Antes de los libros, hubo voces. La memoria era un canto. Los aedos de la Antigua Grecia y más tarde los rapsodas, los bardos celtas, los juglares y trovadores de la Europa medieval, los griots de África occidental o el cuicamatini azteca eran las bibliotecas y hemerotecas humanas, los repositorios de identidad, las «salas de lectura», que en medio de las cortes, de aldea en aldea, invitados a un banquete contaban o cantaban las historias de la gente.

La rima en las epopeyas, más tarde en los cantares de gesta, facilitaba la insólita memorización o improvisación de miles de versos con los que estos juglares, muchos de ellos acompañados de un instrumento musical o interpretando alguna danza, divertían, conmovían y hechizaban a sus audiencias. Muchos eran amados y temidos por ese poder que ejercían de moldear la Historia, fijar los acontecimientos, legitimar un recuerdo. 

Pero lo que nos cuenta Janet Pankowsky en este maravilloso texto, nos acerca también a esos otros antiguos narradores, menos saltimbanquis, más discretos y silenciosos. Los cuenteros o cuenteras a los que basta el fuego de una hoguera y la escucha para hacer flotar un relato (precisamente: suspender y llenar de suspense). El hakawati o contador de historias árabe. El sabio o la sabia de la tribu que narra la saga familiar. La bisabuela, la abuela, la madre que cuenta.

Ellos son, como dice Janet, páginas en blanco que se llenan de pronto con las palabras, en un intercambio siempre vivo entre el que cuenta y el que es contado. Pues «la narración oral sucede», sigue Janet, «en la mirada de quien nos escucha».

Su ensayo, «Un cuento, una teoría y un silencio», escrito con una beca del FONCA que obtuvo en 2016 y que ahora generosamente comparte en este blog, aborda «los cinco aspectos de la narración que Francisco Garzón Céspedes llamó ‘personalidades’ y que todo narrador considera antes, durante y después de sus presentaciones: el narrador, el cuento, el público, el lugar y la circunstancia».

Abre preguntas como: ¿Los narradores orales permiten que hable el silencio? ¿Cómo entender “el silencio” expresado en un cuento? ¿Cómo podemos saber los nuevos significados que el cuento ha adquirido para cada escucha? ¿Cómo dialogar con el público las diversas lecturas que el cuento ha tenido? ¿Qué hay del lenguaje no verbal?, ¿es otra forma del silencio? 

Resultará especialmente significativo si eres narrador oral o quieres serlo, pero también si lees en voz alta, e incluso si tan solo disfrutas que te cuenten historias. Tejiendo teorías y experiencias personales, Janet profundiza en la práctica de esta profesión primigenia. Si la memoria es un canto, aquí oímos que se interpreta en coro.

El texto de Janet, útil y hondo, además nos hace cómplices de un silencio que abraza. Tan necesario en estos momentos.

Adolfo Córdova

Ilustración de Miren Asiain Lora.

 

Un cuento, una teoría y el silencio

por Janet Pankowsky*

Janeth Pankowsky en su proyecto «Tendedero de historias».

 

Preparar el equipaje

La vida es lo que hacemos de ella.
Los viajes son los viajeros.
Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.
Fernando Pessoa

 

Soy invisible, soy una página en blanco, soy la nada y el todo en sus infinitas posibilidades: soy una narradora de cuentos. He llegado al espacio vacío en el que, durante una hora, me convertiré en escenario, constructora de imágenes, palabrera, oficiante, abuela, hermana… Ocupando asientos de a poco, llegan ellos y ellas: niños, niñas, adultos, mujeres, viejos. Los miro: existen; puedo imaginar historias ocultas en sus miradas, en su forma de ocupar un lugar, en las breves conversaciones que sostienen a la espera de que algo suceda.

El escenario es el patio de una escuela, un salón de cantos y juegos, el mármol de un centro comercial, la piedra, la tierra, la madera de una casona que ahora es foro cultural o la alfombra mágica de una librería resguardada por brujas y hadas. Es todo y es nada. Está vacío. Es una página en blanco. Es el lugar en el que a la imaginación le gusta jugar. (1)

Comienzo con una mirada cómplice, un juego o un canto… algo que nos acerque antes de que los cuentos sean contados, antes de que la atención sea sitiada por imágenes; algo que me permita mirar al público y reconocerme en sus miradas.

Se hace el silencio sobre el blanco de la página. Ahora ellos y ellas me miran: existo; pueden imaginar historias ocultas en mi mirada, en mi forma de ocupar un lugar… Si guardara silencio indefinidamente, ¿las historias surgirían igual? Hay una emisora, muchos receptores, e infinidad de posibilidades entre nosotros. Desde ahí se van tejiendo las historias: imágenes y emociones detonadas por la articulación de palabras.

