Yo nunca he visto caer la nieve, un cuento de Navidad de Jairo Buitrago
«Yo nunca he visto caer la nieve, pero si he visto, desde chiquita, tomates de árbol que parecen bolas rojas de cristal», nos dice Camila, la niña narradora de este […]
Linternas y bosques
Expediciones a la literatura infantil y juvenil
«Yo nunca he visto caer la nieve, pero si he visto, desde chiquita, tomates de árbol que parecen bolas rojas de cristal», nos dice Camila, la niña narradora de este […]
Muchas gracias a Jairo por este cuento que, con esa sensibilidad habitual, nos revela afinidades (la familia, la comunidad, la espiritualidad, la búsqueda de un hogar, el anhelo de pertenencia…) desde la singularidad de una voz infantil que entreteje lo cotidiano con lo simbólico. La escenificación del nacimiento de Jesús o pastorela no solo es un acto teatral, sino también una representación de la diversidad y la conexión entre las personas de la plaza.
Pero Camila también es crítica, cuestiona los estereotipos asociados al niño Jesús rubio y de ojos azules, y la falta de acceso a la educación de las mujeres en las sociedades machistas, de Bogotá a Jerusalén.
La Navidad aquí tiene chirimoyas, mangos, guayabas, maracuyás, lulos, uchuvas, un cielo estrellado y una María que tuvo prohibido ir a la escuela, como muchas de las mujeres de la plaza del mercado en el que se desarrolla este otro nacimiento. Y ese regreso a casa, cálido, que revela un futuro esperanzador en el que Camila toma la mano de su abuela, cuidada y amada por una comunidad, y cuidadora ella también, con su traje de ángel.
Y muchas gracias igualmente a Andrea Orozco que realizó exprofeso la ilustración que acompaña el cuento y captura ese escenario vívido, el corazón tropical del relato, con ternura y humor. Su trazo amplía la icónica representación judeocristiana del pesebre con una niña al centro, sosteniendo un megáfono para contarnos su versión de la historia. ¡Por más niñas y niños con megáfonos! A ver si así escuchamos sus voces de una buena vez y les procuramos un mundo más justo.
Adolfo Córdova
Los cuentos de Navidad son casi siempre con nieve o con niños tristes. A veces, también hay fantasmas, pero nunca hay cuentos con frutas de colores, con hierbas o con sol decembrino. Yo nunca he visto caer la nieve, pero si he visto, desde chiquita, tomates de árbol que parecen bolas rojas de cristal.
Mis abuelos tienen un puesto en la plaza de mercado más grande de Bogotá, ellos venden chirimoyas, mangos, guayabas, maracuyás, lulos, uchuvas; nosotros, es decir, mis hermanos y yo nos criamos ahí alrededor. Y cuando yo crecí un poco, y fui a la escuela, hacía la tarea a un ladito de ellos y les ayudaba a veces en el puesto. Yo soy la mayor, me llamo Camila, luego sigue Valeria a la que le va mal en la escuela, y luego Julián que no va a la escuela porque es un bebé. Pero lo que les voy a contar no es de las frutas, ni de las hierbas aromáticas, ni de las papas, sino de la Navidad.
Mi abuela me contó la historia del nacimiento y de la estrella de Belén. Acá donde yo vivo, hay imágenes del niño Jesús por todas partes. Es como si lo conociéramos mejor que en otros lugares. A mí me gusta cómo mi abuela me cuenta la historia, no sé por qué, pero cuando la escucho me la imagino de joven junto con mi abuelo, que se llama José, pero ella, qué lástima, no se llama María, se llama Eugenia.
A mí me eligieron para hacer de ángel en el último día de la novena. A la señora de las ensaladas de frutas se le ocurrió hacer una representación del nacimiento ese día. Por eso también me gusta diciembre porque la gente, los vecinos de puesto, y los clientes del barrio hacen fiestas. Mi mamá me hizo las alas y me dijo que iba a usar mi vestido de primera comunión. Otros niños eran pastores, otros eran ovejas; el señor de los quesos, el de los canastos y uno que vende verduras serían los reyes magos. La familia del puesto de artesanías, prestaron una estrella de papel brillante para poner justo encima del portal.
Niños y grandes iban de aquí para allá, yo me puse mi traje de ángel desde temprano y caminé por toda la plaza, la conozco muy bien. Era un ángel que caminaba entre las papayas y las cebollas, las señoritas del restaurante que le gustaba a mi abuelo me saludaron de lejos. Luego me encontré a la vieja de las ensaladas, es decir, la persona que organizaba la novena. No tenían niño Jesús. Tenía cara de angustia, los otros personajes ya estaban listos, los tres reyes, los pastores, las ovejas, y claro, María y José, que eran una pareja de novios que trabajaban en el puesto de gallinas vivas. Ella estaba linda con rubor en las mejillas y un velo de satín, él, en cambio, tenía unas barbas falsas y achiladas, daba lástima.
