Él dijo que era un «cantor de lo pequeño», y ella, que nació «para ser breve», quizá por eso comprendían tan bien a niños y niñas y escribían jugando, asumiendo perspectivas «pequeñas», «breves», que significaron y resonaron (significan, resuenan) grande y largamente en la vida de los lectores.

Aquiles Nazoa entró al mundo un 17 de mayo de 1920 y salió un 25 de abril de 1976. Vivió casi 56 años. María Elena Walsh llegó un 1 de febrero de 1930 y se fue un 10 de enero de 2011. Vivió casi 81 años. Pero ambos se quedaron.

Fueron escritores audaces desde muy jóvenes. El primer artículo que publicó Nazoa, a los 20 años de edad, era una crítica a unas autoridades locales por su mal desempeño en la erradicación de la malaria, texto que lo llevaría a la cárcel. Era 1940, María Elena Walsh tenía entonces 10 años, y no pasaría mucho tiempo para que publicara su primer poema en una revista (a los 15 años) y para que ganara un premio Municipal de Poesía con su primer libro, Otoño imperdonable (a los 17 años).

Ambos son paladines en una historia de independencia, la de la literatura infantil latinoamericana. Liberaron a una poesía para niños y niñas de los deberes escolares, de la instrumentalización moral, de un imaginario exclusivamente europeo, del encasillamiento y arbitraje adulto; miraron críticamente las formas clásicas de la lírica tradicional infantil para expandirlas hacia territorios temáticos y estilísticos nuevos, más cercanos a los mundos interiores de cualquier niño o niña, pero también de niños y niñas particulares, latinoamericanos (Caperucita se vuelve criolla y es Manuelita quien conquista Europa).

Allí donde había una lección que aprender, proponían parodia, humor, disparate y el más puro (tratándose de ellos mejor decir «impuro») placer por el lenguaje y el juego.

Y lo hacen porque, como afirmaba Walsh, no escribían «para chicos», sino «entre chicos». Es decir, con ellos, activando sus propias infancias, ajenos al Manual del buen escritor-formador infantil, todavía en circulación (¿tanto o más vigente hoy?).

Cuando Aquiles Nazoa publicó en 1943 los poemas del «Método práctico para aprender a leer en VII lecciones musicales con acompañamientos de gotas de lluvia», en un libro con ese mismo título, no lo hizo pensando en niños o niñas, no existía el concepto de libro infantil, menos de libro ilustrado, como lo conocemos ahora. Había, claro, una literatura infantil latinoamericana (inaugurada ya por Martí, Darío, Mistral, de Ibarbourou, Nervo, Pombo, Lyra, Quiroga, Monteiro Lobato…) pero se publicaba sobre todo en revistas. Y aunque desde el título «Método práctico…» quede claro que estaba reelaborando/subvirtiendo el discurso escolar desde el juego poético, es muy probable que Nazoa no estuviera pensando entonces qué tanto podría hablarle a niños y niñas al escribir una «lección» como esta:

Mi papá era Simbad el Marino.
Mi papá tiene un barco de vela y un tren. Y un caballo blanco
de general. Y un cinturón de hebilla de plata.
Mi papá es cazador y el tuyo no.
Mi papá me trajo del bosque una mariposa verdeazulmar y un
arcoíris chiquito que encontró desnudo en el fondo del río.
La voz de mi papá es como el viento entre los pinos.

Pero evidentemente lo hizo y con una voz que ahora es habitual encontrarse pero que entonces fue muy adelantada. Y seguiría hablándoles después ya más deliberadamente (aunque no alcanzó a ver las ediciones ya clásicas de sus poemas de Ekaré). Como lo hizo María Elena Walsh. Siempre «entre» y no «para». El siguiente fragmento del poema «En una cajita de fósforos», incluido en El reino del revés de 1965, lo constata:

Les voy a contar un secreto:
En una cajita de fósforos
yo tengo guardada una lágrima,
y nadie, por suerte, la ve.
Es claro que ya no me sirve.
Es cierto que está muy gastada.
Lo sé, pero qué voy a hacer,
tirarla me da mucha lástima.

Tal vez las personas mayores
no entiendan jamás de tesoros.
“Basura”, dirán, “cachivaches”,
“no sé por qué juntan todo esto”.
No importa, que ustedes y yo
igual seguiremos guardando
palitos, pelusas, botones,
tachuelas, virutas de lápiz,
carozos, tapitas, papeles,
piolín, carreteles, trapitos,
hilachas, cascotes y bichos.