La narración es un acto comunicativo complejo; lo que se narra es un cuento y un acto de habla. Se nombran acciones y al mismo tiempo decimos: te miro, me importas, nada humano me es ajeno… La narración es un ritual que, aún en nuestro tiempo de redes sociales y de comunicaciones tan sofisticadas que llamamos virtuales, sucede. Es algo intangible pero perceptible, toca el alma.

Los que contamos cuentos nunca estamos solos, tenemos la mente llena de mundos creados con la realidad de las palabras. Nos pueblan imágenes navegantes, habitantes de la memoria, cuentos migrantes a los que nadie puede cerrarles las fronteras. Narramos con la generosidad de quienes nos permiten hacer un acto de imaginación colectiva.

Si resulta un viaje adentrarse en el propio imaginario para estar conscientes de cómo nuestros cuentos nos hacen crecer; el viaje de adentrarse en las percepciones de quien nos escucha parece alucinante. La narración oral sucede, a diferencia de algunas formas de teatro tradicional, en la mirada de quien nos escucha. Nos valemos de repeticiones, juegos de palabras, estribillos, cercanía, fabulaciones, preguntas, silencios, torpezas voluntarias y aceptación de las torpezas involuntarias para lidiar con nuestra fragilidad en la escena y saber que no contamos sólo para nosotros. Por eso, quisiera reflexionar sobre la recepción y también sobre el silencio. Es en el silencio que las personas pueden imaginar. Es en el espacio vacío en el que la imaginación juega. Es en la página en blanco donde pueden suceder el infinito de historias que nos habitan.

Para recorrer este camino haré cinco paradas que nos guiarán en esta reflexión, cinco aspectos de la narración que Francisco Garzón Céspedes llamó “personalidades” y que todo narrador considera antes, durante y después de sus presentaciones: el narrador, el cuento, el público, el lugar y la circunstancia.

Para llegar a cada una de estas paradas, abordaremos la mejor de las fragatas: un cuento. Un cuento, una teoría y el silencio.

 

Medio de transporte

There is no Frigate like a Book
To take us Lands away
Nor any Coursers like a Page
Of prancing Poetry –
This Traverse may the poorest take
Without oppress of Toll –
How frugal is the Chariot
That bears the Human Soul –
Emily Dickinson

El cuento-fragata se llama “The Blank Page” de Isak Dinesen. Al ser un cuento enmarcado dentro de otro, temas presentes como el silencio, la narración, el respeto por las tradiciones y lo femenino se mencionan en el primero pero aparecen con elocuencia e ironía en el segundo. En el cuento marco escuchamos la voz de una vieja narradora de cuentos que ha heredado el oficio de su madre que a su vez lo heredó de su abuela hasta contar doscientos años de tradición como cuenteras. Esta experiencia le ha hecho comprender que quien narra un cuento mejor que todas las narradoras es el silencio y que la historia más profunda se lee en la página en blanco: “Pues bien, escucha: cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio… “. (2)

¿Los narradores orales contemporáneos somos fieles a la historia? ¿Permitimos que hable el silencio? ¿Cómo entender “el silencio” expresado en este cuento?

Después de hablar sobre el silencio, la narradora decide contar el cuento de “La página en blanco”. Abre dos ventanas narrativas, dos historias que se entrelazan: la del Convento Velho en donde las monjas Carmelitas fabrican las sábanas más blancas y puras de Portugal y, la ventana de algún balcón de palacio desde donde se exhibe la sábana usada durante la noche de bodas de alguna princesa constatando que la dama en cuestión, era virgen. Las sábanas usadas por la realeza son confeccionadas en el Convento Velho. En un giro inesperado descubrimos que las sábanas “manchadas” son devueltas al convento sobre el que recae el honor de exhibirlas en una galería. Esta exposición suscita en los espectadores las más variadas imágenes reflejadas en aquellas manchas pero, nos cuenta la anciana, qué devoción a las tradiciones la de aquellos reyes que mandaron al convento la sábana de su princesa; una sábana que se exhibe, igual que las otras, con un marco finísimo y la placa dorada en la que, a diferencia de las otras, no hay ningún nombre grabado ya que la sábana es totalmente blanca. Y frente a ella: “las hermanas jóvenes y viejas y la madre superiora en persona se hunden en las más profundas reflexiones”.

