¡Aquí estás! Diez maneras de leer «mamá»
La declaración de los derechos de las mamás, ¿Dónde está Tomás?, El regreso, Los matices de Matisse, Hebra de agua, Mamá, Oso, el ganso, La babosa cariñosa, Instrucciones para convertirse […]
Expediciones a la literatura infantil y juvenil
La declaración de los derechos de las mamás, ¿Dónde está Tomás?, El regreso, Los matices de Matisse, Hebra de agua, Mamá, Oso, el ganso, La babosa cariñosa, Instrucciones para convertirse […]
Cuando leo la palabra mamá se hace un silencio en el salón de clases. Voy leyendo en voz alta la historia de Perro Azul (Corimbo, 2010) y cuando aparece la madre de la niña protagonista y digo «mamá», los niños se concentran, quieren saber más.
«Pero su madre, dijo», «Y entonces la madre…», «Su mamá no estaba allí», «Corrió a contarle a ella…». De la ausencia o presencia de las madres se nutren muchas historias y el interés de muchos lectores (¿las madres son las madres de la LIJ?).
Todos estos libros de mamás y de hijos e hijas que regresan a casa, que se alegran cuando ellas están ahí, que les agradecen por enseñarles a sobrellevar la vida o por terminar con los días grises o incluso por hacer de madre y padre; estos libros de madres amorosas, madres adoptivas, madres liberadas… intentan llenar vacíos, reparar, recordar gestos, renovar la mirada y dar visibilidad, bienvenida y un momento de calma, goce y complicidad a madres, hijos e hijas.
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Desde las guardas, silenciosas, se anuncia una espera: vemos apenas una casita rodeada de plantas, a la sombra de un árbol, en la inmensidad de una llanura; una anticipación del destino de esa muchacha alta que, al pasar la página, ya desde la portadilla, conocemos: la vemos subiendo a un autobús amarillo. Y arranca su viaje. Esa muchacha, la hija, atraviesa la ciudad con sus edificios altos que al pasar la página se convierten en pinos, y pronto ya estamos en el campo. Otra vez frente a la casita, como en medio de la nada pero con un ligero brillo. Hija rascacielos y madre catarina se encuentran en el jardín. La hija se agacha y le da un beso. Entran a la casa. La madre le prepara de comer y el aroma regresa a la hija a su infancia. Vuelve a ser pequeña… pero queda el beso grande en la mejilla de la madre.
Apenas unas líneas, pocos acentos de color sobre la hoja en blanco: un sombrero amarillo, los labios rojos; pero las miradas, los gestos, el rosal en el jardín llenan de dulzura el reencuentro. Nostalgia en el adulto que lee, alegría en el niño que es testigo de esa pequeña felicidad: comer en casa. Uno de los libros sin palabras más bellos que he leído.
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Cada vez más lectores declaran favorito este libro. Rimas que se van enlazando lentamente, página a página, como en un arrullo muy suave, que contrastan con las ilustraciones rebosantes, llenas de madres con crías; flores, hojas, pastos; plantas terrestres y marinas, y la historia de un hijo, desde el vientre materno hasta la adultez, que en los versos hace un retrato hablado y amoroso de la mujer que lo trajo al mundo. Mamá / es tantas cosas… Teje cantos, cuentos, / castillos de arena, / estrellas y soles, / y la luna llena. Ganador VI Premio Internacional Compostela para álbumes ilustrados 2013.
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–¡Mamá! ¡Mamá! —gritó el bebé ganso, al tiempo que brincaba a sus brazos.
—Eeee… espera un momento —tartamudeó el oso—. ¡Yo no soy tu mamá! ¡Soy un oso! Y tú eres un, un, un… —buscaba la palabra correcta—. No sé qué eres, pero no eres un oso ni tampoco un zorro.
—¡Sí mamá! —exclamó el pequeño, abrazándolo.
—¡Que no soy tu mamá! —rugió el oso.