Estos dos poemas de Nazoa y Walsh me parecen claves para valorar tanto su contribución artística, ideológica, en la historia de la literatura infantil en castellano, como su compromiso político con las infancias.

Ambos poemas fueron eje, además, de una antología que publicaremos este año con Ediciones Ekaré (angular en la bibliografía infantil de Nazoa) que busca subrayar un siglo de poesía no rimada infantil en Iberoamérica. En 2017, con el objetivo de preparar esa antología, hice una estancia de investigación en la Biblioteca Internacional de la Juventud. La idea era todavía bastante amplia y aunque tenía algunas rutas trazadas, no estaba seguro de cuál sería el ángulo específico para reunir los poemas. Quien me dio la pauta fue Nazoa. Su temprano “Método práctico…», que descubrí allá, me hizo definir un criterio histórico de selección: intentaría trazar una cronología de la poesía no rimada en castellano, desde su posible origen.

El poema de Walsh, central en mi selección, inspiró, por sugerencia de la editora, María Francisca Mayobre, el título de la antología: Cajita de fósforos. Para celebrar un siglo de Nazoa y casi un siglo de Walsh les compartimos un adelanto con las páginas donde están estos poemas, maravillosamente ilustrados por Juan Palomino:

Y celebramos también con dos expertas invitadas, muy admiradas: María Elena Maggi y Nora Lía Sormani, quienes con generosidad comparten aquí dos textos para acercarnos a estos dos pilares. Necesariamente con más detalle, en el caso del artículo sobre Nazoa, un escritor del que, fuera de Venezuela y Colombia, sabemos menos, pero que les fascinará, vida y obra; y más breve, en el caso de Walsh, como le gustaba a ella y porque sus personajes y canciones son una casa familiar para todos. Sería deseable, sin embargo, ver circular más sus libros fuera de Argentina y en nuevas ediciones. También los de Nazoa, aunque por fortuna de él siguen rescatándose poemas, como hizo, en 2019, María Fernanda Paz Castillo con el notable álbum La cenicienta al alcance de todos, ilustrado por Ana Penyas (Cataplum) y como hará Ediciones Curiara este año, desde Caracas, con una adaptación de Caperucita Criollailustrada por Stefano Di Cristofaro.

Los dos artículos son hondura en agua clara, igual que los autores que homenajean y que nos acompañan en el presente reino del revés. ¡Que los disfruten!

Adolfo Córdova.

 

El risueño centenario de Aquiles Nazoa

por María Elena Maggi*

El escritor venezolano Aquiles Nazoa nació un 17 de mayo del año 1920. El centenario de su nacimiento nos brinda una nueva oportunidad para recordarlo, pero nadie nos puede hablar mejor, de una manera más hermosa y emotiva, de lo que fue su vida, su infancia, su familia, la ciudad en la que trans­currieron sus primeros años, sus afectos, creencias y convicciones, que el propio escritor. A través de sus textos de carácter autobiográfico, conocemos a su padre Rafael Nazoa, jardinero, amante de las bicicletas y los paseos campestres; a su madre Micaela, a quien recuerda haciendo muñecas de trapo junto a la máquina de coser; a sus tíos panaderos; a la abuela canaria que le contaba historias y, también, a esa Caracas rural y provinciana de su infancia.

Nació en 1920, en el centro de la ciudad, en el cono­cido barrio El Guarataro de la Parroquia San Juan, cerca de El Silencio; en el seno de una familia humilde y en una Venezuela que, bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez, todavía no disfrutaba de la bonanza petrolera. Comenzó a trabajar desde muy pequeño como barrendero, aprendiz de carpintero y guía turístico –pues a los 12 años aprendió algo de inglés y paseaba a los turistas por el centro de la ciudad–, para luego iniciarse como redactor en diarios y revistas y dedicarse definitivamente a la literatura.