El lienzo inmaculado, ¿de qué nos habla? ¿Nos habla de la virginidad de una dama? ¿Por qué tendría que importarnos si la dama era virgen o no? En el cuento se alude a la narrativa: se dice que la semilla de una historia es como la semilla del lino que las hermanas cultivan: no nace de la propia historia, a veces viene de otro lado, (la semilla de lino llegó a las hermanas desde Tierra Santa en tiempos de las Cruzadas). Así el cuento permite abrir la puerta a las historias nuestras que, viniendo de otro lado, se vuelven parte de los lienzos exhibidos, tanto los que ostentan la sangre-tinta que cuenta historias de reinas sometidas como el que ostenta el blanco, el silencio, que de manera totalmente coherente termina el cuento de Dinesen. Ella ha logrado ser fiel a la historia; ha permitido hablar al silencio.

…al silencio.

…al Silencio.

Para ser fiel a la narración yo podría contar la historia de Filomela que, no pudiendo denunciar el abuso que había sufrido porque el mismo que la violó le cortó la lengua, hizo lo que tantas mujeres hacen: bordó su historia en un tapiz para contar con y a pesar del silencio.

O podría contar la historia del abuelo que eligió no hablar de las desapariciones de su familia durante la guerra. Sus silencios contaban la historia más dolorosa.

O contar el misterio de nuestra existencia: partimos de un silencio y después de esta vida llena de “sonido y furia”, volvemos a otro silencio. Lo efímero de la narración tiene un dejo de misterio cuando partimos del silencio, termina la sesión, los aplausos, y sobreviene, el otro silencio.

O el silencio en la fotografía de un muchacho que cuenta una historia de violencia, de corrupción, de impunidad, de un 26 de septiembre y de las preguntas que no se responden. La fotografía es sostenida por su padre… se hace el silencio.

O el silencio de un pañuelo bordado con el nombre de alguien que ha sido silenciado.

O preguntarme, como lo hizo George Steiner: “¿Cómo puede el habla transmitir con justicia la forma y la vitalidad del silencio?” (3)

O…

 

En occidente estamos más habituados a la preponderancia de la palabra que a la del silencio. Vivimos en un mundo que aspira a llenar los espacios con publicidad; los silencios con palabras, o ruido. Tenemos miedo al silencio: en el ascensor de la vida, miramos para otro lado. Vamos de compras. Encendemos la computadora, la televisión, la radio, el whatsapp como si le tuvieramos rabia al silencio: como Atahualpa Yupanqui decimos: “que no se quede callado quien quiera vivir feliz” aunque también diga que “lo mejor de mi canto se queda dentro de mí”.

De oriente nos fascina el ascetismo y la contemplación; el acallar las voces para dejar entrar al silencio; ese silencio que transmite paz y la inminencia de Dios y que, de tradiciones místicas, hemos aprendido.

George Steiner explora la abstracción del lenguaje matemático que se aleja de las palabras o la del arte contemporaneo que difícilmente puede ser traducido al lenguaje de la descripción. Dice Steiner que “el lenguaje sólo puede ocuparse significativamente de un segmento de la realidad particular y restringido. El resto –y presumiblemete, la mayor parte- es silencio”. (4)

Las formas y paradojas del silencio son inagotables… En este espacio quisiera ocuparme del silencio como vacío de información que un autor deja para que el lector llene con sus propias ideas, vivencias, imaginación. Aquello que hace que una obra de arte contemporánea tenga múltiples lecturas; aquello que hace que un clásico sea inagotable; puertas por las que entramos, con mayor o menor pericia lectora, en un texto escrito o narrado para encontrarnos en la ficción con la humanidad de sabernos nosotros y también los otros.

Nuestra fragata es un cuento, el silencio y una teoría.

 

La Teoría de la recepción

La Teoría de la recepción nos permite reflexionar sobre el lector. Al analizar los textos literarios para comprenderlos más profundamente no basta con estudiar el texto desde un punto de vista estructuralista; tampoco basta con pensarlo a través del psicoanálisis bajo la premisa de que entendiendo la psicología del autor, comprenderemos su obra. Autores como Hans Robert Jauss y Wofgang Iser pensaron que la obra, el texto, se concreta cuando es leído. Volvieron la mirada a los lectores, a sus vivencias y a la conexión que ellos y ellas pueden establecer con el texto. La única manera en la que puedo entender lo que leo es partiendo de mi experiencia, de mi conocimiento, de mi sensibilidad e imaginación. Es por eso que obras clásicas no dejan de leerse a pesar del paso del tiempo, leemos las mismas palabras pero les atribuimos distintos significados. Nuestra lectura es interactiva. Se puede decir que la obra no es objetiva, ni existe independientemente de cualquier experiencia de ella, sino que es la experiencia del lector la que la vuelve vital. “La crítica puede, entonces, volverse una descripción del movimiento progresivo del lector a través de un texto, analizando cómo los lectores producen significado al hacer conexiones, llenar espacios en blanco, anticipar los eventos del texto, así como ver sus expectativas confirmarse o negarse después.” (5)