Las historias de hijos adoptivos, intercambios de hijos al nacer y otros enredos familiares tienen una larga tradición en la literatura para niños. Ya desde Esopo había fábulas de cachorros de tigres que pasaban por leones o perros por lobos; luego «El patito feo» es un hito de ese hijo en un nido ajeno que tendría una suerte de reescritura en el contemporáneo Guyi Guyi (Thule, 2005) y más recientemente en Gastón (Leetra, 2016). Ganso, el oso, se suma a esa lista. Un zorro roba un huevo de ganso pero tropieza con un oso y lo pierde. Al oso le parece un objeto curioso y decide llevárselo, hasta que el huevo se quiebra y un bebé ganso lo mira y lo llama: ¡Mamá! El oso intentará convencerlo de que es imposible que él sea su oso y le pondrá una serie de pruebas para demostrárselo. El zorro acecha, hambriento, cada paso de esta nueva familia, lo que agrega tensión a la historia. ¿Familia es lo que se hace familiar? Esa pareciera la pregunta de este libro enternecedor que, a pesar de narrarnos un caso insólito, nos convence.
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El final sorprende a algunos y desata sus carcajadas, otros parecen desilusionados, alguno dice «ya sabía», pero todos han estado atentísimos, porque la premisa los impacta: una pequeña babosa, muy sensible y amorosa, está triste porque su mamá nunca la abraza. Se pregunta si será porque le provoca asco. Leo en voz alta este libro a un grupo de niños y niñas de tercer grado de primaria. No despegan los ojos del las ilustraciones, se les ve algo pasmados con el planteamiento de problema, ya se escuchó por ahí decir a alguno que a él, y a ella también, que a ellos no los abrazan nunca sus mamás. Pero la zozobra se aligera con las divertidas ilustraciones de Tony Ross. La hija babosa (nuestro solo sujeto, que pasa por adjetivo, los hace reír) se da a la tarea de conseguir que su mamá la abrace. Y empezará ese tópico en muchos libros para primeros lectores de preguntarle a otros personajes «qué hacer para…», y luego ir incorporando los consejos que cada nuevo personaje da para que avance la historia. Acá la babosa decide cambiar su apariencia y se disfraza de otras especies de animales para ver si así es merecedora del negado abrazo. La retahíla visual, una acumulación de disfraces, es de lo más graciosa. El desenlace hace reír a muchos, les da alivio; otros se quejan y hacen muecas; los mayores de la clase se lo habían imaginado. Quizá el libro sea poco más que un golpe de ingenio que igual podría haber funcionado en una sola página, como tira cómica, porque tiene ese tono, pero la conversación alrededor de las experiencias de «mamás y abrazos» es muy significativa: «Quizá mi mamá no sabe que quiero que me abrace», «o no puede por algo», «o no le gusta», comienzan a decir mientras varios amigos ensayan abrazos. «A mí me gustaría que me abrazara más», «a mí sí me abraza», dicen otros. Y casi antes de terminar les pregunto: ¿y ustedes qué tan seguido la abrazan a ella? Y vuelven los ricos testimonios, sin conclusiones, con más risas al recordar las peripecias de la inocente babosa. Me recordó en particular al libro ¿Cómo dicen mamá las jirafas? de Willi Glasauer y Gérald Stehr (Ediciones Tecolote, 2005), menos humorístico pero con una estructura casi idéntica que trae a cuento el afecto entre madres e hijos.
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El papá de Ray no está, sólo están sus cartas, que empiezan a llegar de repente para anunciarle a su hijo una gran noticia: ¡me he convertido en pirata! Nadie debe enterarse, ni siquiera su madre, de todas sus aventuras en los mares del mundo desenterrando tesoros y enfrentando monstruos marinos. Para Ray, que va en tercero de primaria, enterarse de que su papá es pirata resulta la noticia más fascinante del mundo. Pronto, él mismo decide seguir los pasos de su padre y encontrar la manera de convertirse en uno. La mamá de Ray sí está, trabaja doble turno, conduce una motocicleta a toda velocidad, recalienta el mole congelado a la hora de la comida y hace una deliciosa gelatina de limón en los cumpleaños. No es pirata, claro, pero sortea una misión que parece casi imposible: es mamá y papá a la vez y, por una serie de disparatadas anécdotas, Ray terminará por valorarlo. Divertida y conmovedora novela que ganó el Premio El Barco de Vapor México 2016.