A los 18 años, durante el gobierno del general López Contreras, al morir su padre, se hizo cargo de su madre y sus cuatro hermanos, con quienes se fue a vivir a Puerto Cabello, y allí, además de trabajar como guía turístico, dirigió el periódico El verbo democrático. Perseguido y expulsado del estado Carabobo por sus opiniones políticas, re­gresó a Caracas y, mientras desempeñaba diversos oficios en Radio Tropical, conoció a escritores e intelectuales con quienes comenzó a relacionarse y compartir sus inquietudes y las abundantes lecturas de su formación autodidacta.

Compromiso político

En 1942 entró a trabajar en el recién fundado diario Últimas Noticias, primero como corrector de pruebas y luego como redactor; allí se dio a conocer con la columna «A punta de lanza”, en la que, bajo el seudónimo de Lancero, comentaba en versos los acontecimientos del momento. De esa manera, se inició en lo que sería una de las actividades constantes de su vida: el periodismo humorístico. Dirigió una serie de publicaciones, colaboró con otras, muchas veces junto a su hermano Aníbal, y hasta ejerció ocasionalmente como caricaturista y dibujante. A través de un humor inteligente, a veces corrosivo y cáustico, expresó sus críticas a la si­tuación política y social del país, lo que lo llevaría a la cárcel y el exilio.

Escribió para El morrocoy azul, fundado por Mi­guel Otero Silva y Kotepa Delgado, donde publicó sus primeras piezas de «Teatro para leer» que, pa­rodiando al dramaturgo español Jacinto Benavente, firmaba con el seudónimo de Jacinto Ven a Veinte.

Entre 1944 y 1947, después de quedar viudo de su primera esposa, viajó a Colombia y luego a Cuba, donde conoció a intelec­tuales y artistas y escribió para los más importantes diarios de la época.

Cuando regresó a Venezuela dirigió el conocido se­manario humorístico Fantoches, fundado por Leo y Job Pim y, al inicio de los años cincuenta, ya casado con María Laprea, con quien tendría tres hijos, fundó El tocador de las señoras, publicación semanal de la que llegaron a salir unos 20 números, y por la cual fue encarcelado y expulsado del país durante la dictadura de Pérez Jiménez.

Vivió en La Paz, Bolivia, hasta 1958, año de la caída del dictador. Al volver a Venezuela y durante la década del sesenta, colaboró con publicaciones como Dominguito y La pava macha y fundó otras, como Una señora en apuros y El Fóforo (sic), algunas de breve duración, pues de inmediato eran clausuradas por el gobierno. Hostigado y perseguido, Nazoa tuvo que refugiarse en la provincia en varias oportunidades, hasta que surgió un clima de mayor libertad política en el país.

Además de desarrollar una intensa actividad pe­riodística, creó una vasta obra poética. Sus primeros libros, Método práctico para aprender a leer en VII lecciones musicales con acompañamientos de gotas de lluvia, Aniversario del color, Poesía para colorear,contienen poemas breves con temas como la natu­raleza, los juegos o la infancia; en los que se inclina hacia una poesía de un lirismo puro. En cambio, en su obra posterior, Nazoa optó por la poesía humorís­tica, la que constituye su mayor veta. En El transeúnte sonreído, El ruiseñor de Catu­che, El burro flautista, Caballo de mantecay las su­cesivas ediciones de su libro más famoso: Humor y amor, cantó al hombre común del pueblo y retrató a muchos de los tipos populares, a la Caracas vieja y a la del «progreso», a las costumbres, creencias e idiosincrasia del ve­nezolano. Comentó, además, los acontecimientos na­cionales e internacionales, combinando con acertado equilibrio el humor, la crítica y su profunda preocu­pación por el hombre y su destino.

Un escritor polifacético

Nazoa abor­dó la literatura en su gran variedad de géneros. Escribió textos en prosa –cuentos, cró­nicas, ensayos–, poesía –desde las clásicas fábulas hasta la poesía de verso libre–, y también numerosas obras de teatro.

Dentro de su gran caudal de poesía humorística, por ejemplo, encontramos las famosas noticias comentadas, lo que llamó el «periodismo en verso». «El ladrón de Puerto Cabello», da cuenta de un amigo de lo ajeno, que ter­mina conmovido por la pobreza de su víctima. Refiere hechos como el de una gallina a quien le cortaron el pescuezo y seguía viva, o el descu­brimiento de un agua con poderes afrodisíacos; poemas que la mayoría de las veces surgían de sucesos reales. Entre sus poemas más conocidos, que incluso durante mucho tiempo se han prestado para el repertorio de declamadores y para las representaciones escolares, se cuentan los de corte popular, en los que recreó festividades y per­sonajes típicos del pueblo venezolano, y aun cuando creemos que no constituyen lo mejor de su literatura, hay entre ellos textos excelentes como el «Judas quemado en Cagua», una genial criollización del episodio bíblico, o «El loco Juan Carabina», un canto a la figura del loco de carretera. Igualmente, como muchos humoristas venezolanos, cultivó la fábula, algunas rescatadas para el público infantil, de lo que haremos una mención aparte.