Estos principios vuelven al lector co-responsable de la creación de significados, ¿hasta qué punto los autores escriben confiados en este lector ideal? ¿Hasta qué punto los narradores narramos confiados en un público co-creador de significados? Nuestra experiencia es vital: en la preparación de los cuentos que narramos nos convertimos en lectores activos, no sólo hacemos lecturas del cuento de acuerdo a nuestro propio horizonte de expectativas, (el “horizonte de expectativas” es el marco de lecturas dado por el lector y que está constituido por sus conocimientos literarios de manera que varía con el tiempo) sino que también anticipamos las lecturas posibles de quienes nos escuchan. Imaginamos diversas recepciones y, de acuerdo a ello, elegimos los gestos, pausas, matices, ritmo, para resaltar lo que consideramos relevante como lectores y como narradores. Y como narramos el mismo cuento en diversos contextos, tenemos la posibilidad de seguir encontrando nuevos significados en cada presentación. El cuento es distinto cada vez porque distinto es el público, el lugar, la circunstancia y nosotros somos distintos en cada función. Y cuando presentamos un cuento y el autor está presente, el autor mismo se descubre en una lectura nueva que no había imaginado.

Si el lector, o el escucha, produce significado al hacer conexiones, llenar espacios en blanco, anticipar eventos o generar expectativas, ¿qué hacemos nosotros para posibilitar esa participación? ¿Cómo podemos saber los nuevos significados que el cuento ha adquirido para cada escucha? ¿Cómo dialogamos con el público para enriquecernos con las diversas lecturas que el cuento ha tenido? ¿Cómo responden a esta cuestión práctica los teóricos de la recepción?

“La teoría de la recepción necesita de los elementos metodológicos que le permitan saber cómo se ha percibido y valorado la obra en el transcurso de la historia y contar con las categorías descriptivas para detectar de qué manera algún tipo de literatura, o una obra se constituyen en un objeto mediador entre la cambiante actitud receptiva y la influencia de las normas estéticas en el lector de una época… haría falta especificar algunas categorías de análisis para cada caso en el momento de la investigación; sin embargo, las premisas de Jauss constituyen una contribución importante en la medida que redimensionan la función social de la literatura, ya que no sólo critica a la historia positivista a modo de recapitulación de datos [obras y autores], sino que pretende superar la recepción superficial basada únicamente en criterios estéticos.” (6)

Un espacio de indeterminación aparece en la teoría; me detengo frente a él como las nobles damas frente a la sábana blanca -sumida en las más profundas reflexiones. Y me permito hacer el viaje anunciado para detenerme en cada parada (las personalidades del cuento según Garzón Céspedes) para revisitarlas desde el horizonte que se ve al viajar en la fragata del silencio: “Hablar a partir de la conciencia que se tiene del silencio, es ya hablar de otro modo: al reconocer sus límites, el lenguaje puede recobrar al mismo tiempo su intensidad. ¿No hay un lenguaje que, por su propia naturaleza, es una suerte de silencio?” (7)

 

El viaje

Toda palabra es una duda,
todo silencio es otra duda.
Sin embargo,
el enlace de ambas
nos permite respirar.
Roberto Juarroz

 

Primera parada: La narradora, el narrador.

¿Mi narración sería distinta si me pensase desde el silencio?

Hay una necesidad de pausa para respirar y recordar que estamos aquí y ahora antes de comenzar la narración de un cuento. Este día es nuevo como nuevo ha de ser el cuento, aunque lo hayas contado cientos de veces; la pausa borra las expectativas: quisiéramos que esta vez fuera como la pasada, que los escuchas sean como los de la sesión anterior, que tengamos como narradores la elocuencia que tuvimos ayer… pero la pausa se impone y nos dice que lo que fue, fue. Hoy es una página blanca, la oportunidad de construir un cuento y un puente hacia los otros.

Hay un silencio que no es vacío, es la percepción que está alerta para saber quién escucha y cuáles serán sus posibles necesidades; es la intuición que suele hablar para adentro y desde dentro y que nos confirma que los cuentos elegidos serán significativos para quien escucha y para nosotros hoy también. Hay una voz que mira, y así establece conexión con las personas que están dispuestas a escuchar.

