…pero casi todo niño conoce a Cervantes y a Shakespeare. Pronto saben de ese hombre seco de carnes y enjuto de rostro, montado en un caballo, rival de molinos y aliado de un panzón:

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero:

—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.

También conocen una historia de amor imposible, la de Romeo y Julieta, y sus familias opuestas y sus miradas de enamorados y las palabras desde un balcón:

Julieta: ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto.

Niños y niñas pequeños leen estas historias dentro de un mundo en el que todavía no se separan las obras en géneros literarios ni tradiciones artísticas; en él hay personajes bíblicos, leyendas, dichos populares, cuentos de hadas. Escuchan fragmentos de los textos, disfrutan las películas y los dibujos animados que hacen parodias o pastiches. Ven una pintura del Quijote o una obra de teatro guiñol de Romeo y Julieta y, listo, ya habrán leído a Cervantes y a Shakespeare. Iniciará un proceso de construcción de esa obra en su imaginario que quizá nunca incluya al texto original.

Con las pantallas y los escenarios, llegarán otras adaptaciones en papel. 

Hace poco me encontré en una librería una versión de Don Quijote de la Mancha para bebés. Y eso parecían Don Quijote y Sancho: un par de bebés montando un caballito, un burrito; rodeados de arbolitos, molinitos, pajaritos y otros diminutivos textuales y gráficos que sólo disminuían la calidad de la propuesta, como suele pasar con tantos libros para niños. 

Simplón, esquemático, ñoño. Como si los bebés fueran seres incapaces de leer otro tipo de libros, cualquier complejidad gráfica o literaria.

Si queremos que tengan un acercamiento a este gran clásico de la literatura entre los 0 y 3 años de edad, ¿no será mejor leerles, entre arrullos, algunos fragmentos del texto original de Cervantes?

¿Suena snob, poético? ¿O es intranscendente? ¿Qué tiene de malo darles un libro objeto para morder con un ingenioso hidalgo y su escudero en lugar de dinosaurios? 

Nada, pero es el banderazo de salida de una larga cadena de representaciones que irán desgastando y caricaturizando al personaje original.

Marcela Carranza, en su artículo Los clásicos infantiles, esos inadaptados de siempre, subraya que “muchas adaptaciones serruchan, podan y encastran fragmentos, hasta obtener esas malas copias que poco o nada tienen que ver con el texto original”.

Personajes, libros, que son parte de un paisaje en el que vivimos: presentes, pero periféricos, alejados, virtuales, irreales. Libros irreales, lecturas virtuales: todos los comentan, nadie los ha leído, son el centro de un permanente teléfono descompuesto que prescinde del original. Estrellas allá arriba, sumidas en la galaxia.

Decimos Ser o no ser, hablamos de quijotadas, de tener un sancho como palabras corrientes que ya no es necesario buscar en el diccionario.

Shakespeare o Cervantes como el Che Guevara en cualquier camiseta. Ídolos, héroes, muñecos. Romeo y Julieta y el Quijote como marcas de identidad. 

 

 

Cuando se adapta un clásico que no fue escrito para niños, algunos adaptadores, además, no tienen empacho al censurar, omitir, cambiar fragmentos, matizar temas que puedan incomodar a la comunidad escolar, a los padres de familia… o simplemente todo aquello que consideran inaccesible para el lector.

Juegan con ventaja: el escritor original está muerto (hace tanto que ni siquiera se pagan derechos, más puntos $$ a favor) y ¿quién irá al texto original para hacer un cotejo? (Mucho menos si está en otro idioma.)

Y otra: «Total, es para niños». En muchas adaptaciones, además de pereza y prisa, hay desprecio al joven lector. 

Cervantes y Shakespeare no escribieron para niños. Charles Perrault nació en 1628, 12 años después de la muerte de estos grandes autores, y pasarían varias décadas antes de que inaugurara, con sus cuentos de hadas, el género literario que ha tardado unos 300 años en ser reconocido, más o menos, como tal: el infantil.

Existen, por supuesto, algunas adaptaciones notables para niños.

La cuestión será si ¿leer o no leerlas? Recomendaría, en todo caso, preferir las versiones que hagan crecer la historia por otras vías: un cómic, los cuentos de Shakespeare de Mary y Charles Lamb (un clásico en sí mismo –aquí una reseña de la edición de Castillo), un libro ilustrado cuidadoso de los textos (pienso en El libro de Don Quijote para niños de Haroldo Maglia, ilustrado por Jesús Gabán), o el poema del acto I de Romeo y Julieta en La Reina Mab: El hada de las pesadillas (Pequeño Editor). 

Si no estamos seguros, intentemos cultivar la espera, hagamos la promesa: un día podrás andar en bicicleta, un día podrás viajar solo, un día podrás leer a Cervantes y a Shakespeare. Crecer con el deseo de descubrir nuevas lecturas.

Cervantes y shakespeare

 

Aquí algunas recomendaciones de ediciones con textos íntegros de Shakespeare y Cervantes o adaptaciones cuidadas, que respetan al lector.  Para celebrar el Día Internacional del Libro y los 400 años de estos dos genios.

Imagen de portada del programa Shakespeare lives y Cervantes del British Council. 

9 Comentarios »

  1. Buen artículo Adolfo,

    Con este tema tengo opiniones encontradas, por un lado me gusta la idea de la trascendencia icónica de la imagen de Shakespeare o Cervantes y de sus frases mas impactantes, pero por otro lado temo que precisamente eso nuble nuestro entendimiento de su obra; es difícil abordar estos textos sin recurrir a las ideas preconcebidas que esa reproducción multimedia ha implantado en nuestro imaginario colectivo y en cambio ahondar en la interpretación literaria personal.

    • Cath querida, por azares de la matrix no había visto tu comentario. Muchas gracias. Sí, coincido contigo. A mí también me causan conflicto y más bien sugiero, en casos como estos, intentar tender siempre puentes a la original. Y en general creo que es mejor esperar al momento en que se pueda leer la original y ya luego saltar a las adaptaciones. En fin, tema espinoso… Abrazo grande.

  2. Magnífico artículo, comparto lo que dices, hay versiones que no solo no respetan a autor sino que no lo hacen tampoco con el lector. Quizá la solución sea dosificar, pero no deformar, o simplemente, esperar a que crezcan. Gracias, un placer bucear en tu blog.

    • Sí, Rocío, esperar me parece que es clave o encontrar aquellas versiones que aportan y hacen crecer el relato original por otras vías. Los cuentos a partir de las obras de Shakespeare que escribieron los hermanos Lamb, por ejemplo, me gustan porque exploran un nuevo género y permiten que lectores más pequeños lleguen a los textos. Son al final sólo una probadita que me parece deja al lector con ganas de ir a las obras originales. Me alegra que te sumerjas en el blog, bienvenida. ¡Saludos!

  3. Qué texto tan sensato. Gracias. También prefiero leerles frases de la obra original. No me gustan las versiones que adaptan el texto, aunque sí me gustan las versiones ilustradas que conserven texto original. Las últimas aportaciones de Linternas y bosques han coincidido con dilemas que rondan en mi cabeza. Saludos.

    • Muchas gracias, Nora. Sí, acercarlos al texto original o a fragmentos del original también me parece lo mejor. Aunque de pronto versiones al cómic o al libro álbum pueden sorprendernos. Me alegra que encuentres en el blog que tus dilemas son compartidos. ¡Saludos!

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