velázquez Delgado en «¿Derechos Humanos en las artes? De artivismos y cultura de paz», un artículo publicado en Cultura de paz en las artes, un imprescindible de la colección Cuadernos Cátedras de la UNAM, de descarga gratuita aquí.

Descarga gratuita del cuaderno aquí.

En otro de los artículos, Carlos Henríquez Consalvi, alias «Santiago», afirma que la experiencia del bordado, una expresión colectiva, trenza el dolor y la empatía, la esperanza y la resiliencia, «en hilos de la memoria, que nos aportan la certeza de que una vida digna es posible, cuando se une la colectividad para conquistar sueños comunes».

Uno de los ejes de todas las reflexiones en ese cuaderno es esa noción de lo colectivo. «La cultura de paz puede ser una elección contingente, una decisión vital que busque experiencias armónicas, participativas, comunitarias y solidarias», escribe Carlos Antonio de la Sierra, el editor de la publicación, en su elocuente texto de presentación: «Narrar la esperanza y las crónicas de futuro».

Allí, De la Sierra también problematiza la noción de «paz», una palabra cuyo significado parece vacío como «todo», «nada», «siempre» o «nunca».

«Cultura de paz es un proceso progresivo que destaca las cualidades positivas y afirmativas de las subjetividades: una dialéctica ennoblecedora que se concibe como un fin en sí mismo. Insisto: por eso no hablamos de ‘paz’ a secas, pues éste es un término absoluto e inalcanzable. Más allá de vivir en condiciones de violencia, donde la confrontación con la fatalidad sea una constante cotidiana, valdría la pena preguntarse si es posible vivir en paz en un país, en un mundo, donde existe la desigualdad y la injusticia. De ahí que se piense en progresiones, procesos o guidelines y no en fines últimos y unidireccionales», escribe De la Sierra. 

Y está dialogando con Aniara Rodado que, en el mismo cuaderno, en su artículo «Espinas de agave, palomas de tiza y volcanes a punto de erupción», plantea: «Salir del binario guerra-paz supone el mismo empeño y la misma rabia necesarias para destronar las lógicas y los mitos patriarcales, extractivistas y coloniales». 

Si bien mucha literatura infantil y juvenil pareciera fundada en ese binarismo, con finales felices de paz para siempre  (que igual pueden cumplir una función simbólica de reparación), hoy, muchxs autorxs se colocan en medio: «entre» la guerra a la paz que genera imaginaciones de justicia más cercanas y alcanzables. 

Los libros que aquí selecciono pueden acompañarnos en estas reflexiones. «La guerra y la paz», «Los dictadores», «La pelea entre hermanxs o padres/madres e hijxs» se han convertido en las últimas décadas en subgéneros en la LIJ que buscan dar «solución», a veces con intenciones más pedagógicas que artísticas, al conflicto. La mayoría de los que aquí incluyo complejizan esas categorías y se alejan de las idealizaciones caricaturescas. 

Me viene ahora a la mente la imagen que me salva de la desolación en la película Zona de interés de Jonathan Glazer: aquella niña alemana que sale de su casa en las noches y esconde frutas en los campos de trabajo de Auschvitz para que las encuentren los prisioneros.

Ya en otras entradas he reseñado libros que relatan las prácticas de vida para sobrevivir al horror; una recurrente: la lectura, el dibujo, la escritura… y, como contaba, el bordado. «Caminando en colectivo, tejiendo alianzas, dibujando y bordando sus historias en códices de memoria histórica, bordando en lienzos las denuncias ante la violación de sus derechos (…) [En los bordados] se representaban operativos militares contra la población civil y los bombardeos contra caseríos», así sobrevivieron y denunciaron en el exilio cientos de miles de salvadoreños durante su dictadura, relata Carlos Henríquez Consalvi.

«Según testimonios recabados, la íntima experiencia de bordar es un ejercicio sanador y reparador que permitió a las mujeres, de manera simbólica, zurcir aquellas partes de sus vidas que quedaron rotas o rasgadas por la violencia del Estado durante el conflicto armado», continúa Henríquez Consalvi.

Había proyectado un año de entradas diversas anunciadas en Imaginar otros vuelos. Una ruta de libros ilustrados para (des)andar el 2024. Imaginaba entonces que pronto la comunidad internacional se indignaría lo suficiente para detener el primer genocidio de la historia transmitido en directo. Sin embargo, con el pasmo de los días y semanas sin que pare el fuego, al contrario, y sin que se escuchen pronunciamentos ni posicionamientos contra la masacre desde ferias, instituciones, asociaciones, fundaciones, bibliotecas, blogs, editoriales vinculadas a las infancias y juventudes, decidí continuar publicando entradas desde esta pequeña esquina boscosa de internet para condenar y pensar las violencias que atraviesan a las infancias desde la casa hasta Gaza.

Aunque ubiqué esta entrada como la última parada o «destino final» de esa Ruta de libros ilustrados 2024, siempre pensé que sería la segunda entrada que publicaría y funciona como continuación de esa primera entrada con el índice de la ruta y en donde empecé a reseñar A mediodía llovían pájaros de Marcela Guiral y Seguir tus pasos de Alicia Molina. 

Grabado de Santiago Robles para la novela Seguir tus pasos de Alicia Molina.

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De la casa al mundo, entre la guerra y la paz

En el principio era la pelea en casa; luego, las diferencias entre vecinos; después, la disputa entre barrios, la competencia entre ciudades, el combate entre países, el genocidio, la guerra mundial. ¿Cómo desandar ese camino para volver a mirarnos y escucharnos como si fuéramos amigxs? «Nadie nace odiando a otra persona por su color de piel o su origen o su religión», dijo Nelson Mandela. ¿Cómo andar hacia adelante al encuentro de una realidad que no secuestre ni torture ni mate ni arroje bombas sobre nadie? ¿Qué libros conversar críticamente para exorcizar el miedo, entender el conflicto e imaginar otras salidas colectivas? ¿Cómo leer y fortalecer las narrativas de paz en lugar de las narrativas de guerra?

 

Todo mal de Juan Gedovius.

Vuelvo: allí, al principio: Todo mal de Juan Gedovius (FCE, 2023, México) un álbum cuya fuerza radica en la agilidad de su rima y la transparencia de su intención didáctica: se trata de una herramienta para conversar conflictos entre grandes y chicxs. De la discusión violenta a la reconciliación sincera (con todo y perdón).

Son dos criaturas gedovianas dragonescas (del bestiario fantástico medieval) las que se enfrentan; de distinta estatura pero igual de feroces al escupir fuego. Un disfraz que puede usar cualquier par en discordia, aunque la lectura padre-hijx o madre-hijx es la más evidente, pues el conflicto es detonado por el clásico llamado a ¡bañarse! y la clásica negativa. El libro también es valiente, como lo fue Max de Dónde viven los monstruos y luego Matildapara enunciar el «Te odio» a la madre o al padre todavía tan polémico en algunos círculos. 

 

Esa mañana de Toño Malpica y Luis San Vicente.

Con una intención muy parecida, Toño Malpica y Luis San Vicente llevan esa discordia al peso hermana-hermano en Esa mañana (Norma, 2016, México).

