La hija del mundo
“Levantó un brazo y me acurruqué contra él. Nos quedamos así, abrazados, hasta que cayó la noche, sin movernos, observando la danza de las llamas entre las brasas de coco”. […]
Expediciones a la literatura infantil y juvenil
“Levantó un brazo y me acurruqué contra él. Nos quedamos así, abrazados, hasta que cayó la noche, sin movernos, observando la danza de las llamas entre las brasas de coco”. […]
“Levantó un brazo y me acurruqué contra él. Nos quedamos así, abrazados, hasta que cayó la noche, sin movernos, observando la danza de las llamas entre las brasas de coco”.
La hija del mundo de Gilles Barraqué es una de las novelas más conmovedoras que he leído en los últimos años. Su forma y su fondo encajan con la precisión de dos piezas que deben funcionar como una sola, como si el autor hubiera armado un rompecabezas invisible.
Sencillez, sabiduría y belleza. Contenidos y contenedores de la historia.
El tema tiene lo que se espera en la mayoría de las novelas de transición entre niñez y juventud: un rito de iniciación que implica sacrificios, un viaje principalmente en soledad, cambios, descubrimientos, amenazas, heroísmos; pero el mayor mérito del escritor y músico francés, Gilles Barraqué, es la emotividad en la voz de la protagonista.
Pahoétama es una niña polinesia de 12 años que acepta su destino con carácter y confianza. Confía en su historia llena de ritos y creencias vinculadas con el mar y sus habitantes. Debe “convertirse” en niño, o simular serlo, para aprender el oficio de pescador de su abuelo sin romper las reglas de su pueblo. Pero para la “niña-niño” (así será apodada) eso es poca cosa, no más que un caparazón, casi un juego, y con humor e inteligencia asume su nueva identidad (como una Mulan insular que se disfraza de guerrera por un fin mayor, una misión que la llena de orgullo).
Una vez aprendido el oficio de pescadora, se dará cuenta que debe enfrentar un reto mayor, algo que será en principio un gesto para honrar a su abuelo pero que terminará cambiando al mundo.
El tejido de relaciones de Pahoétama con los distintos miembros de su comunidad y con su isla está lleno de simbolismos y de lirismo. La belleza, la sabiduría y la sencillez que menciono están repartidos en el uso del lenguaje de Barraqué; en la estructura, casi todo el tiempo lineal, muy arraigada en el presente de la protagonista, con una tensión dramática admirable; en los personajes, cuya nobleza y valentía son propios de otra época, de otro pulso del mundo, de otra geografía; y en los temas que aborda.
Sobresale la naturalidad con la que se aborda igual la belleza de un cuerpo desnudo que el hedor de un viejo hechicero o de una mano mutilada; los roles de género, los rituales politeístas, las señales mágicas de la naturaleza, la independencia en el crecimiento son temas constantes, pero La hija del mundo trata principalmente sobre el descubrimiento del otro.
El otro que puede ser uno mismo, el otro que tenemos enfrente y nos redefine, los otros que conocemos, los otros que nos miran desde otra isla, los que desconocemos y tememos, los que nos desconocen y nos temen. Sin motivo. Todo descrito desde dualidades bien nombradas: hombre-mujer, belleza-deformidad, deseo-miedo, juego-disciplina, humor-dolor.
Es interesante la amalgama que construye el autor alrededor del tema de género. Por un lado Pahoétama vive en un contexto machista y ella misma debe asumirse como varón para conseguir lo que quiere, pero al mismo tiempo, el lector recibe evidencias de su naturaleza femenina todo el tiempo, y cuando interactúa con otros niños o con un joven importante en su vida, ella asume el liderazgo; es una protagonista femenina muy activa, con un final que la ubicará en un lugar insospechado. Y todas estas relaciones de género en la novela se miran sin juzgarse. Se percibe una reconciliación y aceptación de la diferencia innegable de las naturalezas femeninas y masculinas, pero casi como algo secundario, una convención para que el mundo funcione de cierta manera. Al final, importa más el amor que la protagonista tiene a su abuelo y su necesidad de entender.
Además de Pahoétama, otro pequeño personaje conquistará al lector: su mascota, el cerdito Ui-i, un reflejo de la nobleza y la lealtad de la propia Pahoétama. Ui-i aligera muchos momentos de la novela (con un tratamiento de la relación niña-mascota más periférico, no con ese coprotagonismo al que muchos autores recurren, como calcado de Disney).
La relación con su abuelo también es central. El abuelo se la pasa instruyéndola. La gracia es que el lector no sentirá que está recibiendo lecciones desde un lugar moralizante o pedagógico, sino como parte de la naturaleza de la vida en la isla, con la curiosidad de una niña que descubre cómo funciona su mundo.
Todo el texto fluye con facilidad, igual que la piragua en la bahía de Pahoétama, pero sobre un mar profundo. Barraqué logra ese equilibrio singular entre ligereza y densidad.
Las ilustraciones de Alicia Varela reflejan toda esa emotividad en la historia y lo hace (ella también) con sencillez, sabiduría y belleza. Varela sabe hasta dónde dibujar las palabras y cuándo empezar a compartir el mundo que ha despertado en ella la novela. Su trabajo no ilustra de manera literal, se sube a la piragua de los simbolismos y hace crecer el relato, como si estuviera dialogando en un libro álbum. No hay adornos, su trazo a veces pareciera un boceto muy limpio, que se corresponde con el boceto que es la propia Pahoétama en crecimiento.
También hay que mencionar la sensible traducción de Sandra Sepúlveda Martín y el trabajo editorial que está haciendo Castillo en México: ha traído a autores que antes era imposible leer en el país y muchos que han sido traducidos por primera vez al español. En La hija del mundo, el cambio en el título de la novela con respecto a su nombre original en francés (“En el vientre del mundo”) es un acierto porque se corresponde con mayor sentido con el clímax de la historia. También se agradece que hayan respetado el uso de ciertas palabras en polinesio sin publicar un pequeño glosario con su traducción (innecesario).
Sin duda, una lectura para disfrutar. Gilles complace al lector y le da todo lo que quiere, no importa que sea una historia que en algún punto se vuelve predecible, el autor no pretende ser impredecible. Aunque va tejiendo muchos misterios, los va resolviendo rápidamente para abrir nuevas preguntas, quiere que el joven lector se alegre cuando se cumplan sus anticipaciones, que intercambie su mirada con la de Pahoétama y viva con valor y gozo su propia aventura.
Dice la narradora en un momento de la novela, luego de que un gran cachalote la mire:
“Intercambiamos miradas, un mismo mundo, todas las criaturas: las poderosas y las insignificantes, cada una a su medida y según sus propias costumbres. Cuando el gran macho se hundió en el agua para reunirse con su familia, me llevó para siempre en su ojo, así como yo llevaría en los míos su imagen, durante el resto de mi vida”.
Esta es una historia que el lector llevará consigo el resto de su vida.
Leí este libro en profundidad el año pasado. Cuando lo terminé me acompañó la exacta sensación de que llevaría conmigo la historia por mucho tiempo. ¡Qué buen comentario!