Y luego, como en la música, llegan los silencios que potencian al sonido. La voz tiene matices y emociones y sólo pueden apreciarse si las precede el silencio.

Invitar al silencio es desterrar a la inseguridad, ¿cuántas veces narramos sin pausa por el temor de perder la atención de quien nos escucha? La pausa es necesaria: nunca se generaría el suspenso con su dosis de tensión, de expectativa, si no hubiera silencio. El silencio provoca; hace que en la interacción con el público haya tempo y ritmo, como en la danza. Y es en los huecos dentro del texto que podemos imaginar, interpretar. No podemos quitarle la oportunidad al público de escuchar y de tener tiempo para la ensoñación.

El narrador hace silencio como si meditara porque contar frente a un público es estar más consciente que en lo cotidiano; es un momento de conexión espiritual, es el silencio lleno de sentido que, en una oración, precede al “amén”.

El viaje continúa pero, ¿qué hay del lenguaje no verbal? ¿Es otra forma del silencio? Es un silencio que habla y cuyo lenguaje es más elocuente porque se percibe de manera inconsciente. Un narrador en el espacio comunica infinidad de cosas sin hablar; conscientes de eso, trabajamos sobre nuestro cuerpo para que seamos elocuentes en el silencio, para transmitir, expresar y conmover aún sin mediar palabras.

 

Segunda parada: el cuento

¿Mis cuentos narrados serán distintos si los construyo desde el silencio?

Cuando elegimos un cuento, la lectura es una comunión: el cuento entra en nosotros y sus palabras, acciones y personajes comienzan a ocupar un espacio en nuestra mente. Desde ahí reflexionamos sobre las acciones que forman una línea narrativa central y las que no son tan determinantes para que la historia avance. Jugamos con los silencios cuando elegimos omitir ciertas descripciones que no consideramos importantes para la historia. Hacemos nuestra versión narrable del cuento escuchando las voces y los silencios que lo habitan.

¿Qué cuentos elegimos para narrar? Un cuento de tradición oral tendrá acciones y palabras justas, un ritmo propio que casi se narra solo, a menos que, por alguna convicción, queramos hacer modificaciones: que la princesa no sea silenciada o que el bosque susurre; que el rey calle de vergüenza como la piel de asno hace silenciar la verdad y la belleza…

En los cuentos literarios, buscaremos transformar descripciones en imágenes que sean elocuentes sin ser enunciadas. Sabemos que la escucha es frágil; no podemos pedirle a nuestro público que atienda al más mínimo detalle. En la intimidad de la lectura, el lector relee si algo se le ha escapado; en la escucha de un cuento narrado, si la mente divaga, no hay “relectura” posible. La responsabilidad de esa atención, no es del escucha, es del narrador que pone todos sus recursos para que la atención sea óptima. Por eso, al hacer nuestra propia versión “narrable” de un cuento, guardamos esas descripciones que en la lectura nos hicieron imaginar y las transformamos en gesto, en matiz, en ensoñación. Es una de las oportunidades que los narradores tenemos para dejar huecos en donde el público imagine; si le damos todas las palabras, paradójicamente, le restamos posibilidades de interpretación.

Cuando escuchamos el mismo cuento en la voz y sensibilidad de distintos narradores nunca es el mismo cuento: cada narrador eligió qué enunciar y qué callar; qué matices dar a la voz y qué pasajes reforzar con el gesto, el movimiento o la mirada y el resultado es asombroso. La recepción que cada cuento ha tenido por parte de su lector-narrador hace que el cuento crezca, madure, dé frutos diversos.

Hay cuentos que son como poesía; el secreto de su belleza está en las palabras, en el orden en que han sido dispuestas, en su música. No podríamos quitar descripciones sin romper la rima o el ritmo. Aquí apelamos a nuestra memoria: aunque memoricemos cada palabra y no acallemos voces escritas, al narrarlo, haremos silencios para que se escuche mejor la música de las palabras; haremos repeticiones para que el público también eche mano de su memoria y saboree las palabras junto con nosotros; jugaremos con los gestos para que, al mirarlos, la gente evoque la palabra aún sin decirla: ¿qué gracia tendría una adivinanza si no hiciéramos silencio antes de enunciar la respuesta? Esos gestos en los que la palabra es evocada pero no dicha son una caja de sorpresas, hacemos el gesto como si sostuviéramos la caja con la expectación en nuestras manos, sabemos que cuando la pausa no aguante más, se abrirá la caja y estallará, en el público, la carcajada.