Otras dos criaturas del imaginario fantástico medieval, Mangrufo, quizá un hijo no reconocido del Grúfalo, y Leuklaya, una brujita que guarda aromas de panteón en sus frascos, se sienten apesadumbrados, cada uno en su mundo, recordando lo que se dijeron ayer, culposos, sin conseguir animarse,

«Mangrufo salió de su cueva con la mirada en los pies. Un poco como Leuklaya, quien tampoco podía levantar los ojos», pero también con un poco de hambre. Y con el hambre, llega una voz que dice «¡Niños!», y la reconciliación. El tono de humor en el sorpresivo desenlace del texto ha venido construyéndose desde la ilustración, tierna y colorida, con esa estética de Halloween que también ha desarrollado Flavia Zorrilla en Gustavo, el fantasma tímido. 

 

¡No! de David McPhail.

Dejo el interior de esas casas porque escucho otro grito, pero en la calle: ¡No! de David McPhail (Castillo, 2014, México), originalmente publicado en 2009.

Sigo los pasos de un pequeño niño que escribió una carta y salió de su hogar, bien abrigado, para llevarla al buzón, bajo un cielo zurcado por bombarderos; entre tanques, explosiones, allanamientos de soldados y persecuciones. Cuando llega al buzón, un niño más grande le quita el gorro y está a punto de golpearlo pero el pequeño le grita ¡No! ¿No?, pregunta el otro, ¡No!, repite el pequeño enojado, harto de tantos abusos, y mete la carta al buzón.

En su regreso a casa, mágicamente, todo se ha pacificado con ese ¡No! Como cuando Irulana grita su nombre para vencer al feroz ogronte en Irulana y el ogronte de Graciela Montes.

«No a la política de demolición del gobierno argentino de ultra derecha mesiánica, no y no y no y no», dice en un video en su cuenta de Instagram el escritor de LIJ David Wapner. «Cese de las violencias hacia las personas buscadoras», exige la Brigada Nacional de Búsqueda ante la desaparición forzada de la buscadora de personas Lorenza Cano… «No, no, no, no son un hecho aislado, las desapariciones son crímenes de Estado», cantamos en las marchas.

El mensaje de la carta del niño de ¡No! se revela en la última página. Son dos afirmaciones con una pregunta para los adultos que me recordó otra muy parecida: «¿Y si las reglas de la guerra fueran las mismas que las reglas de la escuela?» incluida en ¿Y si los soldados pelearan con almohadas? Historias reales de imaginación y valentía de Heather Camlot y Serge Bloch (Loqueleo, 2021, México).

 

¿Y si los soldados pelearan con almohadas? de Heather Camlot y Serge Bloch.

Este libro informativo describe iniciativas de cambio, ejemplos antibélicos, detrás de preguntas como: ¿Y si los pilotos de combate lanzaran semillas en vez de bombas? ¿Y si las palabras de guerra se volvieran una guerra de palabras? ¿Y si los civiles inocentes pudieran ser aerotransportados con música? ¿Y si un escenario de guerra tuviera disfraces y musicales?, a esta pregunta corresponde esta afirmación:

«En 1994, conforme la paz se iba restaurando en Camboya, nueve de estos refugiados volvieron decididos a revivir las artes, aun cuando no suele ser lo primero en lo que se enfoca un país después de haber sido devastado por la guerra. Pero aquellos jóvenes habían descubierto el poder curativo de las artes mientras tomaban clases de dibujo en el refugio, y estaban convencidos de que podría ayudar a los niños a superar el trauma de la posguerra».

Dibujar, escribir y leer para ampararse en la ficción es un rasgo ya característico a la hora de construir personajes que atraviesan dificultades, como ejemplificaba en la entrada Imaginar otros vuelos. Una ruta de libros ilustrados para (des)andar el 2024. Desde el Diario de Ana Frank o El Diario de Francisca (Hueders, 2019, Chile) hasta Una luz contra la guerra de Gonzalo Moure (Norma Ediciones/Secretaría de Cultura, 2017, México) o Samir y Yonatan de Daniella Carmi (Ediciones Castillo, 2013, México), títulos que ya he reseñado.

Por eso muchas de las preguntas de ¿Y si los soldados pelearan con almohadas?  se responden desde las artes. Cuando a Jella Lepman le pidieron que imaginara un proyecto para empezar a reconstruir la Alemania destruida por Hitler ella dijo sí con libros infantiles y organizó la primera exposición internacional que luego derivó en una biblioteca y en la asociación IBBY.

Y aquí, un poema colectivo, escrito por niñas y niños, titulado «Las armas», que, desde 1992, también pregunta: «¿Qué pasaría si la resortera / tirara gotas de agua? / ¿Qué pasaría si el arco / tirara flechas de plumas? / ¿Qué pasaría si el rifle / tirara balas de pétalos?».

Fueron escritos en talleres que impartió Jorge Luján en el Museo Nacional de Antropología a propósito de una exposición del juguete mexicano y compilados en el libro Juguemos a inventar un cuento.

 

¡No! de Paula Carbonell e Isidro Ferrer.

En otro ¡No! de Paula Carbonell e Isidro Ferrer (A buen paso, 2024, España) cada página parece gritar ese imperativo. Un «No» en el que se ensancha el agujero de la «o» hasta engullir la esperanza de una familia. Un texto telegráfico urgente, contundente, hecho de palabras pronunciadas con la boca seca, e imágenes como escenas teatrales, también austeras, que no disfrazan la desolación.

Y ante la desaparición, la destrucción del hogar, la búsqueda de un escondite, el hambre, la sed, la enfermedad, la falta de servicios médicos, la imposibilidad de escapar y la muerte, allí, el grito de un padre, sólo el grito, sin cuerpo, maldecir por la rabia, por la impotencia, y la soledad de una hija, hermana, una niña que escucha esa «palabrota» y vuelve al silencio lapidario.

Hacer catarsis, apalabrar en voz alta, hacernos preguntas para pensar mientras veo al primer niño de ¡No! pedaleando una bicicleta. Va con él su nuevo amigo, el niño más grande que antes lo había agredido, y pasan a buscar a la niña huérfana de hermano, de este otro ¡No!, hasta que se cruzan con un automóvil conducido por un padre con dos hijxs en los asientos de atrás. Observan, veo, vemos al auto elevarse: dejar el barrio, la ciudad y el mundo para volar hasta el espacio.

 

Mientras tanto en la Tierra de Oliver Jeffers.

Pero la trayectoria de Mientras tanto en la Tierra de Oliver Jeffers (FCE, 2023, México) me rechina: con las mejores intenciones, y algunas citas elocuentes, sermonea y, contrario a su deseo, trivializa la guerra. Parece que los humanos «siempre hemos peleado por el territorio» y solo en la prehistoria, hace 11 mil millones de años, cuando estábamos demasiado ocupados en sobrevivir, vivíamos en paz. ¿Sí? Hago una asociación para intentar revelar alguna analogía: ¿La paz absoluta quedaría entonces lejana, recóndita, inalcanzable?: Así parece: 11 mil millones de años atrás, en una caverna.

Aunque el libro quiere ser pacifista (Jeffers parece serlo e intenta explicar en un texto introductorio, confuso y demasiado sintético, que se inspiró en «el conflicto de Irlanda del Norte»), al volante va un adulto que mira la Tierra de forma sesgada como un territorio más plano que redondo: puras guerras. Quizá conscientemente dibuja solo hombres en las escenas de enfrentamientos para hacer un comentario crítico sobre la patriarcal tendencia a partirse la cara, pero el alcance de su mirada, aún si se proyecta fantasiosamente miles de años atrás, es limitado. Termina siendo, para mí, más el conductor de un juego mecánico que el maestro crítico de historia que pretende. Al terminar, aterriza, estaciona el auto y baja cargando a sus hijxs-astronautas que se han quedado dormidos. Nada ha cambiado, y sus principales alumnos-tripulantes cayeron rendidos por la clase-paseo (¿fue somnífera?). El padre sonríe satisfecho. Tantán.