Entre sus textos de carácter íntimo y reflexivo, en los que habla de la condición del hombre, es obligatorio mencionar su peculiarísimo y famoso “Credo”, una oración redactada a la manera del credo del catolicismo, que refleja una postura ante la vida y una ferviente devoción hacia el arte, la imagina­ción, la libertad y el amor entre los hombres, que se ha hecho tan popular que circula en afiches, tarjetas y murales, haciéndole justicia a su autor.

Nazoa fue un creador polifacético, que in­cursionó también en otras áreas como la investiga­ción, la crítica, la crónica, el ensayo e incluso el cine, la radio y la televisión. Y su interés no solo se dirigió hacia el arte y la literatura, sino también hacia la ciencia, lo que respondía a una idea amplia del papel del intelectual, del humanista, como di­vulgador de la cultura y del progreso científico y tecnológico.

Enamorado de la ciencia

Surgen así obras sobre diferentes tópicos que hoy constituyen referencias fundamentales: Los hu­moristas de Caracas, una «pequeña historia crítica del humorismo en el país», género que él conside­raba como la primera forma de expresión de la literatura nacional desde la época de la Colonia. Los hermosos textos de Caracas física y espiritual, un homenaje a la ciudad que tanto quiso, un «itinerario sentimental» por la Ca­racas de principios de siglo y su pequeña historia, sus costumbres, la llegada de innovaciones como la fotografía, la radio, el automóvil, el alumbrado público y el aeroplano. Su Historia de la música contada por un oyente, que representaba un ambicioso pro­yecto que solo fue publicado parcialmente por el Círculo Musical.

Como enamorado de la ciencia, escribió obras en las que, con un lenguaje ameno y accesible, explicaba los grandes inventos de la humanidad. En el libro Los sin-cuenta usos de la electricidad hablaba de una manera her­mosa, sin tecnicismos, del aire acondicionado como el «invierno a domicilio», del gramófono y el tocadiscos como los «sonidos en conservas», del cine como una «fábrica de sueños», y de la pulidora y secadora como las «maquilladoras de la casa».

A través de su programa de televisión Las cosas más sencillas, cuyos textos fueron publicados par­cialmente en un libro del mismo nombre, tocaba una gran diversidad de temas; hablaba de la casa, del termo, de los instrumentos musicales o de la Navidad, e iba de lo local a lo universal, desple­gando toda su cultura y haciendo gala de su ca­pacidad de excelente orador. También incursionó en el cine, escribió guio­nes de películas fundadoras de la cinematografía nacional como El demonio es un ángel y La balandra Isabel llegó esta tarde; otros que no llegaron a filmarse, como Marcos Manaure y Lanzas coloradas, y preparó li­bretos para programas de televisión como el titulado Aviso luminoso.

A todo esto se agregan obras como Raúl Santana con un pueblo en el bolsillo o Vida privada de las muñecas de trapo, en las que combinó prosa y poesía. Textos sobre la geografía y la culinaria venezolanas, como Venezuela suya y Gusto y regusto de la cocina venezolana. Antologías como una de cuentos hispanoamericanos y otra de poesía bolivia­na, y también diversos documentos políticos.

Aquiles Nazoa murió en un accidente de tránsito, cerca de La Victoria, estado Aragua, en 1976, antes de cumplir los 56 años de edad. Su propia vida fue tema de su escritura; además de textos autobiográficos en prosa, dejó varios poemas, al­gunos muy líricos, como «Declaración sumarial» y «Elegía a Aquiles Nazoa», que evocan la infancia perdida; así como otros que son deliciosos retratos irónicos de su vida cotidiana o de su figura, «Domin­go», «Luna de miel» o «Retrato 1940»:

Esta figura mía
de tan flaca dan ganas de reír:
parece una lección de anatomía
con flux de casimir.
(…)
¡Esta figura mía
llena de versos, huesos, amargura,
es una complicada antología
de hambre, bilis, amor, literatura
y odio a la barbería!