Dentro de esta selección de cuentos elegimos algunos que son más demandantes, que tienen más silencio; si quisiera contar un cuento de Hemingway, ¿cómo haría para transmitir que detrás de la narración de eventos cotidianos subyace una historia profunda? Si quisiera narrar un cuento de Borges ¿podría prescindir de las palabras perfectas con las que fue escrito? Si narro “La pagina en blanco” de Isak Dinesen, tengo que aceptar el silencio incómodo que prevalece en todos nosotros cuando se ha narrado el paradójico final.

Los cuentos que tienen más silencios demandan más de nosotros como lectores-narradores y demandan más de nuestros escuchas. Son como los cantos armónicos de Mongolia: es una la voz que los emite pero son múltiples sonidos los que escuchamos. Los narradores de cuentos tenemos la oportunidad de encontrar los “armónicos”. Cada cuento se convierte en un viaje donde los hallazgos no terminan. Hay viajes mucho más escarpados que otros, cada quien elije sus riesgos.

En este viaje de contar cuentos se completan huecos en nuestra propia historia de vida. Porque la escritura, como la concebimos hoy, no es privilegio de pocos sino derecho de todos, podemos contar desde nuestros silencios, desde las ausencias. No es común ser un griot africano ni ser narrador por herencia. En mi caso, provengo de abuelos que huyeron de una guerra que los dejó sin fantasía y mis padres no tuvieron tiempo para la ficción así que, ante la carencia, sólo queda la invención de una abuela que con sus palabras como semillas trajo a su pueblo la posibilidad de mirar más allá de lo cotidiano. Es mi abuela aunque haya nacido de la imaginación y es real porque está contada en un cuento que tiene la potencia del tiempo comprimido, la concentración de eventos en un mismo espacio. En el cuento no hay interrupciones, se escucha de un tirón y produce un efecto. En el caso del cuento contado, el efecto puede potenciarse por la emotividad y el afecto que acompañan a la narración.

 

Tercera parada: el público.

¿Cómo me dispongo a escuchar si lo hago desde el silencio?

La narración oral de cuentos pide una atención distinta a la que prestamos cuando vemos la televisión o cuando vamos al cine; es sutil y efímera. Si te distraes de tu escucha habrás perdido un hilo de la historia narrada; si miras para otro lado evitarás el contacto con la narradora cuya misión es narrar en tu mirada.

La narración requiere que el escucha acalle por un instante el ruido que le acompaña. ¿No es la escucha de cuentos una forma de pausar, un remanso de silencio, una huída a un tiempo de fuego encendido, de comunión con otros que recreamos en nuestro espacio mental? Así como el narrador comunica sin palabras, el público comunica desde la manera de ocupar un lugar, de mirar, de reaccionar, de interactuar. No es pasivo. “…su participación es continua a través de una presencia expectante. Esta presencia debe de percibirse como un reto positivo, como un imán frente al cual uno no puede permitirse ser ‘de cualquier manera’” (8)

Como el narrador busca el silencio para abrirse a una experiencia nueva, el público, -sería deseable- busca el silencio para dejarse habitar por las imágenes que el narrador propone. Sólo así podrá sentir lo que “el otro” siente, es decir, dejarse llenar por la capacidad de empatía.

Si la lectura de ficción “despierta en nosotros esa sensación de penetrar en las conciencias ajenas de manera directa y espontánea” (9), la narración oral corre por dos vías: por un lado tiene como vehículo la historia que nos conecta con otros y, por el otro lado, establece una conexión afectiva del narrador con el escucha. Termina una sesión de cuentos: los adultos conversan sobre lo que percibieron o lo que les conmovió y esa conversación muchas veces genera abrazos fraternos; los niños se acercan para compartir alguna vivencia que el cuento detonó, a veces buscan un abrazo. Los cuentos son para todos y llegan a todos: en públicos con discapacidades intelectuales, el cuento narrado de manera afectiva, genera algo más que la mera comprensión de un texto; lo que transmitimos es esencial, nos hace humanos, y eso se recibe sin ver, sin escuchar o sin comprender del todo las palabras.

Hay muchos cuentos que hablan de la relación de algún narrador con sus escuchas. Recuerdo en particular uno de Oscar Wilde que habla de la capacidad de transmitir a otros las imágenes, los mitos, la ficción… el narrador cuenta lo que ha imaginado, sin embargo, el día que verdaderamente ve faunos y sirenas, no puede contar. Ante la realidad, elije quedarse callado.

 

Cuarta parada: el espacio.

¿Cómo es el espacio físico de la narración oral de cuentos cuando lo pienso desde el silencio?