Me desconcierta la falta de capas: ¿era suficiente para hacer un álbum una buena idea (entrecruzar «exploración espacial» y «viaje en el tiempo»)? A esa ocurrente estructura (volar años luz adelante para contar qué pasaba en la Tierra miles de años atrás), sí, le falta fuerza de gravedad: reduce a lxs niñxs a merxs observadorxs (¿consumidorxs?) de las catástrofes. Pero ese es el contexto de Jeffers y es honesto: ¿los conflictos pasados (presentes y futuros) adormecen a las infancias blancas del Norte Global?

 

La puerta de Ana de Guia Risari.

Quizá ya dentro de su casa lxs niñxs leerán otros libros de aquella primera etapa de Jeffers, que valoro más, para extender su (paradójicamente corto de miras) paseo galáctico. Por ahora mejor perderlos de vista y fijarme en otra puerta: La puerta de Ana de Guia Risari (Ediciones Castillo, 2017, México). Es una Ana que ya había mencionado: Ana Frank. 

Esta novela, que retoma la estructura de las múltiples perspectivas alrededor de un mismo hecho, como las clásicas En el bosque de Ryunosuke Akutagawa (1915) o Crónica de una muerte anunciada de García Márquez (1981), se centra en la mañana del 4 de agosto de 1944 cuando los nazis descubren el escondite de Ana, su familia y otras cuatro personas. Un narrador en tercera persona nos irá describiendo la vida interior y exterior de cada integrante, desde que despiertan aquella misma mañana en Amsterdam: Otto, Edith, Margot, Auguste, Hermann, Fritz y Peter, y también la del soldado nazi que abre la puerta, sigue las órdenes de arresto y al volver a su casa no parece ya tan convencido de la ideología de Hitler. La narración está acompañada de un apéndice informativo para extender la conversación alrededor de esa tristísima detención y posterior asesinato.

 

Escondidos como Anne Frank de Marcel Prins y Peter Henk Steenhuis.

Y al cerrar esta puerta ¿hacia dónde seguir? Me quedo allí mismo, en Países Bajos, en la Segunda Guerra Mundial, en donde 16 mil judíos se escondieron, al igual que Ana Frank, pero afortunadamente sí sobrevivieron. Escondidos como Anne Frank. 14 historias de supervivencia de Marcel Prins y Peter Henk Steenhuis (Loqueleo, 2016, México) recupera catorce de esos casos.

El primero es el de Rita Degen, la madre de uno de los autores, Marcel, que tenía casi seis años cuando vivió escondida, y quien tuvo la suerte de sólo cambiar una vez su escondite; otro niño estuvo en 42 sitios distintos. Cada historia, fue recopilada por el hijo de Rita, quien entrevistó directamente a esos sobrevivientes, y contiene anécdotas insólitas y muchísimos gestos de esperanza y solidaridad. Existe un sitio (en inglés, alemán y holandés) que va mostrando en un mapa los lugares por donde pasó cada niño o niña, además de otros documentos y audios con sus voces narrando: https://hiddenlikeannefrank.com/

Me parece que este libro no se ha difundido lo suficiente pero constituye un trabajo periodístico excepcional que puede acompañarnos al imaginar correlatos en los que la condena o final no sea la muerte. 

 

¿Qué es en realidad el fascismo? de Kalle Johansson y Lena Berggren.

Para completar el marco histórico de estos libros y otros que reseño más abajo centrados en dictadores, recomiendo ¿Qué es en realidad el fascismo? un cómic informativo de Kalle Johansson y Lena Berggren de Takatuka (2020, España), una editorial con un catálogo muy políticamente comprometido. 

Aunque pueda generar rechazo el arranque, en donde se expresan algunos aspectos positivos de los movimientos fascistas (¡¿?!), el objetivo es provocar al lector y mostrarle por qué consigue tantos seguidores -fanáticos- esta ideología, y dejar de lado esa palabra -fascista- que se ha ido vaciando de sentido hasta hacerla más la carcasa de una caricatura vieja que una amenaza real y muy vigente. 

El cómic se concentra en dos fascistas: Hitler y Mussolini, describe cómo llegaron al poder y ejemplifica con sus acciones los principios de la ideología fascista. Un muy necesario epílogo plantea una continuidad con los movimientos populistas y neofascistas actuales.

 

Genocidio de Jane Springer.

Este libro puede dialogar con Genocidio de Jane Springer (Ediciones Ekaré, 2014, Venezuela/España) que reseñé hace varios años y recuerda la promesa hecha por la comunidad internacional después de la Segunda Guerra Mundial: «¡Nunca más!», para invitar a renovar el ignorado o discrecional compromiso, un aspecto tan evidente en los últimos meses.

En el capítulo 6 «Reaccionar ante el genocidio», Springer retoma una iniciativa de Sartre y Russell. Así lo narra: «El Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra, creado en 1966 por el escritor Bertrand Russell y el filósofo Jean-Paul Sartre, halló a Estados Unidos culpable de genocidio en Vietnam. Se argumentó que toda la población vietnamita fue amenazada de exterminio por los bombardeos masivos, que a menudo se llevaban a cabo con armas que estaban prohibidas por las leyes de guerra (como el agente naranja, un defoliante que contenía sustancias tóxicas como la dioxina, un conocido cancerígeno).

«Sartre describió la situación como «el mayor poder del mundo enfrentado a un pobre pueblo de campesinos», y agregó que el ‘genocidio se presenta como la única reacción posible ante la rebelión de todo un pueblo contra sus opresores’. Sartre acusó también a Estados Unidos de pretender intimidar al resto del mundo mostrando lo que podría sucederle a cualquiera que se atreviera a desafiarlos».

La vigencia de todo el contenido del ensayo es escalofriante pero también nos ofrece argumentos para seguir señalando el genocidio del Estado de Israel sobre Palestina. Y, ojalá, reaccionar.

 

Allez, allez…! de Luisa y Cuco Pérez.

Sigo las pistas de esa misma guerra, pero en otro país, España, cuando oigo la voz de Luisa Pérez cantando: «Franco, tú que abriste la puerta al fascismo tendrás eternamente nuestra maldición».

Nunca había escuchado, en España, en eventos vinculados a la literatura infantil y juvenil, una consigna tan clara como esta. Ocurrió en el Festival Internacional de Cuento de Los Silos, Tenerife. Luisa, junto con su hermano Cuco Pérez, presentaron la historia cantada y contada de sus abuelos y de su madre, refugiados en los campos de concentración franceses.

Todas las canciones que interpretaron fueron escritas por esos refugiados. La cercanía con esta vuelta al fascismo tan impune, como ya lo demuestra Milei, o el genocidio de Netanyahu en Gaza, impacta, y Luisa y Cuco hacen evidente la continuidad proyectando, en su concierto narrado, imágenes de lxs refugiadxs de entonces y de lxs de ahora. Un espejo.

Al final, las canciones me llevan de España a México, país en el que se refugiaron tantos miles. 

Este concierto por la memoria también es una exposición (en el escenario) de objetos familiares llenos de simbolismo y un libro-disco donde se reúne y detalla toda la bien documentada experiencia: Allez, allez…! (Gobierno de Segovia/Fundación María Zambrano, 2017, España).