Y así como jugó con el tema de su vida, también lo hizo, de forma irreverente y conmovedora, con la idea de su propia muerte, en poemas como «Balada pesimista» o «Año dos mil», textos que re­flejan, además del deseo de mostrarse tal como era, un hondo sentimiento de despojo, autenticidad y amor a la vida.

Sus libros para niños

Algunos de sus textos, como “La Caperucita Criolla” de su “Teatro para leer”, y «La historia de un caballo que era bien bonito», sobre un caballo que comía flores, símbolo del arte y la libertad, han sido publicados reiteradamente en revistas infantiles y libros de texto, y representados en las escuelas venezolanas, pero podemos decir que es a partir de los años ochenta del siglo XX, cuando su obra comienza a considerarse una rica fuente de los libros para los niños.

En 1982 Ediciones Ekaré publicó, entre sus primeros títulos, Fábula de la ratoncita presumida, la recreación de una fábula china en la que una ratoncita llamada Hortensia desdeña los amores del ratón Alfredito, porque desea casarse con alguien más importante; acude sucesivamente al sol, la nube, el viento y la montaña, sin sospechar que las respuestas que ellos le darán, la llevará finalmente a los brazos del pequeño ratón. Una fábula criolla, en la que, como ocurre en las clásicas, las virtudes y defectos humanos se ven reflejados en los animales protagonistas (un Alfredito romántico, fantasioso, y una Hortensia altiva y orgullosa).

Un narrador en tercera persona nos introduce en la historia en la que se van insertando los diálogos muy bien manejados, con la frescura del lenguaje coloquial venezolano característico de la obra de Nazoa. La maestría en el manejo de los versos octosílabos y la rima asonante, así como la repetición de palabras, a veces en un mismo verso, le brindan sonoridad, musicalidad y ritmo a la composición, enriquecida con la inclusión de preguntas, interjecciones y diminutivos que, en este caso, cumplen una función rítmica y afectiva, lo que podemos observar en la última estrofa, que muchos niños suelen repetir de memoria, y con la que se sienten plenamente identificados:

–¡Oh, perdóname, Alfredito
–gimió cayendo a sus pies–,
si me quieres todavía,
contigo me casaré.
Por pequeño y por humilde
un día te desprecié,
pero ahora he comprendido
–y lo he comprendido bien–
que en el mundo los pequeños
son importantes también!

Bajo la influencia de fabulistas clásicos, como Esopo y Samaniego, y locales como Amenodoro Urdaneta y Francisco de Sales Pérez, Nazoa creó este valioso texto, que, sin duda, se vio potenciado, realzado, por la atinada propuesta editorial de Ediciones Ekaré de un pequeño libro a dos tintas. Elementos como su acertado diseño, su pequeño formato adaptado a las manos de los niños, las hermosas ilustraciones de Vicky Sempere, en las que logra una gestualidad y una representación humorística y tierna de los personajes, sin recargamiento, ni retórica, y la calidez que le otorga el color amarillo, convirtieron este pequeño libro en una verdadera joya que enamora a todo tipo de lectores y se ha mantenido entre los preferidos de niños y adultos, durante cuatro décadas.

Ese mismo año, Ekaré editó también el cuento El perro, el chivo y los tigres, originalmente publicado por Nazoa con el título de “Mi papá me cuenta un cuento de animales». Una sabrosa y jocosa narración de la tradición oral, de tintes picarescos, en la que un perro, gracias a su ingenio y viveza, logra conquistar la libertad y sobrevivir junto a su amigo, un chivo. Un relato que Nazoa recrea con un lenguaje coloquial muy rico, dibujando episodios de gran comicidad, como las divertidas conversaciones entre el perro y el chivo, y que encierra una evidente alusión al disfrute de las «pinturas” o placeres de la vida.

Posteriormente, Ekaré publicó dos títulos más: en 1990, Retablillo de Navidad, delicado poema que se centra en la búsqueda de posada de José y María y el nacimiento de Jesús, ilustrado por María Fernanda Oliver, y en 1992, la Fábula de la avispa ahogada, con ilustraciones de Vicky Sempere, en la que el autor ironiza y advierte sobre el fatal destino que suelen tener quienes se ven devorados por la ira, retomando la famosa frase de ahogarse en un vaso de agua.