 
Las palabras, la voz y el cuerpo del narrador oral escénico son la escena.                                                                                                              

Francisco Garzón Céspedes

Los narradores construimos en el espacio vacío, como si nuestro oficio fuera la arquitectura de la imaginación. En “Un palacio noche adentro” de Marina Colasanti, un hombre sueña con construir un palacio; lo intenta con agua, con fuego, con palabras… es en el sueño del palacio que habita en los hombres en donde finalmente aparece; es el sueño del cuento narrado el que ocupa primero el espacio en el imaginario del narrador y después, ocupa el espacio construido con palabras en un escenario.

La narración de cuentos es tan adaptable que transformamos cualquier espacio en escenario: el parque, el museo, el mercado, la sala de espera o la habitación de un hospital. Hay lugares más propicios que otros pero lo importante es que, al no requerir de escenografía, vestuario o utilería, los cuentos narrados incentivan la imaginación del que escucha en cualquier lugar. Es como “el espacio vacío” de Peter Brook. En La puerta abierta. Reflexiones sobre la actuación y el teatro, relata cómo en África en donde solo llevaban una alfombra que delimitaba la zona en la que trabajarían, comprobaron que la mejor forma de estudiar a Shakespeare era improvisando sobre una alfombra y no en las sofisticadas reconstrucciones del teatro isabelino.

El arte de la narración se juega siempre en un espacio vacío y el narrador logra que el espacio se llene en la imaginación de quien escucha. Es como una doble mirada la que ejerce el público ya que mira hacia fuera, ojos bien abiertos, porque está atento al narrador y sus desplazamientos en el espacio pero, simultáneamente esta mirando “hacia adentro”, en su mente aparecen los desiertos, los palacios, los manantiales evocados por las palabras del narrador; es como soñar despierto. La narración oral tiene la fuerza poética de la ensoñación y el narrador paradójicamente hace todo en el escenario para lograr desaparecer y que el público “mire” el cuento en el espacio de su mente, de su imaginación. ¿Cuál es el verdadero espacio en el que sucede la narración de cuentos? ¿El escenario vacío o la mente del espectador?

“La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones” escribió Juan José Arreola; los cuentos que amamos son espíritus de la memoria y nosotros, los narradores, somos el lugar de sus apariciones.

 

Quinta parada: La circunstancia

¿Cómo valoro la circunstancia si la pienso desde el silencio?

A lo largo de este ensayo hemos visto muchas formas del silencio. Cada circunstancia es distinta, es preciso escuchar para tomar las mejores decisiones sobre qué cuentos contar y cómo hacerlo. A las sesiones de cuentos que se llevaron a cabo en la Ciudad de México “Para no olvidar Ayotzinapa” asistieron algunos padres de los muchachos estudiantes de la Normal rural Isidro Burgos. Los que participamos invitados por la maestra y narradora Scarlett Quiroz enfrentamos un dilema: pensando en ese lugar, en esa circunstancia, los cuentos podían adquirir matices que no eran pertinentes. La circunstancia de aquellos padres y su pérdida dimensionaba las historias de una manera diferente; aun los cuentos más “justos” sonaban a “injustos” frente a aquellas miradas. Deseé con todas mis fuerzas pararme frente a ellos sólo para compartir el silencio, el silencio de una mirada amorosa; el silencio y un abrazo. El silencio.

Hay circunstancias en las que el silencio es más notable: contar en un cumpleaños y hacer una pausa para que el ritual de cumplir un año más sea significativo; contar en un hospital en donde acallamos preguntas, silenciamos a la enfermedad, no para ignorar la realidad que percibimos, sino para poder jugar y llevar alegría a donde más se necesita (narrar en la mirada de aquellos cuyo cuerpo duele para que las palabras entren como bálsamo, si no del cuerpo, del alma); contar en una escuela y permitir que el cuento calle cuando los niños, ríen, gritan o preguntan; en la secundaria permitir que en el silencio las miradas sean significativas para transmitir con toda nuestra atención: “te miro, no te juzgo, existes para mí y te valoro”; contar para personas con discapacidad y permitir que todo nuestro cuerpo hable para el que no escucha o que nuestra mano se estreche con la de aquellos cuya emotividad está tan predispuesta al contacto que más vale hablar desde la cercanía… Son tantas las circunstancias que sólo nos queda contemplarlas todas en silencio para permitir que la intuición nos diga cuando callar.