«Este disco es una recopilación de las canciones que hemos logrado rescatar de la memoria de los refugiados españoles que estuvieron en los campos de concentración franceses tras la guerra civil y que fueron creadas durante los primeros años del Exilio Republicano. Las letras, en su mayoría, fueron compuestas sobre melodías populares ya existentes antes del comienzo de La Retirada. Hemos encontrado coplas, pasajes de zarzuelas, tangos o habaneras anteriores a la contienda, aunque hubo algunas composiciones con música original que también hemos podido recuperar», se lee en la intro de este insólito rescate.

Dialoga con Allez, allez…!, otro insólito proyecto «Jugar, leer y escribir mientras las bombas caían» que pueden conocer a detalle aquí:

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A mediodía llovían pájaros de Marcela Guiral.

Regreso a la perspectiva del soldado en La puerta de Ana. Esta vez, reclutado a la fuerza. Ese es uno de los temas de A mediodía llovían pájaros de Marcela Guiral con ilustraciones de Alejandra Estrada (Babel, 2022, Colombia), novela, seleccionada en el catálogo The White Ravens 2023, de la que publiqué una primera reseña en febrero.  

Dividida en tres partes («1. Un pueblo de pájaros, una gallina que lee el futuro, la mujer de las jaulas y un tío palomo». «2. Un tren con hombres verdes, un bosque con mariposas azules, La Guerra Vieja y la Guerra ¿nueva?». «3. Un cielo vacío, un pueblo vacío»), narra la llegada de un niño, F, a un pueblo a donde lo mandan sus padres para que viva más seguro con su abuelo Enrique y su tío Eduardo (arranque parecido al de Emiliano en Mambrú perdió la guerra de Irene Vasco (FCE, 2012)). La presencia de cientos de aves diversas marca el ritmo de esa vida segura y aislada hasta que llegan los soldados a reclutar y saquear. El tío de F, también conocido como el Hombre Palomo, revive su propia historia pues él fue un niño reclutado, y el único que sobrevivió y volvió de la guerra.

Cuando los reclutamientos aumentan y la vida se llena de miedo, el tío implora a dios:

«-Esto tiene que parar, tiene que parar, tiene que parar -dijo-. Seas tú quien seas, Dios, que estos soldados tengan compasión. ¿Oíste? Seas tú quien seas, esta vez es en serio, no es como cuando me tocó a mí. Seas tú quien seas, tienes que oírme, no estoy jugando. No me vas a dejar esperando, aquí encerrado, a que algún día llegue la tranquilidad al mundo. No les puedes hacer a estos niños y a sus familias lo que me hiciste a mí». 

Serán el tío Eduardo y la profesora Alicia, que sigue esperando el regreso de un hijo también secuestrado en aquella guerra, quienes escondan a muchxs niñxs aterrorizados con esa presencia militar que dicta: «¡Córtales las alas!», y les hace desear desaparecer o esconderse: «De pronto, el eco de disparos cercanos los hizo callar. A F le dio tanto miedo que quiso ser tan pequeño como los bichitos que caminaban por el pasto. Ellos podían esconderse en algún lugar, como debajo de la tierra o en el agujero del tronco de un árbol».

El tono de la narración, que va del real maravilloso en la primera parte a un realismo más crudo en la segunda y tercera, no minimiza el dolor. Se nota que su autora ha experimentado ese miedo, ha llorado esas páginas, esa guerra que Pilar Lozano ya había abordado con preocupaciones similares en Era como mi sombra (SM, 2015, Colombia), una guerra en la que también se lastima a la naturaleza:

«Se escucharon más disparos. El estruendo, gente corriendo bajo los paraguas. Todo ocurría como en una pesadilla. F sentía miedo, el miedo se extendía por todo su cuerpo. Se tapó los oídos y aun así lo oía todo. Oía como aullaban las balas, como chillaban las aves, como chocaban contra el suelo. Vio desplomarse, infartadas por las explosiones, trompeteros y azulejos, petirrojos y golondrinas. Vio caer cucaracheros y jacamares. Por matar a las mensajeras, asesinaron otras especies».

Mamá Carmen será el otro personaje adulto cuidador que terminará de expulsar a los soldados. Se interna en el campamento militar en el bosque buscando a su nieto Eliécer, ya secuestrado, con una valentía que pasma a los propios soldados: «-La guerra es cosa de hombres, se la inventaron ellos. Nadie más ¡Ah! -suspiró Mamá Carmen-. A mí que no me hablen de disparos, de llantos. Ese lenguaje no lo entiendo. Yo sé de pájaros y de vuelos».

Con la ayuda de una gallinita que adivina el futuro terminará de convencerlos de que se marchen. Allí, en el bosque, algunos jóvenes soldados que añoran volver a casa serán los primeros en agradecerle. 

Ellos me sacan de ese bosque a mí también siguiendo la trayectoria de otros dos soldados. Uno muy joven, otro ya adulto. El camino que toma el joven pareciera responder a otra pregunta del libro de preguntas de Heather Camlot y Serge Bloch: ¿Y si los comandos de la Marina hicieran malabares con pelotas en la nariz y tocaran trompetas?

 

El soldadito de Cristina Bellemo y Veronica Ruffato.

Con una trompeta en vez de fusil, El soldadito de Cristina Bellemo y Veronica Ruffato (Océano, 2020, México) marcha, fuera de lugar, entre jóvenes deportistas o artistas mientras «Pensaba un solo pensamiento, que ocupaba toda su cabeza: la guerra. Siempre: en verano, de noche, en abril, en Navidad, a mediodía y el martes». Hasta que encuentra una casa en la que confunde a un hombre amable con el enemigo, pero no tiene fuerzas para dispararle y, en cambio, sí mucho frío, por lo que decide entrar… y dejarse cuidar.

Al lado de este hombre, que parece su padre o un hermano mayor o un tío hogareño, va perdiendo su traje de soldado, sus pensamientos de ataque y sus miedos a ser apuñalado al probar un sabroso plato, conversar sin ofensas y dormir sin montar guardia.

«Antes de caer dormido, un pensamiento pequeño, pequeño como esa casa, le vino a la cabeza. Y por primera vez no era la guerra».

El álbum muestra un tipo de adulto que no es un dictador en la crianza y un tipo de hombre desafía los estereotipos de género.

Hay muchos libros que abordan los autoritarismos que me ayudaron cuando quise hablar de terrorismo de Estado con un grupo de niñxs. De esa y otras experiencias recupero aquí cuatro que retoman el arquetipo Pulgarcito, tan presente en mitos y cuentos populares, del pequeño que derrota al grande.

El grande autoritario en este caso usa corona o gorro militar: Ah, pajarita si yo pudiera de Ana María Machado (Norma, 1998, Colombia), una pajarita que convence a un rey de no tirar su árbol; El pequeño Cuchi Cuchi de Mario Ramos (Océano, 2016, México), un pajarito que inhabilita a un rey león; ¡De aquí no pasa nadie! de Isabel Minhós MartinsBernardo P. Carvalho (Takatuka, 2017, España), un par de niños que cruzan la línea prohibida por un general; y El rey Cerdo de Koos Meinderts y Emilio Urberuaga (Ekaré, 2021, España/Venezuela), un cerdito muy listo cuestiona el orden establecido, «—¡Bah! —contestó el cerdito—. La vida tiene que ser más que engordar, morir y ser comido, ni siquiera si es por el Rey. Además, ¿quién se cree él para comernos? ¿Simplemente porque camina en dos patas? Eso también lo puedo hacer yo. Cuando sea más grande, me largaré de aquí», y sí, termina tomando el lugar de un rey muy tragón.