Doña Domitila quería empezar ya a rezar la novena, porque quería irse temprano a su casa.
Pero la vieja de las ensaladas dijo que esperáramos, nos dijo que una prima suya traería al niño Jesús. Doña Domitila propuso que usáramos la imagen del niño Jesús, como actor invitado, muchos estuvieron de acuerdo, pero la vieja se negó.
Don Fáber tenía el megáfono en la mano con cara de querer empezar. Entonces yo tuve una idea, le dije a mis abuelos que trajeran a Julián, «un bebé es un bebé», les dije. Estuvieron de acuerdo y hasta creo que estaban muy felices de que mi hermanito apareciera en la obra. Aunque no teníamos que hacer nada, solo quedarnos quietos con caras de santos, mientras Doña Domitila rezaba y cantaba. La vieja de las ensaladas de frutas quedó en silencio, luego dijo que estaba bien, que mi hermanito era un plan B para que su obra saliera como ella quería.
La vieja me tomó de la mano y me puso el megáfono, luego me dijo al oído: «vas a contarle al público la historia de la primera Navidad, yo sé que eres una niña muy inteligente», yo me quedé frente a la gente que conocía de toda la vida, lista para contarles algo que quizás habían escuchado miles de veces.

Entonces con mi voz amplificada por los pasillos del mercado y mi sombra en el piso con alas de ángel, empecé a contar mi historia. Recordé lo que me contó la abuela, y dejé que las palabras salieran de mí:
«María iba a tener a su bebé, ya estaba muy grande su barriga. José la llevaba sentada en su burrito, bueno, el burrito no era de ellos, era de un familiar de José.
Ellos no eran de ahí, venían de muy lejos y tuvieron que atravesar el desierto, un lugar frío y seco, les entraba la arena a los ojos y el sol quemaba. No tenían amigos ni familia, viajaban solos, únicamente se tenían el uno al otro.
A veces, el burrito rebuznaba y hacía reír a María y a José. Iban a Belén, el pueblo de José. María, José y el burrito estaban cansados. La gente pobre viajaba así, en burro o a pie.
Allí llegaron, y como no tenían casa los cuatro, es decir contando al burrito, se metieron en un pesebre abandonado y allí en medio de la paja, nació el niño Jesús.
María era muy joven, tenía los ojos de color aceituna, se tapaba del sol con un velo de lino. Cuando pequeña, era muy callada, le gustaba jugar sola y como las niñas tenían prohibido ir a la escuela, ella aprendía a cocinar y a hilar con su mamá.»
Cuando conté ésta última parte recordé a mi abuela, y vi que todos incluyendo a Doña Domitila, me ponían atención. Pensé en todas las mujeres de la plaza de mercado, en que muchas no habían ido a la escuela, pero que eran sabias, eran fuertes como mi abuela.
En ese momento llegó el niño Jesús y mi historia se acabó. La señora de las ensaladas de frutas se puso muy contenta. Era un niño rubio y de ojos azules, y tenía su vestido de satín rosado. Las personas aplaudieron. Mi hermanito y los abuelos también llegaron, pero nadie se dio cuenta. Las gentes del mercado estaban tan felices, como si ese niño rubio hubiera caído del cielo.
Mi hermano es moreno y de cachetes colorados, para mí que también hubiera sido un buen Jesús.
Luego de rezar y de cansarme de hacer de ángel, los abuelos me dijeron que nos íbamos a casa. Nos despedimos de la gente del mercado, intercambiaron algunos regalitos, a mí me dieron dulces y frutas, las mismas de siempre, las que vendemos todo el año. Los de los canastos querían tomarse foto con el niño Jesús, pero nosotros ya teníamos hambre. Nos fuimos caminando bajo el cielo lindo y estrellado, hacía frío.
El otro año, cuando vuelva a ser diciembre, mis abuelos estarán felices, mi hermanito seguramente tendrá el papel de niño Jesús porque los convenceré desde noviembre y mi hermana heredará mi vestido blanco para su primera comunión.
Yo espero estar caminando de la mano de mi abuela por la plaza de mercado con mi traje de ángel, ella me mirará como siempre me mira, ella que es tan grande, tan sabia, tan fuerte.
En esta entrada encontrarán reseñas de libros como estos para hacer el maratón de lecturas Guadalupe-Reyes:

Aquí las entradas con algunos de mis libros favoritos, garantizados.