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Una rareza y una belleza de libro hecho de deseos, tres o cuatro o uno: el de una hija que hace sonar las palabras, como si fueran monedas que caen una por una en un pozo; las ondas en el agua, una y otra, van formando los versos: momentos como sumergidos en un sueño profundo. Luego esa hija saca las palabras del pozo, una por una, tres o cuatro, y las tiende, como si fueran pedazos de tela, prendas de deseos. Mamá no pide un deseo, pide tres. / Pide cuatro. / Mamá baila locamente. Usa de hilo el recuerdo. Y empieza a bordar sobre esos retazos, para su madre. Cosas de colores, cosas que crecen / cuando se comparten. / Como el tiempo. Con la intención de ser, ella también, un deseo pronunciado, como una risa. Y es que busco formas de / nombrarte, mamá. // Mamá flora, / mamá domingo. / Mamá domingo, chocolates y en la cama. // Aguasuerte de mil besos.
Un libro como pieza de arte textil y editorial, cada página un bordado cuyos puntos vemos salir del otro lado de la página, un libro de artista, poesía que encuentra su propia música. Y esa madre que se hace vapor, se hace nube, se la lleva el viento. / Se la lleva a hacerse río, a hacerse pozo, / a recibir monedas y a ver pasar el tiempo.
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Lucía quiere saber si su mamá es una reina. Tiene que serlo, porque ella se considera una princesa. Su madre le dice que sí: ella es «La reina del Sol», pero sólo durante un día. Y ese día es mañana. Lucía no debe decírselo a nadie, guardarán bien el secreto; saldrán temprano, antes del amanecer, atravesarán la ciudad llena de sombras de gatos y siluetas de árboles hasta alcanzar una colina, en las afueras de la ciudad. Allí realizarán un ritual para invocar al sol. Cuando regresen, verán cómo todos, niños, mayores y gatos, disfrutan la luz del día, sin saber que fueron ellas, reina y princesa del Sol, quienes la provocaron. «Y cada día alguien diferente es el rey del Sol, la reina del Sol o la princesa del Sol», dijo la madre mientras acostaba a Lucía. ¿A quién le tocará mañana?, se pregunta la niña mientras se queda dormida. Relato conmovedor e íntimo, que vuelve trascendental un amanecer, que trastoca lo cotidiano a través del juego, una pequeña expedición, y de la complicidad entre madre e hija. Ilustrado con algunas formas simples pero con mucha sensibilidad. Un libro que nos muestra cómo la realidad se transforma en la mirada de dos personas que se quieren.
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Y si tú, niño lector, niña lectora, fueras el pintor Matisse, apenas un pequeño, y vivieras en una ciudad fría y gris, ¿de dónde sacarías los colores que habrían de inspirar tu arte? Quizás de la presencia de tu madre. Ella cubre de tapices rojos el piso de la casa y cuelga platos pintados en las paredes. Platos con imágenes de praderas, árboles, ríos y aves. Y te deja pintar a ti también y mezclar todos los colores, y acomodar las frutas y las flores que compran en el mercado. «A mi madre le encantaba todo lo que yo hacía», dice Henri Matisse al final de este singular libro biográfico. Esa afirmación se vuelve aquí un homenaje, un agradecimiento (que no beatifica, sólo muestra, comparte una intimidad al interior de un hogar) a esa madre que le dio libertad y memoria. Pues, como dice la autora del libro en una nota: Henri Matisse pintó lo que veía y lo que recordaba; pintó sus sentimientos y pintó su niñez. Las madres suelen quedar en el olvido en las biografías de grandes creadoras y creadores. Este libro, de manera sutil y breve, pero honda, rescata a una. Por otro lado, aunque no es la propuesta principal del libro, vale mencionar que consigue acercarnos a la obra de Matisse y a alguna de sus pinturas emblemáticas (o por lo menos da pistas de ellas).