Los Conquistadores de David McKee.

Los Conquistadores de David McKee (Vincens Vives, 2012) lo leí recientemente en la biblioteca de IBBY México buscando ejemplos de humor absurdo, pues también es frecuente burlarse desde ese subgénero de los soberbios soberanos. Aunque no resultó el caso, sí retoma el binomio grande-pequeño, sólo que personificando a países.

Otro gran General dicta la guerra desde «un país grande, muy grande», en el que todos los habitantes piensan que son los mejores, y termina conquistando todo el mundo salvo un país «tan pequeño que el General no se había molestado en invadirlo». Cuando finalmente lo hace la experiencia cambiará a los soldados y al propio General… ¿sí? No tanto, no lo suficiente para dejar en paz al mundo. Me inquieta ese final pero me gusta su carácter problemático por las conversaciones que puede provocar. A veces resolver que «se volvió bueno para siempre» nos conduce al callejón del binarismo bueno-malo que corta la discusión y empareda a los personajes (personas) sin complejidad.

 

La balanza inclinada de Paulina Jara y Cristian Garrido.

Paso a paso sumo más monarcas o dictadores (a veces es difícil diferenciarlos): La balanza inclinada de Paulina Jara y Cristian Garrido (Muñeca de trapo, 2021, Chile), en el que nuevamente es un niño (arquetipo pequeño que derrota al grande) quien se atreve a confrontar a un rey injusto: «Su majestad me perdone», / le dijo con voz pausada, / «usted sabe contar muy bien, / pero tiene pequeña el alma».

Como si fueran palabras mágicas (¡y las ilustraciones lo son!), como aquel ¡No! de David McPhail, el rey, ¿con el orgullo herido?, empieza a repartir todo lo acumulado. ¿Tanto ha calado en él la opinión del niño? ¿La poesía?

Este álbum opta por la solución esperanzadora en la que el gobernante cambia, ¿será?, no propone un destronamiento como Abajo Leroy de Davide Cali y Guridi (Tres Tigres Tristes, 2021. España) en el que expulsan a un gobernador que prohibe las manifestaciones y eligen a una gobernadora.

El viraje feminista también lo aborda ¿Quién manda aquí? Un libro sobre política para peques de André Rodrigues, Larissa Ribeiro, Paula Desgualdo y Pedro Markun (Takatuka, 2021, España). Aunque cojea el texto, con su rima fácil, y algunas ilustraciones son estereotípicas, el inventario de formas de ejercer el poder, desde el colonizador hasta la alcaldesa, desde la profesora hasta el padre o el propio lector o lectora, puede generar conversaciones críticas con niñas y niños, como la que originó al libro, según nos cuentan en un epílogo.

 

La reina de las ranas de Davide Cali y Marco Somà.

Otra mandataria: La reina de las ranas no puede mojarse los pies de Davide Cali y Marco Somà (Tecolote, 2013, México). Una rana nada hasta alcanzar una corona (el anillo de un humano) que cae por accidente en el estanque, y cuando todas las ranas la ven portándola empiezan a comportarse como sus súbditas.

«Hasta ayer eran ustedes las que atrapaban sus moscas ¿por qué ahora tenemos que hacerlo nosotras?», se atreve preguntar alguna. «Porque si no obedecen, la reina las va a castigar», responde una rana consejera.

Y así pasan los nuevos días bajo esa nueva jerarquía en la que reina y círculo de consejeros descansan mientras el resto trabajan. Pero un día las ranas la convencen de echarse un clavado y así de azaroso como empezó su reinado, termina. Una fábula moderna que muestra lo aleatorio que puede ser el poder, ese «juego de tronos» caprichoso. 

La corona y el azar también sostienen la trama de un libro que mencionaba más arriba: El pequeño Cuchi Cuchi: a distintos animales les cae una corona en la cabeza y, con ella puesta, se les ocurren reglas injustas y absurdas. Pero volviendo al estanque, otra posibilidad hubiera sido que en lugar de aceptar a la autodenominada monarca, una rana gritara «¡mejor vamos a votar!», como en Las elecciones de los animales.

 

Las elecciones de los animales de André Rodrigues, Larissa Ribeiro, Paula Desgualdo y Pedro Markun.

¡A votar por Las elecciones de los animales! (Takatuka, 2019, España), otro libro del cuarteto: André Rodrigues, Larissa Ribeiro, Paula Desgualdo y Pedro Markun, los autores de ¿Quién manda aquí?, pero anterior a éste  y más eficaz en su intención didáctica. Aquí un rey león (¡siempre un león!, y qué pena porque se hizo en Brasil, hubiera sido bonito ver a un jaguar, por ejemplo) genera descontento con sus abusos y flaquea en el intento por mantener su imperio: los animales se organizan para destronarlo y que haya elecciones.

Tres candidatas se le enfrentarán: la mona, la serpiente y la perezosa. Las tres y el león afirman que son la mejor opción, organizan mítines y debaten desacreditando a sus contrincantes. Hasta que llega el día de las elecciones y todos los animales acuden a las urnas.

El tono es informativo y paródico. Guía paso a paso a lxs lectorxs en un mini proceso electoral hasta con discurso de la ganadora. En un epílogo el equipo cuenta que organizaron cinco talleres con niñas y niños y fueron ellas y ellos quienes votaron, también, por la candidata ganadora.

 

¿Qué es el poder? de Claire Saunders et. al. 

Y en esa misma línea pero ampliando la pregunta: ¿Qué es el poder?, un libro muy colectivo, escrito por Claire Saunders, Hazel Songhurst, Georgia Amson-Bradshaw, Minna Salami y Mil Scarlet, dibujado por Joelle Avelino y David Broadbent y prologado por Roxane Gay (Amanuta, 2019, Chile), que plantea, a través de preguntas, las muchas formas de conjugar y ejercer el poder. 

Como lo propone desde su título, el libro se articula con preguntas, y bien afiladas: ¿Quién decide las reglas? ¿Y por qué? ¿Cómo te sientes sabiendo que en casa y en la escuela, los adultos son los que dan las órdenes? ¿Por qué algunos niños son los que mandan? ¿Quién está a cargo de los adultos? ¿A caso los líderes pueden hacer lo que quieran? ¿Por qué un país decide ir a la guerra? ¿Alguna vez has votado por algo? ¿Eres un creador de cambios? ¿Sabías que muchas personas ven su poder afectado por su género?

Las respuestas son mezcla de testimonios, biografías, anécdotas y más preguntas y dilemas a lo Wonder Ponder: «Son muchos los rebeldes y las rebeliones que han usado la violencia para derrocar el poder y generar cambio. ¿Crees que esto se pueda justificar?».

 

El rey que bordaba estrellas de Ernesto Rodríguez Abad y Víctor Jaubert.

Para cerrar con los monarcas, pero con un retrato positivo: El rey que bordaba estrellas de Ernesto Rodríguez Abad y Víctor Jaubert (Diego Pun Ediciones, 2020, Canarias), «un rey sin corona, sin cetro, sin trono» que ama la naturaleza y borda flores para los habitantes de su pequeño reino, y al que declaran la guerra otros tres reyes típicamente patriarcales.

Pero «las bombas se enredaron en los hilos, los tanques patinaron en las telas, los soldados se pincharon en las agujas» y se retiraron mientras el rey bordaba la palabra «paz». 