Podemos decir que fue a partir de esos primeros libros publicados por Ekaré, que otros editores, entre los que me incluyo, comenzamos a publicar textos de Nazoa en el formato de libro infantil: La niña, el pozo, el gato, el cojín bailador y la siete piedritas, un cuento de Navidad, con elementos de los cuentos de hadas, una madrastra cruel y un príncipe convertido en sapo, de la editorial María Di Mase, con ilustraciones de Jorge Blanco (1985). El libro de los animales que incluía: “Algunos animales y sus defectos”, “Sección exclusiva de notas sociales para la semana de los animales” y “Nuevo corrío de lo animales”, con ilustraciones de Marcela Cabrera, publicado por Monte Ávila Editores (1991). Así como tres títulos editados por Playco Editores: El libro de los cochinitos, con graciosas ilustraciones de  Rosana Faría, que incluía: “Los nombres del cochino”, “La educación de los cochinos” y “Si tu padre es muy fino” (1996); Retablo Aragüeño, otro finísimo poema sobre la Navidad en el que el episodio se traslada al llano venezolano y el ángel es representado por un niño campesino, con hermosas ilustraciones de Morella Fuenmayor (1997); y Las lombricitas, cruel y ejemplarizante fabulilla sobre la desobediencia y sus consecuencias: la temprana muerte de una joven lombriz, un libro de cartón para los niños pequeños, ilustrado por Idana Rodríguez (2008).

Las virtudes de sus textos: síntesis, brevedad, relativa sencillez, humor, lirismo y calidad literaria, aunado al tratamiento editorial y el aporte de los ilustradores, no solo hicieron estos libros muy exitosos, sino que propiciaron nuevas propuestas editoriales. En 2007, Ediciones Ekaré publicó una nueva edición del Retablillo de Navidad con un extraordinario trabajo de diseño e ilustración de Ana Palmero: minuciosas ilustraciones que emulan las de los monjes miniaturistas de la Edad Media, con orlas, florituras, figuras hieráticas, cargadas de simbolismo, en una fusión de religiones y culturas, incluyendo elementos de la cultura venezolana. En 2015, la editorial SM publicó, Algunos animales y sus defectos, un libro de gran formato, con imágenes del conocido ilustrador español Emilio Urberuaga, que hizo un verdadero alarde en lo que respecta a la creación de los personajes y el manejo del color.

En sus poemas Nazoa alcanzó una gran perfección formal, y en sus divertidas fábulas, logró combinar reveladoras metáforas, con su mucho humor –a veces bastante negro–, como en Las Lombricitas:

Dos lombricitas
de edad temprana
cierta mañana
del mes de abril
solicitaron
en la pradera
al grillo, que era
el jefe civil.

Al punto el grillo
con dos plumazos
ató los lazos
de aquel amor.
Las lombricitas
se apechugaron
y se mudaron
para una flor.

Tras una vida
dulce y risueña,
con la cigüeña
las premió Dios.
Y cuando abrieron
las margaritas,
las lombricitas
ya no eran dos.

La primorosa
recién nacida
pasó la vida
sin novedad.
Y al cuarto día
de primavera
ya casi era
mayor de edad.

Quiso ir entonces
a una visita,
y su mamita
le dijo:-¡No!
Mas de porfiada
salió a la esquina
y una gallina
se la comió. 

La delicadeza y altura poética de sus retablos navideños la podemos apreciar en las últimas estrofas del Retablillo de Navidad:

A la casa de un pastor
van por fin José y María;
solo piden hostería
para que nazca el Señor.
Pero hay allí tanto amor
por los buenos peregrinos,
que la pastora sus linos
abandona en el telar
y al punto les va a buscar
cuajadas, panes y vino. 

Ya la Virgen tiende el manto
sobre la hierba olorosa;
ya como delgada rosa
se dobla su cuerpo santo;
ya a través de un claro llanto
los ojos del buey la ven;
llora el burrito también. 

Y la historia nos relata
que una estrella de hojalata
brilló esa noche en Belén.