 

Llegada sin llegada

Ten siempre en tu mente a Itaca.
Tu meta es llegar allí.
Pero no apresures de ninguna manera el viaje.
Mejor que dure muchos años…
Constantino Kavafis

El camino de la narración de cuentos lleva a una Ítaca como la del poema de Kavafis: cada cuento narrado es un hallazgo que parece encontrarnos en el camino, sin embargo, ya lo llevábamos en nuestra alma; cada lugar en el que nos presentamos es un regalo de miradas que nos acompaña siempre; cada persona nos regala el don de su escucha hospitalaria, en donde nos espera algún rincón en la casa que es su alma.. y como en el poema, no queremos apresurar la llegada, ni siquiera pensamos que exista una llegada. Caminamos creciendo en experiencia con la sola aspiración de que en cada puerto, nos aguarde la presencia de quienes puedan abrirnos la puerta.

Este ensayo también es así, un viaje… Mientras escribo las últimas palabras, me engaño escribiendo que son las últimas palabras. No lo son. El viaje continúa, la reflexión continúa…

Sólo puedo marcharme de esta página sabiendo que lo que queda después de estas palabras es el blanco y, el blanco, ya lo sabemos, es el infinito de posibilidades:

la página en blanco…

…el silencio:

 

 

 

 

 

NOTAS

(1) “El vacío en el teatro permite que la imaginación llene los huecos. Paradójicamente, cuanto menos le           demos a la imaginación, más feliz se siente porque es un músculo que disfruta jugando[…] Si hay una escenografía, el espacio no está vacío y la mente del espectador ya se ha amueblado. Un área desnuda no cuenta una historia, así que la imaginación, la atención y los procesos mentales de los espectadores están totalmente libres.” Peter BROOK, La puerta abierta. Reflexiones sobre la actuación y el teatro, p. 49.

(2) Isak, DINESEN, “La página en blanco” en Cuentos reunidos.

(3) George, STEINER, “El abandono de la palabra” en Lenguaje y silencio, p. 29.

(4) George, STEINER, , Op. Cit., p. 39.

(5) “La teoría de la recepción”, Wikipedia

(6) Araceli SONÍ SOTO. Teoría de la recepción. Fundamentos teóricos y metodológicos.

(7) Guillermo SUCRE citado por Rosa M. Mateu Serra en Consideraciones en torno al silencio y la palabra, Universidad de Lleida.

(8) Peter BROOK, Op. Cit., p. 37.

(9) Jorge, VOLPI, Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción, p. 19.

 

BIBLIOGRAFÍA

AUSTIN, J.L. How to do things with words, Oxford University Press, USA, 1968.

BROOK, Peter, La puerta abierta. Reflexiones sobre la actuación y el teatro, Ediciones El milagro, México, 1993.

DINESEN, Isak, “La página en blanco” en Cuentos reunidos, Alfaguara (Versión digital para Kindle).

ISER, Wolfgang, “La estructura apelativa de los textos” en En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, Dieter RALL, (Comp.), UNAM, México, 1993.

JUARROZ, Roberto, Poesía vertical, Cátedra, Madrid, 2012.

ONG, Walter, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, FCE, México, 1987.

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VOLPI, Jorge, Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Alfaguara, México, 2011.

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* Janet Pankowsky es Licenciada en Letras Inglesas, profesora, escritora y contadora de cuentos. En el año 2000 se encontró con la narración oral y, desde entonces, se ha dedicado a narrar cuentos en museos, escuelas, hospitales, parques, comunidades, ferias del libro, librerías, bibliotecas, ¡en cualquier lugar! porque sabe que la palabra construye espacios de convivencia para compartir la imaginación. Janet juega malabares con palabras para encontrarse en las miradas de quienes la escuchan, para buscar la belleza visible y oculta, para recuperar los silencios pero no quedarse callada. Ha participado en  festivales de narración internacionales como: Alajuela Ciudad palabra en Costa Rica; Festiwal Opowieści en Varsovia, Polonia; Cuentos para una añeja ciudad, en La Habana, Cuba; Vivan los hombres, ellas cuentan de Cali, Colombia; Cuentos grandes para calcetines pequeños en la ciudad de Oaxaca; Abrapalabra y Festival de Santa Catarina de la Ciudad de México, entre otros. Se pueden escuchar sus cuentos en escuelas, ya sea por parte del programa de Arte y cultura de la SEP o del Fondo de Cultura Económica con quien también colabora en librerías; también en sedes de Alas y raíces de la Secretaría de cultura, de Tiempo de contar del INBA, de Regaladores de palabras de la UNAM, entre otros. Fue becaria del programa de Creadores escénicos del FONCA 2016.

Ensayo escrito con el apoyo del programa Creadores escénicos del FONCA en 2016.

Imagen de portada cortesía de Miren Asiain Lora. Fotografías de Janet Pankowsky.

 

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