Una lectura que pone en cuestión estereotipos de género al tiempo que diversifica las formas de entender las posiciones de poder.

 

Pequeña historia de un desacuerdo de Claudio Fuentes S. y Gabriela Lyon.

La vocación crítica y pedagógica de ¿Quién manda aquí? o Las elecciones de los animales, da un paso adelante en un libro hermano (y para hermanxs mayores): Pequeña historia de un desacuerdo. Ciudadanía para niños de Claudio Fuentes S. y Gabriela Lyon (Ekaré Sur, 2017, Chile). Aquí la narración se queda en el ámbito escolar y el ejercicio de poder y toma de decisiones retoma el viejo y siempre vigente discurso del «progreso» frente a la «preservación ambiental». Una araucaria milenaria debería ser talada para construir un nuevo y más moderno edificio. El debate derivará en una votación con una solución que integra sosteniblemente ambas posturas. 

La supervivencia de la araucaria como ser vivo, con derecho a coexistir con nuestra especie, me recuerda a Donna Haraway, y de ahí camino hacia los estudios de género que repiensan las masculinidades como ya lo hacía el álbum del soldadito.

¿De qué otras formas podemos ponernos de acuerdo ante posturas antagónicas?

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Rojo y azul de Mireya Tabuas, Patricia Van Galen y Ricardo Báe.

Rojo y azul de Mireya Tabuas, Patricia Van Galen y Ricardo Báez (Camelia Ediciones, 2024, Venezuela) toma el camino gráfico a la manera de Pequeño Azul y Pequeño Amarillo de Leo Leoni. Sólo que aquí el contexto es más explícitamente político y bipartidista. Un hijo o hija narrador/a cuenta que su a mamá le gusta el azul y a su papá el rojo. Más que eso: afirman que un color es más bello o superior al otro, y lo justifican bien y hasta salen a marchar para gritarlo y se pelean con quien no comparta su preferencia.

Un día la madre y el padre sientan al hijo/a para que defina su color. «Me gusta el azul porque los ojos de mi abuela son azules (…). Mamá sonríe. Papá se enoja. Luego digo: También me gusta el rojo, porque las fresas son rojas y a mí me gusta comer fresas (…). Papá sonríe. Mamá se enoja». 

No es suficiente, lo presionan, tiene que definir un color. Un poquito de uno y un poquito de otro. Porque dentro de uno caben por lo menos dos. ¡Y que viva la mezcla! como en aquel otro álbum de círculos de colores que se encuentran: Mezclados de Arree Chung (Océano, 2018, México). 

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Baile del Tun de María López Vigil y Nivio López Vigil.

De las muchas discordias que mezclan historia y mito, dos que cuentan poblaciones originarias, maya e inca: Baile del Tun de María López Vigil Nivio López Vigil (Libros para niños, 2014, Nicaragua) y Relación de antigüedades deste reyno del Perú de Joan de Santacruz Pachacuti adaptado al cómic por Gonzalo Macalopú Chiu (Casa de la Literatura Peruana, 2021, Perú).

Baile del Tun, anticipa desde el subtítulo, Drama Guerrero entre Varón Kiché y Varón Rabinal llamado Rabinal Achíun antagonismo en escena: el del Rabinal y K’iche, una obra de teatro y danza que ha sido declarada Obra Maestra de la tradición Oral e Intangible y Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.

Relación de antigüedades…  (de descarga gratuita) es también una suerte de reescritura de una obra antigua y fue muy merecida ganadora del 2do Concurso Nacional de Narrativa Gráfica del Ministerio de Cultura del Perú y La Casa de la Literatura Peruana. ¿Sería posible pensar en una nueva Relación de antigüedades que narre las resistencias y alianzas pacíficas, las formas de organización comunitaria, de crianza y cuidado de la naturaleza?

 

Una botella al mar de Gaza de Valerie Zenatti.

También intenta reconciliar antagonismos una novela que podría ser urgente en este momento: Una botella al mar de Gaza de Valerie Zenatti (FCE, 2008, México). Narra la historia de Tal, una chica israelí que entabla una amistad a través de correos electrónicos con un Naïm, un chico palestino.

Luego de un atentado en su barrio, Tal quiere entender la vida del otro lado de la franja. La escritora -francesa israelí- hace el esfuerzo por mostrar ambas perspectivas para que comprendamos mejor la complejidad de la situación… pero la balanza se inclina claramente a favor Israel pues el autorretrato de vida que hace Naïm es miserable, no sólo por la amenaza constante del ejército y la ocupación, sobre todo por su religión musulmana. Valerie Zenatti caricaturiza a los musulmanes como no menos que «salvajes».

Muy distinta a la aproximación de Samir y Yonatan, que reseñé aquí, en donde, el sionismo no se cuela en las páginas. 

 

La guarida de las lechuzas de Antonio Ramos Revillas.

De la casa y las calles de Israel y Gaza a las calles de México: allí, un chico somete a otro, a horcajadas sobre su pecho, para golpearlo con una piedra: «Sí… una piedra que me quema como un carbón encendido, me chamusca la piel, mas no puedo detenerme: soy esta piedra y soy una Lechuza». 

De esas calles a una escuela, allí tantos enfrentamientos, discordias, una clásica: la del estudiante harto de que lo molesten que quiere poner un alto y al mismo tiempo ganarse su lugar en la pandilla. Por eso la piedra y el golpe.

Si los cuentos de Alice Munro tienen hondura de novela, esta novela tiene altura de cuento. Desde hace mucho tenía pendiente leer La guarida de las lechuzas de Antonio Ramos Revillas con ilustraciones de Isidro R. Esquivel (El Naranjo, 2013, México), que ha sonado tanto y ganado tantos premios. Lo hice finalmente en 2018 y escribí entonces la reseña para una entrada que aún no publico sobre novela juvenil en México, pero siempre tengo muy presente esa novela y decidí incluirla en este itinerario. 

Eso sí, había leído y reseñado ya, para el diario Reforma, la suerte de precuela de esta novela, Mil soles lejanos, así que conocía algo de su universo, pero el tono de La guarida de las lechuzas es mucho más vertiginoso.

David, el protagonista, empieza por romperle la boca con una piedra a un compañero que se burló de él, sí. Ese evento, que transcurre como en cámara lenta en el implacable primer capítulo, tendrá consecuencias que se desarrollarán también lentamente, en una trama breve, cuadrícula de otros capítulos para conocer el pasado de David. Y de sus amigos de la infancia: Ulises, un adolescente que no puede exponerse a la luz solar (el protagonista de Mil soles lejanos); Sofía, la chica darkie de la que está enamorado David; y la pandilla de Las Lechuzas, en la que está el verdadero antagonista, el autoritario Mariles. Sabremos cómo David se aleja de sus amigos e ingresa a la pandilla, con sus implicaciones. 

El dominio prosístico de Ramos Revillas hace que la experiencia de leer esta novela sea memorable. Para muestra basta un párrafo como este: 

«Imaginé que el sillón se encendía, que el fuego empezaba a llenar el cuarto, el fuego bailoteaba a nuestro alrededor y rápido trepaba por las paredes y danzaban las lenguas doradas sobre el techo mientras nosotros corríamos hacia abajo. Y lo iba a hacer, sí, pero entonces imaginé que ese mismo fuego envolvía las paredes, trepaba por el terreno baldío, mordía las hierbas, se abrazaba a las llantas viejas, se hundía con fuerza entre la basura, evaporaba la humedad, se enterraba en las raíces secas de los arbustos, reblandecía los bloques abandonados, las piedras, hasta que alcanzaba la primera casa junto al terreno baldío, los árboles, las colonia, la ciudad».