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Abajo el imperio de los hijos que dominan algunos hogares. Abajo el mito de los superpoderes y la función multitareas. Llegó la hora de las madres: Artículo 1. Derecho a no ser perfectas, a no tener una respuesta para todo, a equivocarse, a olvidar cosas, a cometer errores y hasta, de repente, decir una mala palabra. Las mamás no tienen superpoderes. Este libro pone en crisis muchos prejuicios, da la vuelta a los roles y propone una liberación con un humor inteligente. Cuando llega el cumpleaños de mamá y le regalan puros electrodomésticos, ella, harta de este tipo de regalos aburridos, se sube a una escoba, sale volando y grita: ¡GRACIAS NO QUIERO NADA! Cuando los hijos se ponen a esculcar la bolsa de mamá de pronto aparece ella en la pantalla del celular para advertirles que los está viendo. Derecho a tener un espacio y tiempo propios, a estar cansadas, a irse de fiesta, a ser consentidas y a casarse de nuevo y tener más hijos (cosa que enloquece a los niños lectores). Una revancha al estilo El libro de los cerdos de Anthony Browne (FCE, ocon algún guiño a Cinco minutos de paz de Jill Murphy (Kalandraka, 2016).
En un primer momento este es un libro que parece no interesar mucho a los niños y niñas lectores. «¿Derechos de las mamás?» (¿Y de los papás? El libro es doble: por una tapa se entra a los derechos de las mamás y por la otra a La declaración de los derechos de los papás, lo que provoca un diálogo que termina de dar sentido cada artículo), «¿qué hay de mis derechos?» Esa es la respuesta espontánea, pero luego de empezar a leer cada derecho los lectores van interesándose (mucho ayudan las alocadas ilustraciones -casi pequeñas tiras cómicas o viñetas humorísticas-) y a preguntarse si sus mamás ejercen esos derechos o no. Resulta un buen complemento tener a la mano La declaración de los derechos de las niñas y de los niños, de la que hablé aquí, la semana pasada.
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Uno de esos libros a los que uno vuelve y vuelve maravillado, para llenarse los ojos de colores brillantes, rojos y turquesas, pasar las manos por el papel y los dedos por el borde de la tapa y, sobre todo, para ver otra vez a Tomás, cabalgando en un unicornio, entre dinosaurios y volcanes en erupción, desafiando la gravedad. Todo llena la mirada de fascinación y gozo. Mamá lo busca, ¿dónde está Tomás? Tomas juega, va creándose un mundo propio, recorre distintos espacios de la casa y los transforma con su imaginación. Es la maduración de ese juego tan querido por los bebés («¿Dónde está el bebé?» «¡Aquí!»): Tomás se esconde real y simbólicamente: abre puertas, jala cortinas y cobertores y se oculta dentro de sí mismo. Uno de mis libros favoritos del año pasado. Vuelvo a abrirlo, vuelvo a llenarme de naturaleza y fantasía, y ahora lo leo con el hijo de tres años de una amiga: abre los ojos grandes con todos esos verdes azulados, y más grandes cuando ve a Tomás volando arriba de un tucán. Enseguida quiere esconderse por toda la casa. Empieza ya: tapando su cara con el libro, y la literatura salta en un instante a la vida. Premio Fundación Cuatrogatos 2017.
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Qué maravilla tu página!
Si bien estoy en contra de lo roles de género y los estereotipos, contextualizando este artículo con la realidad actual, tengo que decir que es un artículo hermoso ❤
Gracias por esto