Y su jocosidad en versos de Algunos animales y sus defectos:

De no ser por sus defectos
que los hacen imperfectos,
multitud de animalitos
pudieran ser muy bonitos.
(…)
Si no fueran tan ingratos,
qué lindos fueran los gatos.
La gallineta qué hermosa,
si no fuera tan pavosa.
Qué bello fuera el marrano,
si renunciara al pantano.
(…)
Finalmente el elefante
fuera lindo por demás,
si lo que tiene delante
lo tuviera por detrás.

El éxito alcanzado por estos libros, que cuentan con numerosas ediciones, permanecen en el tiempo y se renuevan, que han trascendido las fronteras venezolanas y circulan en países de Europa y América Latina, así como la significativa transferencia de sus obras a otros ámbitos artísticos, el teatro y la música, nos permite afirmar que Aquiles Nazoa, el “cantor de lo pequeño”, como se llamó a sí mismo, es hoy el máximo exponente de la poesía venezolana para niños, y celebrar con alegría su centenario.


Libros para niños de Aquiles Nazoa

  1. La ratoncita presumida. Ilustraciones Vicky Sempere, Ediciones Ekaré,1982.
  2. El perro, el chivo y los tigres. Ilustraciones Esteban Rama, Ediciones Ekaré,1982.
  3. La niña, el pozo, el gato, el cojín bailador y la siete piedritas. Ilustraciones Jorge Blanco, Ediciones María Di Mase,1985.
  4. Retablillo de Navidad. ilustraciones María Fernanda Oliver, Ediciones Ekaré, 1990.
  5. El libro de los animales. ilustraciones Marcela Cabrera, Monte Ávila Editores, 1991.
  6. Fábula de la avispa ahogada. Ilustraciones Vicky Sempre, Ediciones Ekaré, 1992.
  7. El libro de los cochinitos. ilustraciones Rosana Faría, Playco Editores, 1996.
  8. Retablo Aragüeño. ilustraciones Morella Fuenmayor, Playco Editores, 1997.
  9. Retablillo de Navidad. Ilustraciones Ana Palmero, Ediciones Ekaré, 2007.
  10. Las lombricitas. Ilustraciones Idana Rodríguez, Playco Editores, 2008.
  11. Algunos animales y sus defectos. Ilustraciones Emilio Urberuaga, Ediciones SM, Bogotá, 2015.
  12. La cenicienta al alcance de todos. Ilustraciones Ana Penyas. Cataplum, Bogotá, 2019.

 

Recuerdos de una gran artista: María Elena Walsh 

por Nora Lía Sormani**

Foto de Grete Stern.

Un día de febrero de 1930 nacía en la ciudad de Ramos Mejía la pequeña María Elena Walsh y entonces la cultura argentina ganaba a una de sus creadoras más relevantes, tanto en el campo de las letras infantiles como para adultos.

A lo largo de los años, su fuerte presencia en el mundo de la infancia se acrecentó admirablemente. Es que la gran autora de Tutú Marambá marcó un antes y un después en la historia de la literatura para niños no solo en la Argentina, sino en el mundo. En 1994 fue reconocida con la mención honorífica “Highly Recommended” del Premio Internacional Hans Christian Andersen, el equivalente al Nobel infantil. Y desde siempre, impuso un estilo del que las generaciones siguientes serían deudoras. Sin María Elena la literatura para niños hoy no sería la misma. 

A pesar de la larga enfermedad que padeció en sus últimos años, María Elena se mantuvo activa hasta sus últimos años. A fines de 2008 publicó sus -hasta entonces inéditas- obras de teatro Canciones para Mirar y Doña Disparate y Bambuco (estrenadas originariamente en 1962 y 1963 y que le dieron inmediata consagración). María Elena expresó entonces su emoción y sorpresa al ver transformados en libro los guiones que había pensado exclusivamente para la escena. En esa misma ocasión presentó su última novela para adultos, Fantasmas en el parque. 

El legado de María Elena perdura aún hoy, casi una década después, en la memoria popular a través de sus canciones “El reino del revés”, “Manuelita la tortuga”, “El gato que pesca” y “La reina Batata”, reproducidas en infinidad de ediciones y discos. Seguidora de su maestro Juan Ramón Jiménez y de su compañera Leda Valladares en lo musical (viajó con ella por el mundo en busca de registros folclóricos), María Elena logró que cada canción y cada poema fuera una escena, un mini-cuento, cargados de humor, en el que su capacidad actoral y su voz entrañable eran insustituibles. Sus canciones y poemas se cantan, cuentan y actúan. 