La forma en la que Revillas nos conduce por los espacios dentro y fuera del personaje  personaje, y cómo sale de allí, complejiza la discusión sobre el derecho de todx joven a crecer seguro y en paz.

La colección de novela juvenil de El Naranjo ha destacado por textos que circulan mucho y abren conversaciones, habilitan relatos disidentes. A esta comentada novela se suman otras como Para Nina. Diario de una identidad sexual, Los mil años de Pepe Corcueña, Ella trae la lluvia, Dido para Eneas o Tristania.

 

Seguir tus pasos de Alicia Molina.

Dejo esa guerra mundial pero me quedo con esas otras masculinidades tomando el tren en el que va Raúl, un niño de 12 años, en busca de sus padres. En Seguir tus pasos (con grabados de Santiago Robles, Ediciones Castillo, 2023, México), la excepcional novela que ya mencionaba en mi entrada de principios de añoAlicia Molina hace un retrato fiel pero también crítico de la sociedad machista mexicana en los años posteriores a la Revolución de 1910, cuando «los caballos tenían prioridad sobre las mujeres», y construye varios personajes masculinos que desnaturalizan comportamientos violentos.

A Raúl le molestan esas diferencias de género y renuncia a la invitación final que le hacen de sumarse a esa lucha que ha dejado a tantos huérfanos. En su viaje desarrolla habilidades como enfermero, admira especialmente a las mujeres de la División del Norte, no se enfrasca en ninguna pelea ni engaña a nadie ni abandona a quien necesita ayuda, ni siquiera al que sabe perpetrador del secuestro de sus padres, y regresa, sí regresa a su lugar de origen, como le prometió a sus hermanas.

[Advertencia de Spoilers] Hablaré del desenlace, por si quieren saltarse este párrafo. Raúl encuentra a su madre, cautiva y cocinera en casa del general al que Raúl ayudó a rehabilitarse de una herida grave, y planean un exitoso escape en el que también liberan a dos muchachas y al carretero del general. Antes de volver a Veracruz, de donde es originaria la familia, Raúl encuentra a su padre, quien le da un medio abrazo y, para su pasmo, ya tiene otro hijo pequeño al que presenta como «ahijado». Además, le propone que se una a la lucha de Emiliano Zapata. Raúl se niega pues debe ir a buscar a su madre, escondida temporalmente en casa de unos amigos, y reunirse con sus hermanas… y con Tapia, un hombre muy distinto al padre que, cuando finalmente lo ve regresar, le da un abrazo completo. [Fin del Spoiler]

Este inolvidable final, que no enuncia conclusiones ni mensajes, que solo nos abraza y nos hace descansar de todo el viaje, me conmovió mucho, ¡me hizo llorar!, y revivió el entusiasmo que sentí después de leer El zoológico de monstruos de Juan Mostro Niño de Emilio Lome (Ediciones SM, 2021, México) sobre la vida de Juan Ruiz de Alarcón, otra novela histórica y ganadora en México del Premio Barco de Vapor 2021. Seguir tus pasos podría haber ganado cualquier concurso como manuscrito y ya empezó a ganarlos como obra publicada, acompañada los bellísimos grabados de Santiago Robles: obtuvo Premio al Arte Editorial 2023 de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM) en la categoría de «Libro para jóvenes, en edición rústica» y el Premio Fundación Cuatrogatos 2024.

Al igual que la novela infantil de Emilio Lome, el trabajo exhaustivo de documentación detrás de esta novela ofrece un retrato de época nítido en el que también se dibujan los rasgos que hacen humanos a los personajes. Es decir, despertar nuestro interés sobre del movimiento revolucionario en México, con datos y nombres precisos, forma parte de la estrategia narrativa de Alicia para tensar la trama, pero no descuida su centro: las emociones y profunda humanidad de Raúl y las diversas familias que hace a su paso. 

La obra, expresión de una nueva narrativa histórica mexicana, que diversifica y amplía el corpus latinoamericano, le implicó a la autora una revisión del archivo familiar, pues se trata de la extraordinaria historia real de su abuelo. Sin embargo, no maquilla de más a los retratados, ni mitifica, es justa; tampoco exhibe, es cuidadosa, como una periodista que muestra los hechos y cuyo único partido es la infancia y la memoria.

En el título de la novela, Seguir tus pasos, está la voz de Alicia hablándole a su abuelo, es su carta de amor personal, pero, generosa como es, su imaginativa prosa consigue hacernos creer que recorrió todas las rutas con su abuelo y que hay espacio para que vayamos con ella.

También hay que destacar el trabajo de investigación de Santiago Robles. Como ha compartido, revisó el archivo del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México y películas de la época de oro del cine mexicano para realizar sus grabados.

 

La cruzada de los niños. Vamos a cambiar el mundo de Afonso Cruz.

Había escrito, hace ya no sé cuántos párrafos en esta entrada, de un soldado joven, El soldadito, y uno adulto. Ahora lo veo pasar de nuevo ya llegando hasta su casa Bajo la misma luna de Jimmy Liao (FCE, 2022, México), allí dentro se reencontrará con su hijo pequeño que ha estado esperándolo y que cura sus heridas con otro abrazo. Afuera hay otro soldado más en La verdadera historia de Juan Soldado que metió al Diablo en un costal de Carlos Nogueira y Andrés Mario Ramírez Cuevas (Ideazapato, 2012, México).

Lo sigo y me entero de su historia: Cuando Juan Soldado termina sus servicios al rey, luego de dedicar 21 años de su vida a la guerra, le ofrecen en recompensa: un pan y cuatro monedas. Con esa «fortuna» consigue un saco mágico en el que mete al diablo y clausura el infierno y logra hacer más accesible para todxs la entrada al cielo.

Ese sentido de justicia me conduce por otra calle en la que marchan miles de niñxs, «conducidos por una de 9 años (Niña), y otro de 7 años de edad (Niño), levantando un libro: La cruzada de los niños. Vamos a cambiar el mundo de Afonso Cruz (Panamericana, 2016, Colombia) y escucho protestas, que son conversaciones filosóficas y poéticas con adultos, en las que abogan por: los abuelos, para que puedan estar más cerca de los nietos; las bibliotecas, para que la representación de los superhéroes sea más diversa; lxs niñxs que pasan hambre, para que la abundancia de Papá Noel les toque también; los hospitales, para que se den más abrazos…

«Tenemos que reclamarles a las personas que mandan», dicen. Cada protesta es la respuesta al fragmento de una nota periodística, como hizo María José Ferrada en Notas al margen (Alfaguara, 2013, Chile/Alboroto, 2019, México) que termina con una canción cantada en coro:

«Ay, si yo mandase / los ministros serían amorosos, / tratarían al país / como quien riega flores // Ay, si yo mandase / repartiría pan / y diría poesía / a la multitud».

Y entonces empiezan a escucharse los versos-derechos:

«La vida le pertenece al niño
como la luz al amanecer,
como las raíces al árbol,
como la luna a la noche»

 

Declaración de amor o los derechos del niño de Arturo Corcuera.

Es la Declaración de amor o los derechos del niño de Arturo Corcuera, ilustrado por Rosamar Corcuera (Ediciones el Nocedal, 2021, Perú) y originalmente publicado hace casi 30 años, en 1995. Este valioso rescate editorial brilla como el «lucero de la tarde» tan bello como «un niño sonriendo».

Al reescribir y reiterar poéticamente los artículos acordados en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, les devuelve la belleza perdida por el lenguaje jurídico.

«Artículo 5: Un jardín para la mariposa, / un copo de tierra para las raíces, / un cielo para las estrellas, / un regazo propio para los niños».

«Artículo 8: Sin agua y sin alpiste,/ enmudece la flauta del canario, / exhausto se apaga el corazón del niño».

En parentesco, María José Ferrada reescribe Los derechos de los niños (un árbol de pan, un abrigo y una nube donde jugar), con ilustraciones de Francisca Yáñez (Planeta lector, 2018, Chile):

«Un árbol de pan, un árbol de leche. / Pertenece a todos los niños y las niñas. Una casa tibia como un guante y fuerte como una ola del mar. / Todas las niñas, / todos los niños, / caben ahí.» 

Aquí, junto al poema de Ferrada, se incluye una síntesis de 23 derechos, como «Derecho No. 5. Crecer sanos, física, mental y espiritualmente», «Derecho No. 17. «Tener una vida digna y plena, más aún si se tiene una discapacidad física o mental». El contrapunteo entre dos textos: el informativo y el poético, reproduce la estructura del mencionado Notas al margen y con ese imaginario, tan característico de la poeta, hecho de breves revelaciones, sutiles actos de creación y cercanos microcosmos infantiles.

Y vuelvo a su antecesor en la defensa de las infancias, Arturo Corcuera:

«Artículo 9: Será cuidado por todos / aunque estuviese solo, / perdido, en abandono / en medio del desierto / o en la inmensidad del mar»

Cuidado y cuidada como en aquella «Nana a Pulgarcita» de Enrique Pérez Díaz en Versos al nunca jamás (Anaya, 2006, España) que en una de sus estrofas canta: «Invisible es el ave / que eternamente / del dolor te guardará, / esa que dulcemente, / -y cuando duermes-, / te cuida de todo mal».

Cuidada y cuidado por una comunidad que imagine la paz, allí el destino final de esta ruta de lecturas. 

«La jaula se ha vuelto pájaro», dice Alejandra Pizarnik y leo la cita en A mediodía llovían pájaros donde también me parece escuchar cerquita la voz de Helena, otra de las mujeres cuidadoras de esa novela: «Aquí seguiremos. Apenas se vayan los soldados poblaremos de nuevo los árboles, los techos y caminos de pájaros». 

Que las jaulas se vuelvan pájaros para imaginar otros vuelos. 

Que las jaulas se vuelvan pájaros, y los libros, el viento para niñas y niños jugando historias en voz alta, seguros y libres, sin la literalidad destructora de la bomba, impulsados por metáforas que les hagan imaginar otros vuelos. 

 

 

Y a manera de coda…

Guerra y paz en los libros infantiles y juveniles

Portada del cuadernoLa periodista, editora y especialista en literatura infantil y juvenil, Susana Itzcovich, una de las fundadoras de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (ALIJA), sección nacional de IBBY, y su primera presidenta, me regaló recientemente un ejemplar de la Colección Los Cuadernos de ALIJA, titulado Guerra y paz en los libros infantiles y juveniles.

En la introducción del cuaderno, Laura Canteros, parte de la entonces comisión directiva de ALIJA, sostiene: «Debido a la trágica situación en el nivel mundial, la guerra y el conflicto armado han pasado a formar parte de nuestras vidas. Cada día millones de personas son víctimas de las atrocidades de la guerra y la población del resto del mundo se ve expuesta en sus hogares a las imágenes de horror que trasmiten los medios informativos». 

No deja de sorprender la vigencia de sus afirmaciones y encuentro relevante cómo subraya la forma en la que guerra afecta a niñxs no «directamente involucrados en la situación de conflicto» que «sufren también la angustia que generan las imágenes y los testimonios», y de ahí a la capacidad de la literatura para acomodarse en ese contexto y problematizar conceptos: «la ficción tiene la capacidad de despojar tanto a la guerra del carácter glorioso, e incluso atrayente, que le otorgan los medios de comunicación, como al vencedor de su condición de prototipo de lo humano». 

La transparencia con la que ALIJA expone sus criterios de selección de los libros reseñados, algunos quizá más característicos de un discurso escolar, ya es hoy menos habitual, aunque persistan detrás de muchos comités de selección:

«que la narración se presente sin sensacionalismo, que sea apropiada para la etapa evolutiva a la que se dirige, que sea una historia creíble, que evite el adoctrinamiento, que la caracterización se encuentre libre de estereotipos, que promueva la reflexión sobre las causas y consecuencias de la guerra, que estimule el desarrollo de los valores inherentes a una cultura de paz: respeto por la vida, defensa de los derechos humanos, igualdad de oportunidades para todos, solidaridad, justicia, cooperación en todos los niveles de la sociedad, libertad de expresión y solución pacífica de los conflictos, y que permita construir puentes de comprensión y amistad entre los pueblos del mundo».

Me interesa cómo conviven conceptos: sin sensacionalismo ni adoctrinamiento, pero «propios» de cierta etapa y que promuevan ciertos valores. Denota exigencia y matiz que sí se reflejan en la impecable selección. Algunos de esos títulos son: Sueño con La Paz. Imágenes de la guerra por los niños de la ex Yugoslavia (Editorial Atlántida, 1994, Buenos Aires), Los días del venado de Liliana Bodoc (Norma, 2000, Buenos Aires), La guerra de los yacarés de Horacio Quiroga (Losada, 1964, Buenos Aires), Samir y Jonathan en el planeta Marte de Daniella Carmi (Lóguez Ediciones, 1998, Salamanca), Han quemado el mar de Gabriel Janer Manila (Editorial Edebé, 1993, Barcelona), Hubo una vez otra guerra de Luis Antonio Puente Fernando Lalana (Ediciones SM, 1989, Madrid), El hombrecillo de papel de Fernando Alonso (Ediciones Gaviota, 1995, Madrid), Rosa Blanca de Roberto Innocenti y Christophe Gallaz (Lóguez, 1987, Salamanca), Crónicas de media tarde de Juan Farias (Ediciones Gaviota, 1996, León), Cuentos de guerra. Para pensar La Paz. Antología de Guy de Maupassant, Juan Rulfo y otros (Estrada, 2002, Buenos Aires) y La batalla entre los elefantes y los cocodrilos de Ana María Shua con ilustraciones de Alicia Carré (Editorial Sudamericana, 1996, Buenos Aires).

En la emblemática revista Imaginaria, además de una reseña del cuaderno pueden encontrar otra entrada en la que se reproducen tres de las reseñas incluidas en este. 

 

 

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Entrada No. 248
Autor: Adolfo Córdova.
Ilustración de portada: Santiago Robles.
Fecha original de publicación: 31 de julio de 2024. 

 

9 Comentarios »

  1. Querido Adolfo: Me conmovió mucho leer tu comentario sobre Seguir tus pasos, en el contexto de tantas historias extraordinarias sobre la construcción de la paz y la importancia de un No fuerte.

    Tus palabras me dan una energía nueva para seguir escribiendo. Gracias.

    Alicia Molina

    • Alicia querida: muchas gracias por tu comentario, por tus palabras tan generosas. Qué honrado me siento por lo que dices.

      Sí, necesitamos ese No. Y libros como el tuyo nos ayudan a imaginarlo.

      Seguimos tus pasos.
      Un abrazo grande.
      Adolfo

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