La belleza incomparable de sus versos propone historias y personajes en la tradición del nonsense o disparate significativo, al estilo de Lewis Carroll, combinando la poesía inglesa tradicional y los versos populares del folclore argentino.

Hay un “universo María Elena”, en el que los animales viven historias humanas: una vaca estudia, una tortuga viaja a París, la mona Jacinta se acicala. La sonoridad de sus versos y los sutiles juegos con las palabras en sus cuentos han hecho que sus obras sean un monumento de la lengua española casi intraducible a otras lenguas, como sucede con la mejor literatura.

Sus libros Zoo loco, Versos para cebollitas Cuentopos de Gulubú así lo demuestran. También son fundamentales sus novelas para chicos Dailan Kifki (1966) y Hotel Pioho’s Palace (2002).

María Elena le dio a la literatura infantil un estatuto poético universal, a la altura de las grandes creaciones, escribió poesía infantil con la misma intensidad y maestría que desplegó en su Otoño imperdonable, su primer poemario que la ubica como una de las voces más personales de la generación neorromántica del cuarenta. Pero, además, su obra es muy argentina y latinoamericana, por las expresiones léxicas, los imaginarios y las costumbres regionales registradas.

Sus libros y canciones eternos son una gran compensación para su ausencia física. Las nuevas generaciones, desde todas las regiones, le siguen rindiendo su merecido homenaje. Con su bella voz y para todos los niños, jóvenes y adultos, María Elena sigue: “Cantando al sol, como la cigarra”. 

 

*María Elena Maggi

Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela y cursos de doctorado en Barcelona, España. Trabajó en el Banco del Libro, hizo una pasantía en la Internationale Jugendbibliothek de Alemania y fundó las líneas infantiles de Monte Ávila, Playco Editores y el B.C.V. Es autora del estudio sobre El libro de la infancia por un amigo de los niños (s.XIX) y de libros para niños: El adivino, La gran canoa; Descubro a Fritz Melbye, Descubro a Camille Pissarro, Árboles para cuidar, ¿A quién no le gusta leer? y de las antologías de poesía: A la una la luna y Taquititán de poemas, esta en coautoría con Mª Francisca Mayobre. Ha sido jurado de premios como: Los mejores, Norma-Fundalectura y el Iberoamericano de SM. Actualmente colabora con publicaciones especializadas, realiza tutorías en el Diplomado de Edición (U.C.V.), desarrolla proyectos editoriales y asesora el Programa Papagayo, de promoción de lectura y escritura creativa en línea, de la Fundación BBVA Provincial.   

**Nora Lía Sormani

Nació en Buenos Aires en 1965. Es Licenciada en Letras, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en estudios sobre teatro, literatura y cultura para niños y jóvenes. Fue Jurado del Premio Internacional Hans Christian Andersen en representación de la Argentina para el 2012. Se desempeña como jurado de los premios Teatro del Mundo, ATINA y Hugo (en los rubros Teatro para Niños). Es columnista del Periódico Acción, del CCC. Es autora del Libro El teatro para Niños. Del texto al escenario (2004). Dirigió la Colección Mascaritas de Ediciones Colihue. Es miembro del Centro Cultural de la Cooperación (AICA), co-coordinadora del Area de Títeres y Teatro para Niños del Instituto de Artes del Espectáculo, ITYARN (International Theatre for Young Audiences Researchers) y de la Cátedra Internacional de Lectura y Escritura con sede en Cuba. Es miembro del Comité Ejecutivo del IBBY (International Board on Books for Young People).

Ilustración de Juan Palomino.

 

Entrada No. 198
Autores: María Elena Maggi, Nora Lía Sormani y Adolfo Córdova.
Ilustración de portada de Juan Palomino.
Fecha original de publicación: 20 de mayo de 2020.

Nota: Una versión del artículo de María Elena Maggi apareció originalmente como «Para leer y releer a Aquiles Nazoa en la Revista de Literatura Infantil y Juvenil No. 5 enero-junio de 1997 para Fundalectura-Ibby en Bogotá. Una versión del artículo de Nora Lía Sormani apareció originalmente en el diario Tiempo Argentino en 2011. 

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